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Las dos alquimias.
Hemos señalado ya la
existencia de dos distintas clases de alquimia: una externa y otra interna,
una exotérica y otra esotérica. La primera, a la que podríamos llamar
"Alquimia pública", ya que es la más conocida, que busca como fin primordial
conseguir la famosa piedra filosofal (o simplemente La Piedra), maravilloso
material entre cuyos inefables poderes se cuenta la virtud de transformar
los metales "viles", es decir, el hierro, cobre. zinc, plomo, mercurio, en
metales preciosos: oro y plata. A veces, esta piedra es conocida también
como el Disolvente Universal, y también algunas veces, erróneamente, como el
Elixir de larga vida.
Muchas veces, estos
pretendidos alquimistas exotéricos no eran más que estafadores que
intentaban aprovecharse de los incautos, lo cual fue causa de muchas de las
persecuciones a que se vio sometida la Alquimia y de buena parte de su
descrédito. La existencia de estos falsos alquimistas no quiere decir, sin
embargo, que no hubiera otros alquimistas exotéricos honestos y entregados
lealmente a su labor, dedicando toda su vida a la búsqueda de estas panaceas
que, a juzgar por los libros, casi nunca llegaron a conseguir.
La Alquimia
esotérica, por su parte, es más una filosofía que un arte, y nació
gradualmente de la idea de que solamente por medio de la gracia y del favor
divino podía llegarse a conseguir los logros alquímicos. Esto llevó pronto a
una inversión de los valores, hasta el punto de que para los alquimistas
esotéricos la transmutación de los metales no era más que un medio a través
del cual buscaban una transmutación interior.
Pero de esto ya
hablaremos más adelante. Vamos a ver, primero, la Alquimia tradicional,
aquella que tiene por misión principal conseguir los tres objetivos ya
descritos: la Piedra Filosofal, el Elixir de larga vida y el Disolvente
Universal.
Los
alquimistas fraudulentos.
El procedimiento
habitual de estafar mediante la alquimia era el de interesar a un hombre
poderoso, generalmente un clérigo (la clerecía es aún hoy la presa favorita
para el arte de los estafadores) y emplear la técnica inmemorial del
charlatán para llevarlo a solicitar una demostración. El engañabobos se
proveía de antemano con algo de oro y plata. Preparaba un horno, adquiría
mercurio y un crisol, llenaba el crisol con mercurio y volcaba en él el
precioso polvo, probablemente algo de cal o plomo rojo. Mientras tanto, se
había introducido algo de oro o plata genuinos en un pedazo de carbón de
leña o en una hendidura en la punta de una varilla de agitar y sujeto con
cera negra. Se calentaba el horno; se ponía en su sitio el carbón preparado
sobre el crisol, o bien se usaba la varilla. La cera se derretía y el metal
precioso caía dentro del mercurio; al aumentar el calor, el mercurio se
volatilizaba, dejando la plata o el oro derretido en el crisol. ¿Hacía falta
algo más como prueba? El incauto se desprendía fácilmente de grandes sumas
para la adquisición de materiales de laboratorio y mercurio, o pagaba una
gran suma por la receta para hacer la piedra... tras lo cual no volvía a ver
más al fraudulento alquimista.

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