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ALEGRÍA POR EL BIEN
AJENO
Consiste en alegrarnos por el
éxito, el
bienestar o el gozo de nuestros semejantes. La persona espiritual, cuando se
siente dichosa por la dicha de los otros, es doblemente dichosa. Del mismo
modo que cuando amamos a una persona nos sentimos muy contentos de su bien,
así se siente la persona espiritual del bien y la dicha de los otros. Con la
alegría compartida uno se siente pleno y satisfecho por la fortuna ajena. Ésta
es pariente de la benevolencia, la generosidad y el desapego.
Es una cualidad singular y
bella sentirse verdaderamente felices cuando otras personas lo son. Si
alguien se regocija de nuestra felicidad, nos sentimos llenos de respeto y
de gratitud por su apreciaci ón.
Cuando nos deleitamos en la felicidad de otra persona, cuando verdaderamente
nos alegramos de su prosperidad, de su éxito o buena fortuna estamos
manifestando la alegría
compartida.
La alegr ía
por el éxito ajeno tiene como contrario la envidia, y también el
amaneramiento o la hipocresía, el decir una cosa y pensar y sentir otra. Es
un antídoto seguro contra la depresión. Cualquiera que padezca de depresión
padece de falta de alegría por los otros, sufre una falta de alegría empática.
No siempre se pueden tener ocasiones alegres, pensamientos alegres en la
propia vida, pero si nos alegramos por el bien de otros, con seguridad
encontraremos siempre motivos para ser felices.
La fuerza de que aporta este
tipo de felicidad libera realmente. A diferencia de un estado de simple
excitaci ón
o atolondramiento, la cualidad de la alegría compartida pone en tela de
juicio los arraigados supuestos acerca de la soledad, la pérdida y la
felicidad, y muestra otra posibilidad. Este júbilo anula muchas de las
características
de la mente que traban al ser humano.
Buena parte del sufrimiento
procede del efecto constrictivo que producen los sentimientos negativos
hacia una o varias personas. Con ellos uno se limita a s í
mismo y limita a los demás. Juzgamos a alguien, lo comparamos con nosotros
mismos, lo rebajamos, lo envidiamos y nosotros mismos sufrimos las
consecuencias sofocantes de esas limitaciones. Como son tantos los estados
mentales que nos constriñen, la alegría altruista es muy difícil que surja,
pero es tan potente esta cualidad que puede derrotar a la aversión y al
apego que nos traban. Si cuando surgen los estados mentales en donde es
posible que nos quedemos atrapados los vemos, empezamos a entender el modo
en que la alegría
compartida y altruista nos puede liberar.
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