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La señal.
La Señal. He aquí el
momento más importante del que nos hablan todos los alquimistas. La
naturaleza de esta señal no es aclarada de un modo completo en los textos,
pero sí dicen todos ellos que cualquier alquimista sabrá reconocerla en el
momento en que se produzca. Algunos libros nos hablan de la formación de
cristales en la superficie de la mezcla: "unos hermosos cristales en forma
de estrella". Pero la mayoría nos hablan de una señal más impresionante y
espectacular: "En la superficie de la mezcla se formará una capa oscura.
Esta capa se desgarrará en un determinado momento, y dejará ver bajo ella el
metal luminoso de los alquimistas, un metal en el que parecerán reflejarse
todas las estrellas del firmamento".
El alquimista sabrá
entonces que va por buen camino... pero su trabajo aún no habrá terminado.
El metal brillante debe ser retirado de su crisol, y es preciso entonces
dejarlo "madurar", encerrándolo en un recipiente hermético, lejos del aire y
de la humedad. Se inicia entonces la tercera fase de las operaciones, en la
que hay que alcanzar en la mezcla primeramente el "estadio de putrefacción"
(es decir, que la mezcla adquiera un color negruzco, llamado "ala de
cuervo"), y más tarde el "estadio de resurrección" (es decir, que adquiera
un color blanco). Todo esto se consigue calentando cuidadosa y
progresivamente el recipiente hermético dentro del atanor. Pero hay, que
tener gran cuidado en esta última fase, ya que si el calor es excesivo o su
graduación no es la adecuada, el recipiente puede estallar, liberando
entonces una desusada energía. Esta es la explicación de algunas de las
terroríficas explosiones que se han registrado en determinados laboratorios
alquímicos, y que han recogido las crónicas de todas las edades...

"Medalla
acuñada en oro alquímico ante su Alteza Serenísima Carolo Philippo, conde de
Palatinado en la Renania, el 31 de diciembre de 1716. Según reza la
inscripción de la medalla, el metal había sido obtenido por transmutación
del plomo".
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