LAS CREENCIAS
Desde
hace ya tiempo, cuando algún amigo, conocido o saludado me pregunta por
mis creencias religiosas, le manifiesto que no soy creyente; eso no
significa que sienta ningún tipo de animadversión o rechazo hacia las
personas que si lo son, ni siquiera una actitud beligerante asoma por mi
mente cuando converso con alguno de ellos.
No ser creyente
debe significar simplemente eso... no creer en ninguna doctrina impuesta
que nos llevará teóricamente a la salvación eterna. Cada cual puede y debe
pensar, sentir o creer lo que le venga en gana y estar dispuesto, además,
a cambiar de idea si la razón o el sentimiento le inducen a ello.
Lo que si me
inspira desprecio y repulsión es el fanatismo, la intolerancia y, sobre
todo, aquellos que tratan de imponer su creencia a los demás, ya sea por
la violencia o mediante la manipulación.
¿Qué verdad
encontraremos en doctrinas y religiones que aplican castigos desmedidos
por el solo hecho de no llevar cubierto el cabello femenino? O la ley del
talión: "ojo por ojo, diente por diente".
Cuando los dogmas
se convierten en cadenas, solo cabe una cosa... romperlas.
Cuando las
doctrinas son una carga para seguir progresando hay que deshacerse de
ellas.
No hay una sola
creencia que pueda servir a toda una colectividad, la única creencia que
deberíamos seguir, si es que hay que hacerlo, es... la nuestra. Y esa debe
ser regida por el conocimiento, el amor y el discernimiento.
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