La Esencia de
la Brujería
La práctica de la
brujería era en realidad sinónima de perpetuación del culto a la naturaleza,
a través de la cual trataban de entrar en relación con otras naturalezas
superiores que se manifestaban en forma de fuerzas desconocidas. En aquel
momento, el hombre anhelaba alcanzar elevadísimos objetivos que no podía
obtener por sus limitados medios físicos; quizás el principal empeño de los
seguidores de la brujería era lograr vivir en libertad, cosa que el
feudalismo y el cristianismo les impedían constantemente.
A lo que los
inquisidores cristianos llamaban brujería era en realidad la práctica de las
religiones autóctonas de la Tierra. Cuando se luchaba contra la brujería, no
se estaba haciendo más que batallar contra una invencible religión
ancestral. De este modo fue necesaria la artificial introducción de la
figura del Diablo, que originalmente no tenía ninguna relación con las
antiguas religiones. El Diablo, el mal, era el elemento clave para
desacreditar a quienes no se sentían cristianos y la excusa ineludible para
exterminar a éstos y a la herética cultura cosmogónica que habían heredado.
La brujería,
entendiéndola únicamente como culto a la Naturaleza, empezó a practicarse en
forma de rito mágico-religioso en las reuniones de druidas, hace unos 5.000
años. Estos brujos eran los componentes de la casta intelectual, y
representaban la figura del sabio-sacerdote-mago propia del pueblo celta. Su
filosofía esotérica del mundo y sus conocimientos mágicos arraigaron
profundamente en la mayoría de las tribus del continente europeo. Sus
tradiciones se perpetuaron a través de los siglos hasta llegar al fatídico
siglo XV, época en la que un cristianismo violento y expansionista decidió
acabar con las sucesivas explosiones heréticas populares, que se producían,
y no por casualidad, exactamente en los mismos lugares en los que
ancestralmente se habían celebrado los cultos paganos.
Queda así el culto a
la Naturaleza como génesis de todo el fenómeno brujeril. En realidad este
culto consistió en una cosmogonía que tiene al Sol como gran dios hacedor de
luz y dador de vida, representado en la Tierra por la Madre Naturaleza, la
cual proporcionaba comida. De la misma necesidad de alimentación surgió el
culto a la caza, entendiendo esta tarea como acto mágico; y enseguida
apareció un dios de la caza simbolizado en forma de animal totémico con
cuernos, con los que indicaba su fortaleza y bravura. Esta figura evolucionó
hasta llegar al macho cabrío, bestia que adoraron los viejos euskaldunaks y
a la que llamaron Akerra.
El Akerra o macho
cabrío negro era venerado en un ritual de fertilidad las noches de
plenilunio, para que la diosa lunar les iluminara con sus rayos femeninos y
facilitara la fecundación de la Tierra y la procreación de todas sus
criaturas, manteniendo constante de este modo el ciclo vital del Universo.
Aún hoy en día, el macho cabrío continúa siendo el animal protector del
ganado y del bosque en algunas zonas forestales.
Por derivación
etimológica, el lugar donde se celebraban los cultos a la Naturaleza recibió
el nombre de aquelarre. En un principio, nada tenía que ver con el maléfico
esta inocente descripción geográfica (el prado del macho cabrío). Mas con el
tiempo, esta hermosa palabra fue adquiriendo nuevas connotaciones de un modo
que está concisamente narrado por el antropólogo vasco José Mari Apalategui:
El sentido
etimológico del término "Aquelarre" en la lengua vasca es el siguiente: AKE
LARREN LARREA que quiere decir "el prado del macho cabrío", pero también
tiene otra acepción: "el lugar en donde se reúnen las personas que
participan en el Aquelarre"; y tiene hasta un tercer sentido simbólico que
es importantísimo, "la celebración de cultos heterodoxos en contraposición a
la celebración de cultos de la religión cristiana", bien fuera en su versión
católica como también en la versión del protestantismo. Resumiendo, el
término "Aquelarre" significaba el origen o manifestación de un sentido de
rebeldía contra las normas establecidas, y que ha trascendido hasta nuestros
días a través de los medios de la religión cristiana.
Eso es, en verdad, lo
cierto de la tenebrosa brujería: un simple culto natural practicado por los
pueblos que no quisieron abandonar sus viejas tradiciones. La resistencia la
pagaron cara; con el tiempo, a las persecuciones se fueron añadiendo nuevas
imputaciones. Todo ello provocó que las prácticas no cristianas fueran
exterminadas, pero nadie podrá borrar jamás el hecho de que la brujería se
hubiese cimentado sobre la religión más antigua del mundo hasta formar parte
de ella.
Todos recordamos
cuentos infantiles en los que algún protagonista se encuentra -al amanecer,
casi siempre- con la bruja del pueblo, dedicada a recoger hierbas para sus
pociones en las cercanías de un arroyo o en un claro del bosque. Con esas
hierbas confeccionaría después los bebedizos para curar el dolor de espalda
o el mal de amores, para cicatrizar la herida o para que el hijo volviera
sano y salvo de la guerra. No conviene olvidar que durante la Baja Edad
Media y el Renacimiento el mundo campesino vivió librado a sus propios
medios y estas brujas, con conocimientos que debían pasar de madres a hijas,
era lo más parecido a un médico, psicólogo y hasta abogado de que disponían
las sencillas e ignorantes gentes de las aldeas perdidas de la Europa de la
época.
Esto de las hierbas
puede explicar, además, la persistencia de ciertos "delitos" que aparecen en
las confesiones. Casi todas las brujas afirmaban volar, pero la moderna
farmacopea ha descubierto que varias de las hierbas que usaban con más
frecuencia, como la belladona, tiene efectos alucinógenos. Si pudiéramos
resucitar a algún inquisidor y hacerle escuchar el relato de quien ha
utilizado LSD, el inquisidor no dudaría que está ante un brujo o un poseso.
De modo que quizá las pobres brujas no eran más que unas curanderas que
acabaron por creerse las alucinaciones que aparecían en sus fugas de la
realidad, realizadas por medio de las drogas que se hallaban a su alcance.

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