ZONAS DE CONSUELO
Hay
que reconocer que llevar una vida espiritual a principios del siglo XXI es
difícil. No es algo cómodo ni se espera que lo sea. El sentimiento de paz
que muchas personas buscaron toda su vida (y que algunos, como Buda, Gandhi
y Jesús, encontraron) es la unidad con nosotros y con los que nos rodean:
animales y seres humanos, y la tierra en que vivimos. Es algo que tiene que
ver con la aceptación, la tolerancia, la compasión, la comprensión y el
amor.
La serenidad y la paz
interiores no tiene nada que ver con ir por ahí con una gran sonrisa,
saludando a todo el mundo con los brazos abiertos y llamando a la gente
"hermano" y "hermana". Estamos en esta tierra para descubrir nuestra
relación con el único ser espiritual. Da lo mismo que lo llamemos Dios, Alá,
Padre, Gran Espíritu o Ser Supremo de Luz, la esencia es la misma. Hace
falta una dedicación constante para llevar nuestras buenas intenciones a la
práctica diaria, para permanecer en medio del sendero de la vida.
A pesar de la actual
tendencia a vivir de una manera más natural -cultivando hortalizas en el
jardín, haciendo pan y pasteles caseros, cocinando en vez de emplear
alimentos preparados para microondas, trabajando más cerca de casa o incluso
en el propio hogar para sentirnos más cerca de nuestros hijos y familia-,
todavía una gran parte de nuestra sociedad está atrapada en un modo de vida
materialista, que perpetúa la visión de que una cosa -o un servicio- sólo es
buena si es de marca y ha costado una cantidad exorbitante de dinero. La
verdad, los valores, el conocimiento y el amor no cuestan dinero, pero el
precio que pagamos por ignorar estos elementos en nosotros mismos y en los
que nos rodean es excesivamente elevado.
Un truco simple que
hemos desarrollado para proteger nuestras verdades y nuestro amor ha sido
rodearnos de zonas de consuelo. Estas zonas de consuelo nos han servido para
proteger nuestro ser interior de los sentimientos de soledad y en ocasiones
de inadaptación en los momentos en que nos sentimos olvidados o nos vemos
obligados a enfrentarnos con algo que nos hace sentirnos incómodos, algo que
no queremos afrontar por completo.
Una zona de consuelo
es un escudo protector que llevamos puesto cuando no queremos enfrentarnos
por completo con nosotros mismos y nuestras vidas y nos negamos a
responsabilizarnos de nuestras acciones. La palabra clave en este caso es
responsabilidad. A muchas personas les gusta representar el papel de
víctimas y echar la culpa de todo lo que les pasa a Dios, al destino, a la
mala suerte o a los demás. Algunas personas buscan zonas de consuelo cada
día. Piensan que la vida es dura y la recompensan con esas zonas.
¿Qué es exactamente
una zona de consuelo? Es ese cigarrillo que fumamos cuando estamos
disgustados o preocupados; es el helado de chocolate que comemos tras haber
roto con alguien; es la cerveza o el trago de whisky que tomamos al final de
la jornada para "aliviar" la tensión del día; es el ir de compras a lo loco
cuando nos sentimos deprimidos. Las zonas de consuelo son las cosas que
hacemos, o a las que nos dirigimos, para sentirnos cómodos y seguros en
momentos de inseguridad o dolor emocional.
Las zonas de consuelo
pueden crearse con la compra de artículos de lujo, como joyas o ropas caras,
o la compra de artículos cotidianos, como cigarrillos y comida. Las zonas de
consuelo pueden también alimentarse refugiándose en recuerdos agradables de
la infancia.
La comida, una de las
principales zonas de consuelo para muchas personas, tiene una fuerte
relación con la infancia. No estoy hablando de los alimentos indispensables
que debemos ingerir para mantenernos en forma, sino de esa barra de helado
que comemos si una cita no nos ha ido muy bien, de la tarta de chocolate o
las galletas que devoramos de una sentada si hemos tenido una discusión con
alguien de la familia o con un amigo. A muchos de nosotros, siendo pequeños,
nos daban algo de comer cuando teníamos un disgusto, para que nos
consolásemos. Nos daban chucherías junto con el mensaje tranquilizador:
"Toma, come y te sentirás mejor".
No hay nada malo en
buscar consuelo cuando nos sentimos decaídos, pero ello no debe convertirse
en una huida permanente de las verdaderas causas de nuestro malestar o por
las que nos sentimos decaídos. Si recurrimos a la comida o a la bebida o al
tabaco para aliviar un disgusto o una incomodidad, no nos estamos
enfrentando con lo que nos produce dolor. Aunque las zonas de consuelo no
siempre son malas, si les permitimos que dirijan nuestras vidas pueden
llegar a ser contraproducentes.
¡No hay nada malo en
comer helados o galletas con moderación, y por una buena razón! No puedo
hacer suficiente hincapié en ello. Ya sea comida o cigarrillos, nos
enseñaron a buscar en el exterior el consuelo que nos haría sentir mejor. Lo
que tenemos que recordar es que después de que se ha fumado un cigarrillo y
comido un trozo de pastel, la discusión o el problema siguen estando ahí. No
han desaparecido sólo porque temporalmente hayamos dejado de pensar en
ellos. Nuestros problemas sólo pueden resolverse desde el interior de
nosotros mismos. Tenemos que responsabilizarnos de nuestros actos, y no
simplemente sentarnos y pensar que quien venga detrás se encargará de
solucionar nuestros problemas. Muchas personas siempre se están quejando de
algo y, cuando se les pregunta por qué no intentan arreglar las cosas que
les disgustan, a menudo responden "Oh, es que no tengo tiempo" o "No sé
cómo" o "Y qué puedo hacer yo". Nos hemos convertido en una sociedad de
activistas de salón a la espera de que otros hagan el trabajo que nos
corresponde hacer a nosotros. Si queremos un cambio y vivir una vida plena
hemos de disminuir nuestro nivel de consuelo como sociedad y como
individuos.
Nuestros deseos
obsesivos representan nuestra principal fuente de sufrimiento. ¿Ha pensado
alguna vez por qué siempre parecemos estar en un estado de ambivalencia
emocional entre lo que sentimos que debemos hacer y lo que realmente
hacemos? Nosotros mismos creamos este problema y alimentamos nuestras luchas
interiores e inseguridades por medio de nuestra determinación a tener razón
cueste lo que cueste, nuestra testarudez y la resistencia a cualquier cosa
que amenace nuestro sistema de creencias.
Cuando la vida se
desarrolla de la manera en que a nosotros nos gusta, nos sentimos bien,
felices y con buenas vibraciones. Cuando nuestras creencias son
cuestionadas, amenazadas o se ven agitadas, nos angustiamos, deprimimos y
ponemos a la defensiva. Entonces entramos en una zona de consuelo y
escondemos la cabeza bajo la arena. Nos ponemos a la defensiva y echamos la
culpa a los demás o a las circunstancias, y nos negamos a
responsabilizarnos. Las cosas no nos pasan simplemente. Nosotros creamos
todas nuestras experiencias por la manera en que reaccionamos a los
problemas que encontramos. Tendemos a esperar que la vida nos dé lo que
queremos.
Nuestra fortaleza
sólo llegará cuando consideremos cada situación, buena o mala, como una
experiencia que nos brinda la oportunidad de aprender. Sólo llegará cuando
nos responsabilicemos de nuestras acciones negativas y antiguos hábitos, a
los que estamos aferrados por miedo a cambiar y a la consiguiente pérdida
del ego.
Las zonas de consuelo
únicamente pueden destruirse cuando nos enfrentamos a nuestras luchas
interiores y dejamos de mimar nuestros egos con premios. ¡Dejémonos de
tonterías! Dejémonos ya de jugar con nosotros mismos. Detengamos el
ping-pong mental entre el ego y el verdadero yo.
Contemple a Buda
entre las luces de neón.
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