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La ruta de los constructores
Se vuelve a Nájera y se recupera el Camino, después de haber visitado en
Tricio la anárquica ermita de Arcas, que se construyó a partir de un
templo jupiterino y que seguramente sirvió como antro donde se celebraron
cultos de carácter gnóstico en los primeros siglos del Cristianismo. No
lejos está, aún en plena actividad, el monasterio de Cañas, en el que en
su día se rindió culto a santa Ana, la Madre por excelencia. Y poco más
allá se entra en la ciudad de Santo Domingo de la Calzada, nominada como
el santo arquitecto señero del Camino que la fundó y que dedicó su vida a
facilitar el paso de los peregrinos por una comarca plagada de
dificultades que el santo fue eliminando, construyendo trechos enteros de
la vía caminera y levantando puentes para atravesar los ríos que la
cruzaban. Su recuerdo está plagado de milagros, realizados unos en vida y
otros después de su muerte. Pero la mayor parte de ellos –si exceptuamos
aquel que le dio mayor fama: el de la gallina que cantó después de asada-
tuvieron como beneficiarios a canteros, albañiles y picapedreros, aquellos
constructores sagrados que llenaron de obras asombrosas el Camino a
Compostela.
Entra la ruta jacobea en la provincia de Burgos y pasa por un pueblecillo
que no debe pasar inadvertido, Redecilla del Camino, donde en su iglesia
se conserva una de las pilas bautismales más importantes de nuestro
románico. Toda ella profusamente labrada, toma la forma de una ciudad: la
Jerusalén Celeste, la sede de los justos, desde donde está asegurado el
acceso directo a la Gloria.
Se atraviesa luego Belorado y se pasa por Tosantos, donde se venera a un
santo llamado Felices, que fue decapitado cuando se afanaba por predicar
la fe y siguió predicando con su cabeza cortada bajo el brazo, hasta
llegar al lugar donde decidió que debía ser enterrado. Más allá está
Villafranca de Montes de Oca, a cuya ermita acudían devotamente los
peregrinos. El templo está situado en un vallecillo de ensueño y cerca de
allí están los restos de una cantera que sugieren la existencia de una
escuela de canteros de donde habrían salido los constructores sagrados que
llenaron de monumentos aquel trecho del Camino. Éste se interna en los
hayedos de La Pedraja hasta alcanzar San Juan de Ortega, lugar donde
residió otro santo arquitecto. La iglesia del santuario es una obra
asombrosa del románico mágico de los grandes constructores sagrados.
Abundan allí los detalles del buen hacer, las muestras de ese conocimiento
trascendente que guió la obra de los mejores artífices de aquellas logias
donde se aprendía mucho más que la simple resistencia de materiales y el
arte de labrar la piedra. Aquí se descubrió, no hace mucho, que una
ventanita concreta de la iglesia deja pasar, en los días de los
solsticios, un rayo de sol que, a las seis en punto de la tarde, da de
lleno sobre el capitel que representa la Anunciación. Se trata de un
fenómeno premeditado, cargado de significados sagrados y, sobre todo, es
muestra del profundo conocimiento mágico que demostraron los canteros del
Camino. También conviene recordar que la tumba del maestro fue antaño
objeto de devoción para todas las mujeres que deseaban ser madres. Y una
leyenda afirma que la reina Isabel la Católica, que se puso bajo la
protección del santo, insistió en abrir aquella tumba. Cuando la abrieron,
salió de ella un denso enjambre de abejas blancas que no eran sino las
almas de los nonatos que el santo guardaba para ir repartiéndolos entre
sus devotas.
Cerca de aquí, camino de Burgos, se encuentra hoy en plena actividad el
yacimiento prehistórico de Atapuerca, donde han sido hallados los restos
humanos más significativos de la más remota antigüedad europea. Por
aquellos confines se conserva un lugar que todos conocen como el Campo de
la Brujas.

Interior del Monasterio de Nájera
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