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TRÁFICO DE ARMAS
En
esta Tierra los seres humanos se asesinan unos a otros en innumerables
conflictos. Y cualquiera puede acceder con facilidad a casi todos los tipos
de armamento. Millones de personas han muerto y millones de ellas morirán a
causa de las armas. Sin duda, muchísimas más que las que pudieran causar
todas las droga. Casi todas la víctima son civiles, mujeres y niños. Toda
una heroicidad.
Es preciso
reflexionar sobre la libertad y la impunidad del tráfico de armas. Tráfico
que puede ser lícito o ilícito, tanto da, porque ambos alimentan los
horrores sangrientos que asolan la Tierra. Nadie se ha propuesto en serio
termimar con la fabricación y el suministro de armas a los que se preparan
para matar.
Existe un
mercado internacional de armas compuesto por productores, intermediarios y
compradores donde se respira un ambiente de cooperación y complicidad. La
mayoría de los países vendedores son las principales democracias del mundo.
No deja de sorprender que mientras la comunidad internacional -eufemismo que
camufla a los países más ricos y poderosos del mundo- persigue con ahínco y
espíritu de cruzada la elaboración y contrabando de sustancias decretadas
ilegales -conocidas como drogas-, al mismo tiempo mire hacia otro lado
cuando se trata de tráfico de armas, ya sea lícito o ilícito.
Se
comercia con las armas a cambio de divisas fuertes y bienes como diamantes y
otras piedras preciosas, drogas y otros artículos de contrabando. Las armas
suelen ser relativamente baratas, mortíferas, portátiles, fáciles de
ocultar, resistentes y tan fáciles de manejar que las han utilizado en los
combates niños de tan sólo 10 años.
Cientos de
millones de ellas circulan alegremente por el mundo. Revólveres, pistolas
automáticas, fusiles automáticos y semiautomáticos, fusiles de asalto,
morteros, lanzaproyectiles personales, granadas, otras bombas de mano y
minas antipersonas. Por no hablar de la maquinaria pesada construida para
matar. Todo un arsenal que utilizan grupos terroristas, narcotraficantes,
paramilitares, milicias irregulares, mercenarios, delincuentes organizados,
funcionarios corruptos y ejércitos del mundo entero.
De la masa ingente de armas que se fabrican, partidas considerables son
trasladadas de su lugar de carga o transporte legal a buques o aviones
incontrolados con destinos ilegales; se revenden a terceros no conocidos ni
controlados; se falsifican los documentos de venta, transporte y destino
final o, simplemente, se roban de arsenales militares o de depósitos de
empresas. Así de fácil. No habría tráfico ilícito de armas si no hubiera
tanto tráfico legal y bendecido ni fuera tan pingüe negocio. Para que el
tráfico ilegal sea posible se necesitan funcionarios corruptos, pero también
comerciantes internacionales, legalmente inscritos, que no se avergüencen de
hacer negocios en ambas orillas, tanto la lícita como la ilegal.
Pero también
es imprescindible la complicidad, aunque sea por omisión, de la llamada
comunidad internacional. Si no fuera así ninguna milicia irregular podría
disponer de armas de modelos avanzados y técnicas refinadas, así como toda
la munición que necesitan. Una coartada o camuflaje de los gobiernos
civilizados para que el comercio de armas sea una jungla es que, puesto que
las armas tienen que ver con la inefable seguridad nacional, todo lo que a
su comercio se refiere exige alto grado de confidencialidad y cualquier
información ha de ser clasificada –secreta-, es decir, hurtada a los
ciudadanos, quienes deberían ser los auténticos depositarios del poder
político.
Mas poco se
puede esperar de un sistema que gasta anualmente miles de millones de
dólares al año en armas. Justo lo que se necesita para acabar con el hambre,
el analfabetismo, la falta de agua potable, la ausencia de medidas
sanitarias así como el establecimiento de sistemas de salud y planificación
reproductivas en los países pobres y empobrecidos. Y durante decenas de
años.
En realidad,
como en todos los problemas que azotan al ser humano en esta Tierra, el
problema no se encuentra en “los malos” del mundo -narcos, terroristas y
otras gentes de mal vivir-, que también lo son. El problema radica en el
Poder, que ahora se sustenta en la actual versión neoliberal del
capitalismo. Por codicioso e hipócrita, el Poder y sus cómplices devienen
estúpidos y suicidas.
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