Pero es posible que la persona se sienta más predispuesta, más inclinada a
buscar esa aproximación hacia el ser absoluto, total, hacia Dios. Muy bien,
lo primero que hemos de decir respecto a eso es que la persona debería darse
cuenta de que, hasta ahora, su formación ha sido la de oír hablar y aprender
a actuar respecto a Dios siempre desde un ángulo exclusivamente moral, es
decir, lo que está bien y lo que está mal, lo que me hace ser bueno y lo que
me hace ser malo. Esa visión exclusiva del aspecto moral es correcta, pero
es insuficiente; es demasiado parcial. Dios no es solamente el Sujeto
Absoluto del bien, sino también el Centro Absoluto de todas, absolutamente
todas, las cualidades y realidades positivas que existen. Por lo tanto,
hemos de aprender a reeducar nuestra mente respecto a Dios, en el sentido de
saber descubrir que Dios es, en primer lugar, la Fuente Absoluta,
omnipotente, de nuestra energía, de nuestra fuerza, de nuestra seguridad, de
nuestra positividad, porque Dios es la fuente de todo ser y la fuente de
toda potencia; es la Potencia Absoluta. Por lo tanto, todo lo que en un
grado u otro es fuerza, es potencia, es energía, o es conciencia de energía
o de potencia, es algo que tiene como único centro y como único origen en
cada instante a Dios.
Tenemos que abrir nuestra mente a Dios como Sabiduría
Omnisciente. Esto ya se dice, pero no se hace. Quiere decir que Dios es la
fuente de toda Verdad, de todo conocimiento, de toda intuición, de toda
idea correcta, tanto en el aspecto más concreto como en el más superior;
quiere decir que Dios es la fuente de toda eficacia en el aspecto
inteligente. Toda verdad que soy capaz de ver como verdad, toda cosa
correcta que somos capaces de ver como correcta, es gracias a esa Sabiduría
que nos está viniendo de Dios; por lo tanto, Dios es la fuente de nuestra
energía, de nuestro poder, de nuestro ser, de nuestro saber, de nuestra
intuición, en todos, absolutamente en todos, los aspectos de la vida.
Es decir, hemos estado monopolizados por una visión
puramente moralista. Esto, en sí, está muy bien; la moral es necesaria, es
parte esencial del bien; pero es sólo un aspecto. En este caso, el ser
humano se encuentra con que, ante las demás exigencias de la vida, no sabe
referirse a Dios; le parece que a Dios debe dirigirse siempre en un tono
moral, “quiero ser bueno”, “quiero amar”, “quiero que tú me ames”, “quiero
corregirme de mis defectos”, “pido perdón por mis errores, por mis
culpas...”. Siempre hay ese tono, porque es el único que se nos ha inducido,
el único que se nos ha repetido, reiterado, y en ocasiones impuesto de una
manera exhaustiva y opresiva.
Cuando uno descubre que Dios es la fuente de todo cuanto
es en todos los aspectos positivos, es decir en todos los aspectos reales
que es, y que todo lo negativo no es nada más que una disminución o una
ausencia relativa de lo positivo, entonces Dios adquiere una significación
muchísimos más amplia, más importante, más central en toda nuestra vida.
Entonces ya no es posible hacer esa distinción, que por desgracia se hace
constantemente, entre la vida religiosa y la vida diaria, entre nuestros
negocios, nuestros compromisos sociales, obligaciones, aficiones
intelectuales, gustos, recreos y nuestros placeres; es imposible hacer esta
separación. Uno se da cuenta de que Dios es realmente el centro de toda cosa
posible que una pueda hacer, porque toda capacidad de hacer nos viene de
Dios; pero, además, también viene de Dios la cosa concreta que yo sea capaz
de hacer.
Entonces es cuando ocurre que Dios es realmente nuestro
Dios; porque, hasta ahora, Dios es solamente uno de nuestros dioses. Dios es
nuestro dios en el aspecto del bien, y aún del bien supremo, pero, en el
aspecto de la vida diaria, tenemos otros dioses, tenemos nuestra buena fama,
tenemos una posición económica asegurada, tenemos una salud, tenemos una
serie de cosas que son para nosotros objetivo en su propio plano.
No sé si se ha reflexionado suficientemente en estos
aspectos, pero, en ocasiones, incluso cuando la vida espiritual es sincera,
se vive de una manera tan parcial, tan estrangulada, tan pequeña y tan
minimizada, que no es extraño que luego vengan tantos conflictos, debidos
precisamente a esta parcialidad, y que las exigencias más expansivas de la
vida moderna de hoy en día hagan que la persona se sienta más lejos de este
Dios puramente moral que le han enseñado y con el que ha intentado ponerse
en contacto mediante sus oraciones.
Dios es la fuerza viviente que está detrás absolutamente
de todo cuanto existe. Dios es la Inteligencia que está regulando cada cosa
que es y que sigue siendo. Dios es el gozo infinito, es la fuente de todo
placer, de toda satisfacción, de toda felicidad, de toda alegría. Si nos
damos cuenta de este carácter absoluto que tiene Dios, entonces podremos
relacionar todos los aspectos de nuestra vida con esta Fuente Absoluta.
Esto es posible que a algunas personas les produzca
cierta inquietud, porque les parece que tienen que obligarse a ver los
aspectos, diríamos, corrientes de su vida diaria como incluidos en el
aspecto moralista, que hasta ahora era el único que se vivía como religioso,
y no es así; lo que tienen que hacer es ensanchar su visión, su perspectiva
de Dios y, por tanto, sus relaciones conscientes con Él, para ver que Dios
abarca absolutamente todo, que Dios es el dios del buen humor, de la
habilidad en los negocios, en la técnica y en el arte, que Dios es la fuente
de todo cuanto existe de positivo, la fuente que está suministrando todo lo
que está funcionando, la fuente viva e ininterrumpida que está manando hasta
en el hecho más concreto y material de cada momento.
En este sentido, la vida puede ser una gran ayuda, es
decir debería ser una ayuda total y definitiva para transformar a la
personalidad y, por tanto, para eliminar todos los estados negativos
pasados, presentes y posibles en el futuro. Para ello es preciso que la
persona deje de pensar en Dios de un modo puramente teórico e hipotético y
aprenda a abrir su conciencia experimental a Dios.