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La necesidad de creer.
Podríamos seguir
relatando casos de transmutaciones célebres durante mucho tiempo. Podríamos
relatar la transmutación que llevó a cabo el emperador fernando III gracias
a la Piedra que le llevó el alquimista Richthausen, discípulo de
Labujardière (de quien la obtuvo), o la efectuada por el escocés Alejandro
Sethon para convencer a dos escépticos a ultranza, Wolfgang Dienheim y el
profesor Zwinger, de la Universidad de Basilea. Pero una relación de este
tipo sería demasiado larga y fatigosa, con la repetición constante de unos
mismos acontecimientos: la transformación del plomo o del mercurio en oro,
gracias a la proyección de unos polvos misteriosos calificados como la
Piedra filosofal.
Pero el
conjunto de todos estos relatos nos hacen ver una necesidad: la necesidad de
creer. Es difícil sustentar, a lo largo de tantos años y a través de tantas
personas, un engaño, una mentira, sino se tiene más que la esperanza o la
ambición. Tal vez todos estos relatos sean imaginarios, pero su número es
demasiado abrumador, sin tener en cuenta que algunos de ellos son
precisamente obra de personas escépticas, a las que sería difícil engañar.
Cabe pensar más bien que, junto con los charlatanes, los defraudadores, los
falsos iluminados y los que buscaban satisfacer su codicia mediante la
obtención del oro alquímico, tenía que haber otras personas (quizá una
minoría, pero fundamentales de todos modos) que se dedicaran realmente a la
búsqueda de la Piedra filosofal. Algunos morirían sin conseguirlo, pero
otros no. Algunos de ellos lograron realmente sus propósitos. Por supuesto,
el misterio de su veracidad quedará en último término en el aire... ya que
los testimonios existentes no son todo lo definitivos que exigirá la ciencia
actual. Pero, de todos modos, las pruebas existentes son en número
suficiente como para permitir una duda razonable sobre el sistemático
fracaso que preconizan los autores de mentalidad científica y racionalista
que han intentado viviseccionar la Alquimia para llegar a sus más profundas
interioridades.

Ouroboros, la
serpiente que se muerde la cola, simboliza para los alquimistas la unidad de
la materia (al igual que la circunferencia) Para otros ocultistas, es el
fluido universal o la renovación perpetua de la Naturaleza.
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