EL CAMINO DEL
GUERRERO I
1
Cuando por primera vez fui a los hombres cometí la tontería propia de los
eremitas, la gran tontería: me instalé en el mercado.
Y cuando hablaba a
todos no habla a nadie. Y por la noche tuve como compañeros a volatineros y
cadáveres; y yo mismo era casi un cadáver.
Mas a la mañana
siguiente llegó a mí una nueva verdad: entonces aprendí a decir «¡Qué me
importan el mercado y la plebe y el ruido de la plebe y las largas orejas de
la plebe!»
Vosotros hombres
superiores, aprended esto de mí: en el mercado nadie cree en hombres
superiores. Y si queréis hablar allí, ¡bien! Pero la plebe dirá parpadeando
«todos somos iguales».
«Vosotros hombres
superiores, -así dice la plebe parpadeando- no existen hombres superiores,
todos somos iguales, el hombre no es más que hombre, ¡ante Dios todos somos
iguales!».
¡Ante Dios! - Mas
ahora ese Dios ha muerto. Y ante la plebe nosotros no queremos ser iguales.
¡Vosotros hombres superiores, marchaos del mercado!
2
¡Ante
Dios! - ¡Mas ahora ese Dios ha muerto! Vosotros hombres superiores, ese Dios
era vuestro máximo peligro.
Sólo desde que él
yace en la tumba habéis vuelto vosotros a resucitar. Sólo ahora llega el
gran mediodía, sólo ahora se convierte el hombre superior - ¡en señor!
¿Habéis entendido
esta palabra, oh hermanos míos? Estáis asustados: ¿sienten vértigo vuestros
corazones? ¿Veis abrirse aquí para vosotros el abismo? ¿Os ladra aquí el
perro infernal?
¡Bien! ¡Adelante!
¡Vosotros hombres superiores! Ahora es cuando la montaña del futuro humano
está de parto. Dios ha muerto: ahora nosotros queremos -que viva el
superhombre.
3
Los
más preocupados preguntan hoy: «¿Cómo se conserva el hombre?» Pero
Zaratustra pregunta, siendo el único y el primero en hacerlo: «¿Cómo se
supera al hombre?»
El superhombre es lo
que yo amo, él es para mí lo primero y lo único, - y no
el hombre: no el prójimo, no el más pobre, no el que más sufre, no el mejor.
-
Oh hermanos míos, lo
que yo puedo amar en el hombre es que es un tránsito y un ocaso. Y también
en vosotros hay muchas cosas que me hacen amar y tener esperanzas.
Vosotros habéis
despreciado, hombres superiores, esto me hace tener esperanzas. Pues los
grandes despreciadores son los grandes veneradores.
En el hecho de que
hayáis desesperado hay mucho que honrar. Porque no habéis aprendido cómo
resignaros, no habéis aprendido las pequeñas corduras.
Hoy, en efecto, las
gentes pequeñas se han convertido en los señores: todas ellas predican
resignación y modestia y cordura y laboriosidad y miramientos y el largo
etcétera de las pequeñas virtudes.
Lo que es de especie
femenina, lo que procede de especie servil y, en especial, la mezcolanza
plebeya: eso quiere ahora enseñorearse de todo destino del hombre ¡oh
náusea! ¡náusea! ¡náusea!
Eso
pregunta y pregunta y no se cansa: «¿Cómo se conserva el hombre, del modo
mejor, más prolongado, más agradable?» Con esto - ellos son los señores de
hoy.
pregunta y
pregunta y no se cansa: «¿Cómo se conserva el hombre, del modo mejor, más
prolongado, más agradable?» Con esto - ellos son los señores de hoy.
Superadme a estos
señores de hoy, oh hermanos míos, - a estas gentes pequeñas: ¡ellas son el
máximo peligro del superhombre!
¡Superadme, hombres
superiores, las pequeñas virtudes, las pequeñas corduras, los miramientos
minúsculos, el bullicio de hormigas, el mísero bienestar, la «felicidad
de los más»!
Y antes desesperar
que resignarse. Y, en verdad, yo os amo porque no sabéis vivir hoy,
¡vosotros hombres superiores! Ya que así es como vosotros
vivís - ¡del modo mejor!
4
¿Tenéis valor, oh hermanos míos? ¿Sois gente de corazón? ¿No
valor ante testigos, sino el valor del eremita y del águila, del cual no es
ya espectador ningún Dios?
A las almas frías, a
las acémilas, a los ciegos, a los borrachos, a esos yo nos lo llamo gente de
corazón. Corazón tiene el que conoce el miedo, pero domeña el miedo,
el que ve el abismo, pero con orgullo.
El que ve el abismo,
pero con ojos de águila, el que aferra el abismo con garras de
águila: ése tiene valor. --
5
«El
hombre es malvado» - así me dijeron, para consolarme, los más sabios. ¡Ay,
si eso fuero hoy verdad! Pues el mal es la mejor fuerza del hombre.
«El hombre tiene que
mejorar y que empeorar» esto es lo que yo enseño. Lo peor es necesario para
lo mejor del superhombre.
Para aquel predicador
de las pequeñas gentes acaso fuera bueno que él sufriese y padeciese por el
pecado del hombre. Pero yo me alegro del gran pecado como de mi gran
consuelo.
Esto no está dicho,
sin embargo, para orejas largas. No toda palabra conviene tampoco a todo
hocico. Estas son cosas delicadas y remotas: ¡hacia ellas no deben alargarse
las pezuñas de las ovejas!
6
Vosotros
hombres superiores, ¿creéis acaso que yo estoy aquí para arreglar lo que
vosotros habéis estropeado?
¿O que quiero
prepararos para lo sucesivo un lecho más cómodo a vosotros los que sufrís?
¿O mostraros senderos nuevos y más fáciles a vosotros los errantes,
extraviados, perdidos por los montes?
¡No! ¡No! ¡Tres veces
no! Deben perecer cada vez más, cada vez mejores de vuestra especie, - pues
vosotros debéis tener una vida siempre peor y más dura. Sólo así
-sólo así el hombre
crece hasta aquella altura en que el rayo cae sobre él y lo hace pedazos:
¡suficientemente alto para el rayo!
Hacia lo poco, hacia
lo prolongado, hacia lo lejano tienden mi mente y mi anhelo: ¡qué podría
importarme vuestra mucha, corta, pequeña miseria!
¡Para mí no sufrís
aún bastante! Pues sufrís por vosotros, no habéis sufrido aún por el
hombre. ¡Mentiríais si dijeseis otra cosa! Ninguno de vosotros sufre por
aquello por lo que yo he sufrido. -
7
No me
basta con que el rayo ya no cause daño. Yo no quiero desviarlo: debe
aprender - a trabajar para mí.
Hace ya mucho tiempo
que mi sabiduría se acumula como una nube, se vuelve más silenciosa y
oscura. Así hace toda sabiduría que alguna vez debe parir rayos.
Para estos hombres de
hoy no quiero yo ser luz ni llamarme luz. A éstos
- quiero cegarlos: ¡rayo de mi sabiduría! ¡Sácales los ojos!
8
No
queráis nada por encima de vuestra capacidad: hay una falsedad perversa en
quienes quieren por encima de su capacidad.
¡Especialmente cuando
quieren cesas grandes! Pues despiertan desconfianza contra las cosas
grandes, esos refinados falsarios y comediantes:
-hasta que,
finalmente, son falsos ante sí mismos, gente de ojos bizcos, madera
carcomida y blanqueada, cubiertos con un manto de palabras fuertes, de
virtudes aparatosas, de obras falsas y relumbrantes.
¡Tened en esto mucha
cautela, vosotros hombres superiores! Pues nada me parece hoy más precioso y
raro que la honestidad.
¿No es este hoy de la
plebe? Mas la plebe no sabe lo que es grande, lo que es pequeño, lo que es
recto y honesto: ella es inocentemente torcida, ella miente siempre.
9
Tened
hoy una sana desconfianza, ¡vosotros hombres superiores, hombres valientes!
¡Hombres de corazón abierto! ¡Y mantened secretas vuestras razones! Pues
este hoy es de la plebe.
Lo que la plebe
aprendió en otro tiempo a creer sin razones, ¿quién podría - destruírselo
mediante razones?
Y en el mercado se
convence con gestos. Las razones, en cambio, vuelven desconfiada a la plebe.
Y si alguna vez la
verdad venció allí, preguntaos con sana desconfianza: «¿Qué fuerte error ha
luchado por ella?»
¡Guardaos también de
los doctos! Os odian: ¡pues ellos son estériles! Tienen ojos fríos y secos,
ante ellos todo pájaro yace desplumado.
Ellos se jactan de no
mentir, mas incapacidad para la mentira no es ya, ni de lejos, amor a la
verdad. ¡Estad en guardia!
¡Falta de fiebre no
es ya, ni de lejos, conocimiento! A los espíritus resfriados yo no les creo.
Quien no puede mentir no sabe qué es la verdad.
10
¡Si
queréis subir a lo alto emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis que os
lleven hasta arriba, no os sentéis sobre espaldas y cabezas de otros!
¿Tú has montado a
caballo? ¿Y ahora cabalgas velozmente hacia tu meta? ¡Bien, amigo mío! ¡Pero
también tu pie tullido va montado sobre el caballo!
Cuando estés en la
meta, cuando saltes de tu caballo: precisamente en tu altura, hombre
superior - ¡darás un traspié!
11
¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! No se está grávido más que
del propio hijo.
¡No os dejéis
persuadir, adoctrinar! ¿Quién es vuestro prójimo? Y aunque obréis
«por el prójimo», - ¡no creéis, sin embargo, por él!
Olvidadme ese «por»,
creadores: precisamente vuestra virtud quiere que no hagáis ninguna cosa
«por» y «a causa de» y «porque». A estas pequeñas palabras falsas debéis
cerrar vuestros oídos.
El «por el prójimo»
es la virtud tan sólo de las gentes pequeñas: entre ellas se dice «tal para
cual» y «una mano lava la otra»: - ¡no tienen ni derecho ni fuerza de exigir
vuestro egoísmo!
¡En vuestro egoísmo,
creadores, hay la cautela y la previsión de la embarazada! Lo que nadie ha
visto aún con sus ojos, el fruto: eso es lo que vuestro amor entero protege
y cuida y alimenta.
¡Allí donde está todo
vuestro amor, en vuestro hijo, allí está también toda vuestra virtud!
Vuestra obra, vuestra voluntad es vuestro «prójimo»: ¡no os dejéis
inducir a admitir falsos valores!
12
¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! Quien tiene que dar a luz
está enfermo; y quien ha dado a luz está impuro.
Preguntad a las
mujeres: no se da a luz porque ello divierta. El dolor hace cacarear a las
gallinas y a los poetas.
Vosotros creadores,
en vosotros hay muchas cosas impuras. Esto se debe a que tuvisteis que ser
madres.
Un nuevo hijo: ¡oh,
cuánta nueva suciedad ha venido también con él al mundo! ¡Apartaos! ¡Y quien
ha dado a luz debe lavarse el alma hasta limpiarla!
13
¡No
seáis virtuosos por encima de vuestras fuerzas! ¡Y no queráis de vosotros
nada que vaya contra la verosimilitud!
¡Caminad por las
sendas por las que ya la virtud de vuestros padres caminó! ¿Cómo querríais
subir alto si no sube con vosotros la voluntad de vuestros padres?
¡Mas quien quiera ser
el primero vea de no convertirse también en el último! ¡Y allí donde están
los vicios de vuestros padres no debéis querer pasar por santos!
Si los padres de
alguien fueron aficionados a las mujeres y a los vinos fuertes y a la carne
de jabalí: ¿qué ocurriría si ese alguien pretendiese de sí la castidad?
¡Una necedad sería
ello! Mucho, en verdad, me parece para ése el que se contente con ser marido
de una o de dos o de tres mujeres.
Y si fundase
conventos y escribiese encima de la puerta: «el camino hacia la santidad»,
-yo diría: ¡para qué! ¡eso es una nueva necedad!
Ha fundado para sí
mismo un correccional y un asilo: ¡buen provecho! Pero yo no creo en eso.
En la soledad crece
lo que uno ha llevado a ella, también al animal interior. Por ello resulta
desaconsejable para muchos la soledad.
¿Ha habido hasta
ahora en la tierra algo más sucio que los santos del desierto? En torno a
ellos no andaba suelto tan sólo el demonio, - sino también el cerdo.
14
Tímidos,
avergonzados, torpes, como un tigre al que le ha salido mal el salto: así,
hombres superiores, os he visto a menudo apartaros furtivamente a un lado.
Os había salido mal una jugada.
Pero vosotros,
jugadores de dados, ¡qué importa eso! ¡No habéis aprendido a jugar y a hacer
burlas como se debe! ¿No estamos siempre sentados a una gran mesa de burlas
y de juegos ?
Y aunque se os hayan
malogrado grandes cosas, ¿es que por ello vosotros mismos - os habéis
malogrado? Y aunque vosotros mismos os hayáis malogrado, ¿se malogró por
ello - el hombre? Y si el hombre se malogró: ¡bien! ¡adelante!
15
Cuanto
más elevada es la especie de una cosa tanto más raramente se logra ésta.
Vosotros hombres superiores, ¿no sois todos vosotros - malogrados?
¡Tened valor, qué
importa! ¡Cuántas cosas son aún posibles! ¡Aprended a reiros de vosotros
mismos como hay que reír!
¡Por qué extrañarse,
por lo demás, de que os hayáis malogrado y os hayáis logrado a medias,
vosotros semidespedazados! ¿Es que no se agolpa y empuja en vosotros - el
futuro del hombre?
Lo más remoto,
profundo, estelarmente alto del hombre, su fuerza inmensa: ¿no hierve todo
eso, chocando lo uno con lo otro, en vuestro puchero?
¡Por qué extrañarse
de que más de un puchero se rompa! ¡Aprended a reiros de vosotros mismos
como hay que reír! Vosotros hombres superiores, ¡oh, cuántas cosas son aún
posibles!
Y, en verdad,
¡cuántas cosas se han logrado ya! ¡Qué abundante es esta tierra en pequeñas
cosas buenas y perfectas, en cosas bien logradas!
¡Colocad pequeñas
cosas buenas y perfectas a vuestro alrededor, hombres superiores! Su áurea
madurez sana el corazón. Lo perfecto enseña a tener esperanzas.
16
¿Cuál ha
sido hasta ahora en la tierra el pecado más grande? ¿No lo ha sido la
palabra de quien dijo: «¡Ay de aquellos que ríen aquí»?
¿Es que no encontró
en la tierra motivos para reír? Lo que ocurrió es que buscó mal. Incluso un
niño encuentra aquí motivos.
El - no amaba
bastante: ¡de lo contrario nos habría amado también a nosotros los que
reímos! Pero nos odió y nos insultó, nos prometió llanto y rechinar de
dientes.
¿Es que hay que
maldecir cuando no se ama? Esto me parece mal gusto. Pero así es cómo actuó
aquel incondicional. Procedía de la plebe.
Y él mismo no amó
bastante: de lo contrario se habría enojado menos porque no se le amase.
Todo gran amor no quiere amor: - quiere más.
¡Evitad a todos los
incondicionales de esa especie! Es una pobre especie enferma, una especie
plebeya: contemplan malignamente esta vida, tienen mal de ojo para esta
tierra.
¡Evitad a todos los
incondicionales de esa especie! Tienen pies y corazones pesados: - no saben
bailar. ¡Cómo iba a ser ligera la tierra para ellos!
17
Por
caminos torcidos se aproximan todas las cosas buenas a su meta. Semejantes a
los gatos, ellas arquean el lomo, ronronean interiormente ante su felicidad
cercana, - todas las cosas buenas ríen.
El modo de andar
revela si alguien camina ya por su propia senda: ¡por ello, vedme andar a
mí! Mas quien se aproxima a su meta, ése baila.
Y, en verdad, yo no
me he convertido en una estatua, ni estoy ahí plantado, rígido, insensible,
pétreo, cual una columna: me gusta correr velozmente.
Y aunque en la tierra
hay también cieno y densa tribulación: quien tiene pies ligeros corre
incluso por encima del fango y baila sobre él como sobre hielo pulido.
Levantad vuestros
corazones, hermanos míos, ¡arriba! ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis las
piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y
mejor aún: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!
18
Esta
corona del que ríe, esta corona de rosas: yo mismo me he puesto sobre mi
cabeza esta corona, yo mismo he santificado mis risas. A ningún otro he
encontrado suficientemente fuerte hoy para hacer esto:
Zaratustra el
bailarín, Zaratustra el ligero, el que hace señas con las alas, uno
dispuesto a volar, haciendo señas a todos los pájaros, preparado y listo,
bienaventurado en su ligereza: -
Zaratustra el que
dice verdad, Zaratustra el que ríe verdad, no un impaciente, no un
incondicional, sí uno que ama los saltos y las piruetas; ¡yo mismo me he
puesto esa corona sobre mi cabeza!
19
Levantad
vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba! ¡más arriba! ¡y no me olvidéis
tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos
bailarines, y mejor aún: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!
También en la
felicidad hay animales pesados, hay cojitrancos de nacimiento. Extrañamente
se afanan, como un elefante que se esforzarse en sostenerse sobre la cabeza.
Pero es mejor estar
loco de felicidad que estarlo de infelicidad, es mejor bailar torpemente que
caminar cojeando. Aprended, pues, de mí mi sabiduría: incluso la peor de las
cosas tiene dos reversos buenos,
-incluso la peor de
las cosas tiene buenas piernas para bailar: ¡aprended, pues, de mí, hombres
superiores, a teneros sobre vuestras piernas derechas!
-¡Olvida, pues, el
poner cara de atribulados y toda tristeza plebeya! ¡Oh, qué tristes me
parecen hoy incluso los payasos de la plebe! Pero este hoy es de la plebe.
20
Haced
como el viento cuando se precipita desde sus cavernas de la montaña: quiere
bailar al son de su propio silbar, los mares tiemblan y dan saltos bajo sus
pasos.
El que proporciona
alas a los asnos, el que ordeña a las leonas, ¡bendito sea ese buen espíritu
indómito, que viene cual viento tempestuoso para todo hoy y toda plebe, -
-que es enemigo de
las cabezas espinosas y cavilosas, y de todas las mustias hojas y yerbajos:
alabado sea ese salvaje, bueno, libre espíritu de tempestad, que baila sobre
las ciénagas y las tribulaciones como si fueran prados!
El que odia los
tísicos perros plebeyos y toda cría sombría y malograda: ¡bendito sea ese
espíritu de todos los espíritus libres, la tormenta que ríe, que sopla polvo
a los ojos de todos los pesimistas, purulentos!
Vosotros hombres
superiores, esto es lo peor de vosotros: ninguno habéis aprendido a bailar
como hay que bailar - ¡a bailar por encima de vosotros mismos! ¡Qué importa
que os hayáis malogrado!
¡Cuántas cosas son
posibles aún! ¡Aprended, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos
de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines,
¡arriba! ¡mas arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco el buen reír!
Esta corona del que
ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros hermanos míos, os arrojo esta corona!
Yo he santicado el reír; vosotros hombres superiores, aprended - ¡a
reír!
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