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La correcta
educación.
Los educadores debemos tener una idea bien clara de lo que es la clase
correcta de educación. La persona religiosa no es la que adora a un Dios,
una imagen hecha por la mano o por la mente, sino una que investiga
realmente qué es la verdad, qué es Dios; y una persona así es verdaderamente
educada. Puede no haber ido a la escuela, puede no tener libros, quizá ni
siquiera sepa leer; pero se está liberando del temor, de su egoísmo, de su
interés propio, de su ambición. Por lo tanto, la educación no es meramente
un proceso de aprender a leer, a calcular, a construir puentes, de realizar
investigaciones para encontrar nuevos modos de utilizar el poder atómico y
demás. El propósito de la educación es fundamentalmente ayudar al ser humano
a que se libere de su propia mezquindad y de sus estúpidas ambiciones. Toda
ambición es estúpida, mezquina; no existe la gran ambición. Y la educación
implica también ayudar al estudiante a crecer en libertad y sin temor.
Ser ambicioso es ser estúpido y cruel. Pero desear obtener la clase correcta
de educación no es ambición. Cuando uno desea ser mejor que otro, obtener
mejores notas que algún otro, eso es, sin duda, lo que llamamos ambición. Un
pequeño político es ambicioso al desear convertirse en gran político; pero
desear la clase correcta de educación no es ser ambicioso. Cuando hacemos
algo que amamos, eso no es ambición. Cuando escribimos o pintamos no porque
deseemos prestigio sino porque amamos escribir o pintar, eso no es ambición,
ciertamente. La ambición interviene cuando nos comparamos con otros
escritores o artistas, cuando deseamos tener éxito. Por lo tanto, cuando
hacemos algo que amamos realmente, eso no es ambición.
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