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Entrando por el Camino aragonés
De las cuatro rutas principales que atravesaban los Pirineos desde Francia, la
que llegaba desde Arles y pasaba por las localidades de Montpellier, Toulouse y
Oloron, remontaba el puerto más alto de la zona, el de Somport –el
Summus portus- y descendía abruptamente hacia la altiplanicie jacetana. Aquel
remonte del puerto no era gratuito; para el peregrino, representaba el primer
ascenso penoso hacia un camino que marcaba, precisamente allí, su primera prueba
iniciática. Hasta la leyenda la recoge a través de la historia de dos peregrinos
franceses que, a punto de morir de frío, fueron salvados por un ave sagrada que
les condujo a lugar seguro. Aquellos romeros fueron los fundadores de un
hospicio ya desaparecido, cuyo recuerdo aún perdura, el de Santa Cristina.
El camino sigue por Canfranc, Villanúa y Aruej y, antes de
atravesar Castiello de Jaca, nos ofrece un primer desvío de la ruta que
lleva al peregrino despierto, por Borau, hasta la abandonada ermita
románica de san Adrián, dedicada a un santo mártir que encontró su camino de
santidad animado por el entusiasmo místico de su propia esposa, santa Natalia.
Jaca
es la primera ciudad caminera de importancia cuando se llega desde Somport. Su
catedral, una joya del románico construida en el 1063, era el primer templo
monumental con el que se tropezaba el viajero, el primero que le planteaba
incógnitas por despejar, como esa llave que configura la capilla de
Santa Orosia, fue situada allí para transmitir al peregrino –mediante la
historia simbólica de la santa decapitada que salvaba del diablo a los
endemoniados-, la posibilidad de abrir
de nuevo la puerta del misterio de las matres que habían sido
escamoteadas por el Cristianismo triunfante. Pero la catedral de Jaca guarda
todavía más incógnitas, entre ellas, la del significado escondido en las
crípticas inscripciones de los pórticos y que rodean la imagen de otro símbolo
fundamental del Cristianismo esotérico: el crismón, esa extraña figura de
múltiples significados que pasea a la imaginación entre el principio y el fin,
entre el Alfa y Omega de la Gran Tradición.
Se sale de Jaca y se interna el viajero por el trecho del Camino que conduce
hacia Navarra. No tarda en tener que separarse de él, si quiere cumplir con las
reglas del peregrinar. Se desvía a la izquierda para internarse en las colinas
hasta encontrar Santa Cruz de la Serós, un antiguo monasterio dúplice en
el interior de cuya iglesia se levanta una poderosa columna en forma de Árbol de
la Vida. Cerca de ella se levanta un templo austero, del románico más simple,
dedicado a un santo más que sospechoso: san Caprasio –san Capras para sus
devotos- que, seguramente, con su gavilla de trigo entre los brazos,
correspondió a un antiguo culto, disimuladamente conservado, a una divinidad
agraria que luego fue cristianizada.
Desde aquí se remonta una dura pendiente, de varios kilómetros de subida, que
deja al caminante frente al templo más emblemático de esta parte del Camino. San Juan de la Peña penetra
su sacralidad en la roca de los farallones del monte y exhibe un claustro exento
que se guarece entre las angulosidades de los peñascos, mostrando los más
insólitos mensajes en las figuras de sus capiteles, que nadie supo poner en
orden correcto cuando se procedió a su restauración. Aquí quiso ser enterrado el
papa cismático don Pedro de Luna, Benedicto XIII, pero la Iglesia no lo
consintió. Y aquí se albergó durante siglos el Cáliz que dicen fue empleado por
Jesús en la Última Cena, el Grial de la tradición artúrica.
De regreso al Camino principal, aún habrá que desviarse el caminante advertido
hacia el valle de Echo y visitar las ruinas de la iglesia de San Pedro de Sasabe,
donde también estuvo el Grial y aún hoy puede adivinarse el laberinto dibujado
en el suelo por los canteros iniciados, destinado a guiar las danzas sagradas
del oficiante seguido de todos sus fieles, en un intento trascendente de captar
desde aquella figura serpentina las energías emanadas de la tierra, los
wuivres de las tradiciones paganas que ponían a los mortales en contacto con
las corrientes subterráneas.
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