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EL
CONOCIMIENTO
Una persona con conocimiento es aquella que ve las cosas tal como realmente
son. Ella ve la realidad, es consciente y obra con conocimiento, amor y
sacrificio en todas las situaciones que le plantea su propia vida. Como
todos vivimos circunstancias diferentes, el conocimiento que necesitamos
para obrar adecuadamente es diferente. Y esto dista mucho del ambicionado
conocimiento erudito.
Casi todo el mundo cree, aunque sea de forma inconsciente, que una persona
sabia, con verdadero conocimiento, debe ser erudita. Pero esto sólo es un
error de perspectiva fruto de la ignorancia. Una persona sabia es la que ve
con claridad su propia realidad, la que es consciente y obra siempre con
conocimiento, amor y sacrificio en todas las situaciones que le plantean su
propia vida. Por lo tanto, como todos vivimos circunstancias diferentes, el
conocimiento que necesitamos para obrar adecuadamente es diferente para cada
uno. Y esto dista mucho de las enseñanzas generalistas o del conocimiento
erudito.
La tecnología nos ha dado un considerable poder a la hora de manipular
nuestro entorno, pero a este poder no suele acompañarle la sabiduría. Que
alguien sea instruido y erudito no quiere decir que sea una persona
espiritual y libre. Una persona espiritual quizás no haya acumulado mucha
información, pero comprende aquello que ve y puede actuar, de forma adecuada
y no reactiva, de acuerdo a su comprensión. La idea equivocada que podemos
tener de una persona espiritual y sabia puede inclinarnos con facilidad a
tratar de ser eruditos y vivir tranquilamente en el mundo, sin problemas o
molestias. Pero cualquier esfuerzo dirigido a esto supone un error y sólo
creará más dificultades.
Con el conocimiento sucede como con todos los demás aspectos de la Vida,
puede ayudar a vivir espiritualmente, a ser consciente y a obrar
apropiadamente, o ser un objeto de deseo y de placer que aparte del camino.
Cuando el conocimiento forma parte del deseo de una persona, cuando lo
obtiene como fruto del deseo, se hace erudito, engrandece su ego y estrecha
su consciencia. No es necesario que el conocimiento que alguien posea tenga
que ser amplio para que sea erudito, aunque normalmente se entienda la
erudición como un amplio y vasto conocimiento. Sólo un poco de conocimiento
que fortalezca al propio ego convierte a las personas en eruditas. La
erudición es una piedra de tropiezo y la causa por la que muchos se
confunden y pierden la esencia de la verdad.
El conocimiento al que abramos nuestras puertas tiene que estar muy cerca de
la realidad de nuestras vidas. Si no cumple esta condición, por su propio
peso nos lleva hacia la vanidad y la confusión. El conocimiento más elevado,
aquél que se puede emplear en la vida cotidiana, no se puede descubrir
simplemente por la vía de la mente, sino que es preciso poner en juego todas
las capacidades, toda la pasión y sensibilidad. Si el conocimiento no es
completo sucederá que muchas veces se cree obrar con justicia y virtud
cuando en realidad lo que se origina es la crueldad.
Como todos los seres humanos somos diferentes, nada ayudan para ver la
verdad unas enseñanzas generales o eruditas. El conocimiento que se utilice
tiene que ser personalizado y concreto a la propia situación y, para poder
asimilarlo, se debe estar siempre abierto a la verdad, por muy dura que ésta
pueda resultar. El lugar desde donde debemos empezar a andar el camino de la
madurez está justo en donde nos encontramos, donde se encuentran nuestros
pies, y desde ahí debemos vivir conscientemente, comprender lo que somos en
realidad y obrar adecuadamente.
Lo esencial no descansa en una verdad, sino en la armonía de todas, por
ello, toda enseñanza es como una balsa, que está construida para hacer una
travesía, pero a la que no hay que atarse. Quienes buscan la verdad mediante
el conocimiento erudito, a través de una doctrina, suelen ser fanáticos y
sectarios. Frecuentemente empeñan una parte importante de sus vidas, muchas
veces toda, en cumplir unos objetivos que no pueden alcanzar. Si una persona
trata de mostrarles otra perspectiva, de “hacerles ver” que puede existir
otra realidad, suelen entender, aunque sea inconscientemente, que toda su
vida no ha servido para nada, que se equivocaron en su búsqueda. Muy pocos
seres humanos pueden o quieren darse cuenta de ello.
Como no existen verdades absolutas, ninguna doctrina ni ningún conocimiento
erudito puede ayudar a encontrar la verdad. Y mucho peor es que, además, la
doctrina imponga dogmas de fe. Eso es como poner vendas a un ciego que
quiere ver. Únicamente el conocimiento que provenga de todas las fuentes que
se tengan al alcance, no exclusivamente una, puede ayudar a encontrar la
pequeña verdad individual.
Deberíamos preguntarnos por qué se leen tantos libros de manera insaciable,
por qué se asiste a actos “sagrados” y se pertenece una u otra secta. El
conocimiento más importante se halla en nuestro propio interior. Debemos
abrir las páginas de este libro inagotable que es la fuente de todo
conocimiento, ser totalmente conscientes y así permitir que la mente se
silencia, se apacigüen sus ondas mentales y sumergirnos profundamente en el
Ser. Todas las angustias desaparecerán, sólo permanecerán la paz y el
conocimiento que nos permitirán obrar apropiadamente.
Es muy importante el conocimiento propio. Para descubrirlo se debe
prescindir de las actividades de la mente y “tocar” la verdad. La persona
espiritual no necesita libros, sino que sólo aprende del verdadero libro de
la vida. Pero ésta es una perspectiva superior desconocida por el común de
los humanos.
A veces escuchamos, leemos un texto o experimentamos algún acontecimiento
que, aunque sea de lo más habitual, nos toca el corazón y el entendimiento y
nos ilumina el camino que necesitamos tomar. Se despierta entonces en
nuestro interior una sabiduría que desde el principio de la eternidad nos
acompaña. Cuando el conocimiento es verdadero, y no mera erudición, no nos
viene desde afuera, sino que surge desde nosotros mismos, desde una fuente
interior, y es entonces “nuestro” conocimiento. El otro tipo de
conocimiento, el erudito, no deja de convertir a las personas en loros que
simplemente repiten una serie de datos y de información.
El saber erudito no resuelve los problemas, sólo mediante la experiencia
directa se resuelven. Y para tener una vivencia directa ha de haber
sencillez, lo cual significa que debe haber sensibilidad. El peso del saber
erudito embota la mente. También la embotan el pasado y el futuro. Sólo una
mente capaz de ver la realidad, el presente, de instante en instante, puede
hacer frente a las poderosas influencias y presiones que ejerce
constantemente sobre nosotros todo lo que nos rodea.
Nuestra sorpresa sería enorme si pudiéramos ver a las personas en las que
sus amigos del camino de la Luz se recrean y se alegran, y también a las
personas que, por perderse en la erudición y dejar de esta forma de obrar
como es preciso, se entristecen. A muchos de los que accedieran a esta
visión les surgirían los celos y la aversión.
Las opiniones sólo tienen lugar cuando se refieren a las cosas materiales y
mecánicas. Fuera de estos casos, no es lo más adecuado tener opiniones de
ninguna clase. Cuando no necesitemos aplicar la mente en estas cuestiones
materiales y temporales es preciso que se encuentre en silencio y receptiva.
Muchas personas que no viven la realidad y su conocimiento es erudito tienen
el ideal y la creencia que únicamente deben, por ejemplo, “amar”. Viven en
su propia ilusión y no comprenden que deben permitir que su mente se aquiete
y ver con toda su alma la razón por la que tienden a no hacer lo que es
adecuado. Únicamente viendo la verdad de lo que uno es, la propia verdad, en
la vida de cada día, se puede obrar en justicia y obrar de manera apropiada.
Los que viven bajo el engaño de la erudición suelen ser tercos al sostener
su propia manera de interpretar la vida. Pero deben darse cuenta que su
conocimiento es limitado, que no son las únicas personas que tienen acceso
al conocimiento y que es imposible tener completamente la razón. Muchas
veces no hacen más que defender su particular punto de vista, que está
basado en el ego. Al tener este ego, esta ilusión del “yo”, todos sus puntos
de vista, su percepción de la realidad, están influenciados por él. Es
imposible que sea de otro modo; si el cristal de la ventana está teñido de
rojo todo se ve en el exterior de color rojo. La única persona que puede
apreciar la verdad es aquella que posea un alma limpia y transparente,
carente de la influencia y de las ilusiones del ego.
Muchos creen que para ver tenemos que obligarnos y no dejar que ninguna idea
se forme en nuestra mente. Pero algo semejante nos colocaría junto a seres
inanimados. No es el pensamiento, ni las formaciones que la mente crea, lo
que obstaculiza la visión de la realidad, sino que es la falta de
consciencia y el apego a cualquier pensamiento u opinión en particular. Si
por una parte liberamos nuestras mentes del apego y, por otra, de la
práctica de reprimir ideas, despejaremos el camino que nos acerca el
conocimiento y a la Luz. Si obramos de otro modo nos cerraremos y
esclavizaremos.
En la vida espiritual existe una regla que exige que cuando recibimos un
conocimiento comencemos viviéndolo antes de querer predicarlo a nuestro
alrededor. Es una regla importante que hay que tener en cuenta. Tenemos que
experimentar esa verdad que recibimos, ejercitarnos con ella, guardarla
algún tiempo y vivir con ella para hacerla nuestra. Mientras no hayamos
vivido y experimentado una verdad, ésta no forma parte de nosotros; por esta
razón puede abandonarnos y deberemos de nuevo trabajar para volverla a
encontrar. Cuando por fin llegue a ser parte de nosotros mismos, nos
sentiremos tan fusionados con ella que nada en el mundo podrá hacérnosla
perder. Entonces, no sólo no nos abandonará, sino que cuando la comuniquemos
a los demás tendrá tal fuerza, tal poder, ayudado por nuestro acento de
sinceridad, que llegaremos a transmitirla y a convencer. El timbre de
nuestra voz y las emanaciones que saldrán de nosotros serán realmente
persuasivas. Y esto sucede así porque hemos guardado el tiempo necesario
esta verdad para nosotros mismos, y guardándola la hemos reforzado. Por eso
debemos comenzar guardando el conocimiento para nosotros mismos con el fin
de que nos aporte fuerzas y nos ayude a superar las pruebas que tendremos
que atravesar. A partir de entonces ya nunca nos abandonará. |
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