HIGIENE SOCIAL
El control del ser humano
Problemas de la humanidad
La gestión de los asuntos
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Esta
civilización recorre un camino equivocado. Debemos conocer
nuestros errores para devolverla a lo que debería
ser, al cauce natural. Es cierto que el ser humano se ha apartado de las
leyes de la Naturaleza, tanto en su obrar individual como social, y que con
ellos se atrae el desorden y, en muchos casos, la destrucción. Pero aun así,
todos estamos llamados a regenerarnos. Hemos visto en este espacio que las
acciones higiénicas y naturales para regenerarnos son muy sencillas pero
quizás, por eso mismo, son difíciles de realizar.
La armonía surge de una relación adecuada entre todos los seres; a nada ni a
nadie aislado se le puede otorgar un valor por sí mismo, sino por la calidad
de sus relaciones con las demás partes. El ser humano puede desarrollar una
forma de vivir que cree armonía en sí mismo, en las personas y en el
conjunto de todos los seres y elementos que habitan en el planeta. Esta
armonía nace de vivir espiritualmente, de obrar con justicia en el dar y en
el recibir.
En la Naturaleza se encuentran los medios que nos permiten la subsistencia,
pero sólo podremos acceder a ellos si no les quitamos a los demás seres la
parte que les corresponde. Además, debemos perfeccionar la Naturaleza, de
manera inteligente, en beneficio del conjunto. Sólo se vive de acuerdo con
la ley natural desarrollando actitudes respetuosas y constructivas que no
son, por ejemplo, el matar o martirizar animales para comer, el destruir los
ecosistemas de la Tierra ni tampoco el albergar sentimientos de odio o ser
violento y egoísta.
Una persona no puede darse por satisfecha sólo con resolver su dieta o su
terapéutica, sino que debe aspirar también a regenerar la dimensión moral y
social, pues a ello está tan obligado como a la regeneración en el plano
material. Cuesta sólo reflexionar un poco para darse cuenta que a la vida
íntegra natural se le opone el régimen autoritario, cruel y antinatural que
impera en la civilización actual.
Es cierto que hoy en día quienes se acercan a reflexionar sobre las leyes de
la Naturaleza son, la gran mayoría, enfermos que no buscan nada más que la
salud física. Pero esto no tiene nada que ver con esas personas
evolucionadas, repletas de salud y vigor en el cuerpo y en la mente, llenas
de amor a la humanidad, que desean la regeneración personal y comunitaria
mediante la consciencia, el conocimiento y el obrar apropiado, y que
trabajan por la transformación social, para que ocurra esa revolución que
tanto necesitamos.
Así, ese hombre superior se encuentra en armonía con las leyes de la
Naturaleza pues, a la vez, son las leyes que rigen sobre él y sobre la
Tierra en la que habita. En estas leyes se encuentran implícitas determinada
coherencia y sistematicidad, por lo que, con estudio y trabajo, el ser
humano desarrolla la capacidad para conocer el Orden Natural, que
aparentemente se encuentra dominado por el caos. Caos que el oscurantismo
religioso intenta mantener con sus dogmas.
La moral del amor y del respeto a toda forma de vida es insuperable, aunque
la Naturaleza en la que vivimos no tiene nada de “moral”. Y aquí se
encuentra el origen del mal. Los seres humanos soportamos una absurda y
tiránica organización social que estimula y fomenta la corrupción, la
perversión y el triunfo del fuerte sobre el más débil, pero esto ya viene,
en parte, inherente a la Naturaleza, que es imperfecta y cuya ley es matar
para vivir. Teniendo tal madre, así son sus hijos, ya de nacimiento más
predispuestos al mal que al bien.
Hay quienes, poéticamente, rinden culto a la "Gran Madre Tierra". Pero no es
muy acertada la creencia en una sociedad corrupta que se encuentra frente a
una Naturaleza perfecta e ideal, tampoco es muy inteligente la idea de un
ser humano natural, bueno, corrompido por la sociedad y el capitalismo. Los
seres humanos nos encontramos sumidos en una Naturaleza que tiene sus
propias leyes, ella es la que impone el precepto de "comeos los unos a los
otros", y ya en nuestro interior se encuentra el ego, que se suma al
desorden que reina en el exterior y es la causa de nuestro sufrimiento. Todo
esto se traspasa inevitablemente al medio social; vivimos en este medio y es
en él donde debemos ser conscientes y obrar adecuadamente.
Para regenerar la sociedad uno mismo debe antes regenerarse, vivir
exuberante de esa vitalidad y plenitud a las que siempre acompañan la
acción, la lucha, la rebeldía y el valor del poder sexual. Aunque muchos,
pobres de espíritu y de conocimiento, ven todo esto con cierta nostalgia,
como un ideal que el afán de lucro capitalista ha sustituido por la
injusticia, la miseria y la opresión.
No debemos olvidar que la libertad es un estado del ser humano, no un
derecho -los derechos son para los esclavos. La libertad no es una teoría,
sino un hecho que la misma Naturaleza permite en el ser humano cuando éste
se encuentra en contacto con ella, cuando la conoce y obra adecuadamente.
Desde que los seres humanos dejaron de vivir en contacto directo con la
Naturaleza, puede decirse que dejaron de ser seres humanos, que perdieron
una parte importante de su integridad.
Los placeres que trae consigo el ser consciente y el obrar apropiadamente en
los diversos planos son los placeres más elevados que una persona puede
disfrutar. En este sentido, educar a los hijos y formar a las personas de
acuerdo con el conocimiento espiritual, contribuir a la regeneración de la
humanidad y trabajar para que el bien en la humanidad sea un hecho aquí y
ahora les proporciona uno de los mayores goces. Estas personas superiores
rechazan, en consecuencia, la mayor parte de lo que ofrece la sociedad, como
son el hábito de fumar, el frecuentar cafés o tabernas, el asistir a bailes
nocturnos, los juegos de azar, el amor mercenario y todas las degradaciones
sensuales, las diversiones a costa de la vida o sufrimiento de los animales
o de las personas -desde el boxeo a las corridas de toros-, la locura
consumista, etc.
La nocturnidad, los aires viciados, el consumo de bebidas perjudiciales y de
drogas o la aceleración del ritmo cardiaco mediante productos tóxicos
estimulan sentimientos antinaturales como el afán de lucro, la ambición de
poseer, la crueldad, la confrontación y la sexualidad enfermiza y animal. A
todo ello ayuda el consumo de sustancias enervantes como el café o el
chocolate y, especialmente, las bebidas alcohólicas. Estos son vicios
funestos de los que hay que abstenerse, pues toda concesión suele conducir
al hábito que degenera a uno mismo y a su descendencia.
También existe en la relación social la presión de los convencionalismos y
de la censura de los demás. Esta aparece cuando uno se siente en la
obligación de realizar actos contrarios a la Naturaleza y la sociedad le
impide obrar naturalmente. En estos casos, la persona superior deberá obrar
apropiadamente, ofreciendo lo más adecuado para las personas y para la
sociedad. Lo hará con sensibilidad y delicadeza, con respeto, sin lesionar
los derechos de nadie, obrando con libertad respecto de los
convencionalismos y lejos del fanatismo. En este obrar es lícito sentir la
felicidad y el orgullo de combatir con el ejemplo los errores de las
personas y de la sociedad, pero también es bueno sentirse pleno cuando lo
más adecuado es ceder a ellas.
Es necesaria una evolución psicológica y moral en el ser humano, y para que
esta evolución se haga realidad es imprescindible que conozcamos la
Naturaleza. Es importante que el ser humano respete el Orden natural y que
aprecie la higiene física, pero no es menos importante que la higiene social
se convierta en realidad, pues ésta se encuentra severamente limitada por el
Poder y el estado actual de las cosas -que el mismo Poder implanta.
El verdadero Poder oculto dirige siempre a los Estados represores. Éstos son
centralistas, y se apoyan en las religiones, que rechazan la pasión y la
vitalidad natural, y mantienen al ser humano en la ignorancia. También se
fundamentan, en esta Tierra, en el insaciable egoísmo capitalista, generador
de casi todos los males que sufre la humanidad, pues conforma a los seres
humanos y a las sociedades lejos de esa armonía con la Naturaleza que es tan
necesaria. El origen de todos los males que sufre la humanidad se encuentra
en la ignorancia y en la codicia, imperfecciones que alimenta y fortalece el
Poder mediante la manipulación y la represión que impone a los seres
humanos.
La única solución a estos graves problemas es vivir espiritualmente. Ser
consciente y obrar adecuadamente, con firmeza y virilidad, lejos de
fanatismos y de ideas fantasiosas, es la única condición para erradicar el
sufrimiento y la enfermedad, para permitir que surja la salud, la felicidad
y la paz tanto en uno mismo como en la sociedad. Vivir espiritualmente es
respetar los caminos y los ritmos de la Naturaleza, por la consciencia y el
conocimiento de la Verdad, sin esfuerzo y en paz, como lo hace un pez que
nada acompañando a la corriente.
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