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Arte, belleza y creación.
La mayor parte de nosotros constantemente tratamos de huir de nosotros
mismos; y como el arte ofrece una manera fácil y respetable de conseguirlo,
juega un papel importantísimo en las vidas de muchas personas. En el deseo
de olvidarse de sí mismos, algunos se vuelven artistas, otros se dan a la
bebida, mientras otros siguen doctrinas religiosas, misteriosas y
fantásticas.
Cuando consciente o inconscientemente, nos valemos de algo para huir de
nosotros mismos, nos hacemos esclavos de ello. Depender de una persona, de
un poema, o de cualquier otra cosa, como medio de escape de nuestras penas y
ansiedades, aunque enriquece momentáneamente, sólo crea más conflictos y
contradicciones en nuestras vidas.
El estado de creación no puede existir donde hay conflicto; y la verdadera
educación debe por lo tanto ayudar al individuo a encararse con sus
problemas, y no a glorificar los medios de escape; debe ayudarle a entender
y eliminar el conflicto, porque sólo entonces se manifiesta este estado de
creación.
El arte divorciado de la vida no tiene gran significación. Cuando el arte
está separado de nuestro diario vivir, cuando hay una laguna entre nuestra
vida instintiva y nuestros esfuerzos en el lienzo, en el mármol o en la
palabra, entonces el arte se convierte simplemente en la expresión de
nuestro deseo superficial de escapar de la realidad de lo que “es”. Llenar
esta laguna es muy difícil, especialmente para los que son talentosos y
técnicamente hábiles; pero es sólo cuando llenamos esta laguna que la vida
se integra y el arte se convierte en la expresión integral de nosotros
mismos.
La mente tiene el poder de crear ilusiones; y cuando no se entienden sus
procedimientos, buscar inspiración es provocar la propia decepción. La
inspiración viene cuando estamos receptivos, no cuando la buscamos. Intentar
por medio de un estímulo cualquiera tener inspiración, conduce a toda clase
de vanas ilusiones.
A menos que uno esté consciente de la significación de la existencia, la
capacidad o el talento acentúa y destaca el yo y sus anhelos. Tiende a hacer
al individuo egocéntrico y separatista; él se siente como entidad aparte,
como ser superior, todo lo cual engendra males y produce lucha y dolor. El
yo es un fardo de muchas entidades, cada una opuesta a las otras. Es un
campo de batalla de deseos conflictivos, un centro de lucha constante entre
“lo mío” y “lo no mío”; y mientras demos importancia la yo, al “mí” y a “lo
mío”, aumentarán los conflictos dentro de nosotros y en el mundo.
Un verdadero artista está por encima de la vanidad del yo y de sus
ambiciones. Tener la facultad de una brillante expresión, y no obstante
dejarse atrapar por las debilidades mundanas, hacen de la vida una
contradicción y una lucha. El elogio y la adulación, cuando se toman a
pecho, inflan el ego y destruyen la receptividad; y el culto del éxito en
cualquier campo resulta indudablemente en detrimento de la inteligencia.
Cualquier tendencia o talento que contribuye al aislamiento, cualquier forma
de la propia identificación, no importa lo estimulante que sea,
desnaturaliza la expresión de la sensibilidad y causa insensibilidad. La
sensibilidad se embota cuando el talento se vuelve personal, cuando se da
importancia al “mí” y a “lo mío”. “Yo pinto”, “yo escribo”, “yo invento”. Es
sólo cuando nos damos cuenta de todos los movimientos de nuestro pensar y de
nuestro sentir en nuestras relaciones con la gente, con las cosas y con la
naturaleza, que la mente se abre y se hace flexible y no está trabada por
las demandas y los deseos de la propia protección; sólo entonces, sin los
estorbos del yo, puede haber sensibilidad para captar lo feo y lo bello.
La sensibilidad a la fealdad y a la belleza no es el resultado de la
afición; surge con el amor, cuando no hay conflictos creados por el yo.
Cuando somos interiormente pobres, nos entregamos a toda clase de
ostentación de riquezas, poder y posesiones. Cuando nuestros corazones están
vacíos, coleccionamos objetos. Si tenemos los medios para ello, nos rodeamos
de objetos que consideramos bellos, y por atribuirles enorme importancia,
somos responsables de gran miseria y destrucción.
El espíritu adquisitivo no es el amor a la belleza: nace del deseo de
seguridad, pero tener seguridad es ser insensible. El deseo de seguridad
crea el temor, y pone en movimiento un proceso de aislamiento que levanta
paredes de resistencia alrededor de nosotros, que impiden toda sensibilidad.
No importa lo bello que sea un objeto, pronto pierde su atracción para
nosotros; nos acostumbramos a él, y lo que antes era un placer se convierte
en algo hueco e insípido. La belleza está todavía allí, pero ya no la vemos;
fue absorbida por la monotonía del diario vivir.
Puesto que nuestros corazones están marchitos y nos hemos olvidado de ser
bondadosos, de contemplar las estrellas, los árboles y el reflejo de las
aguas, necesitamos el estímulo de las pinturas y de las joyas de los libros
y de infinidad de diversiones. Constantemente buscamos nuevas excitaciones,
nuevas emociones; anhelamos una variedad siempre en aumento de sensaciones.
Es este deseo y la satisfacción del mismo lo cansa y embota la mente y el
corazón. Mientras busquemos sensaciones, las cosas que llamamos bellas o
feas tienen sólo una significación superficial. Sólo hay goce duradero
cuando podemos acercarnos a todas las cosas como si fueran nuevas, lo cual
no es posible mientras seamos prisioneros de nuestros deseos. El ansia de
sensación y halago impiden la percepción de lo que es siempre nuevo. La
sensación puede comprarse, pero no el amor a lo bello.
Cuando nos damos cuenta de la vaciedad de nuestras mentes y de nuestros
corazones, sin huir de ella para caer en otros estímulos y sensaciones,
cuando estamos en franca receptividad, altamente sensitivos, sólo entonces
puede haber creación y sólo entonces podremos encontrar el júbilo creador.
Cultivar lo externo sin entender lo interno, inevitablemente crea aquellos
valores que llevan al ser humano a la destrucción y al dolor.
Aprender una técnica puede darnos un buen puesto, pero no nos hará
creadores; mientras que si hay júbilo, si hay fuego creador, encontrará
medio de expresarse; uno no necesita estudiar un método de expresión. Cuando
uno quiere realmente escribir un poema, lo escribe; si se domina la técnica
mucho mejor; pero ¿para qué recalcar lo que es simplemente un medio de
comunicación, si uno no tiene nada que decir? Cuando hay amor en nuestros
corazones, no buscamos un método para expresar en palabras nuestros
pensamientos o emociones.
Los grandes artistas y los grandes escritores pueden crear; pero nosotros
no, somos meros espectadores. Leemos un gran número de libros, oímos música
excelente, contemplamos obras de arte, pero nunca sentimos directamente lo
sublime; nuestra vivencia ocurre siempre a través de un poema, de un cuadro,
o de la personalidad de un santo. Para cantar tenemos que sentir una canción
en el corazón: pero habiendo perdido la canción, buscamos al cantor. Sin un
intermediario nos sentimos perdidos; pero tenemos que perdernos antes de
poder descubrir algo. El descubrimiento es el principio de la creación; y
sin la creación, hagamos lo que hagamos, no puede haber paz ni felicidad
para el ser humano.
Creemos poder vivir felizmente, creativamente, si aprendemos un método, una
técnica, un estilo; pero la felicidad creativa sólo surge cuando hay riqueza
interna; no puede conseguirse por ningún sistema. El mejoramiento del yo,
que es otro medio de seguridad del “mí” y de “lo mío”, no es creativo, ni es
el amor de la belleza. La facultad creadora surge cuando hay constante
comprensión de las manifestaciones de la mente y de los obstáculos que ha
forjado para sí misma.
La libertad de crear surge con el propio conocimiento; pero el conocimiento
propio no es un don. Se puede ser creativo sin poseer ningún talento
particular. La creación es un estado del ser del cual se han ausentado los
conflictos y las tristezas del yo, un estado en el cual la mente no está
encerrada en las exigencias y las pesquisas del deseo.
Ser creativo no es simplemente producir poemas, estatuas o hijos. Es
encontrarse en aquel estado del ser en el cual se manifiesta la verdad. La
verdad se manifiesta cuando hay cesación completa del pensamiento, y el
pensamiento cesa sólo cuando el yo está ausente, cuando la mente ha dejado
de crear; es decir, cuando no es prisionera de sus propias ambiciones.
Cuando la mente está totalmente en reposo, sin haber sido coaccionada o
adiestrada en la quietud, cuando está en silencio porque el yo está
inactivo, entonces hay creación.
El amor a lo bello puede expresarse en una canción, en una sonrisa, o en el
silencio; pero la mayor parte de nosotros no nos sentimos inclinados al
silencio. No tenemos tiempo para contemplar las aves, las nubes que pasan
porque estamos muy ocupados con nuestros empeños y placeres. Cuándo no hay
belleza en nuestros corazones, ¿cómo podemos ayudar a los niños a ser
sensibles y a estar alertas? Tratamos de ser sensibles a la belleza al mismo
tiempo que huimos de lo feo; pero el huir de lo feo nos hace insensibles. Si
queremos desarrollar la sensibilidad de los niños, tenemos que ser sensibles
a la belleza y a la fealdad y debemos aprovechar toda oportunidad para
despertar en ellos el júbilo que hay en contemplar no sólo la belleza creada
por el ser humano, sino también la belleza de la naturaleza. |
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