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La desaparición de personas
El Poder, a través de sus Estados y de sus acólitos, hace
ver a la “libertad democrática” como reflejo y sostén de la libertad de los
mercados, y como el medio por el que se eliminan todas las fronteras
nacionales. Hacen creer que el capitalismo y el liberalismo requieren
ciudadanos libres. Pero la libertad a la que se refieren es esa falsa
libertad en la que el ser humano está desatado, por medio de la manipulación
o del terror, de toda relación comunitaria. La forma social en esta
civilización está regulada por el mercado económico, que sirve de modelo y
fundamento de la “libertad” individual de las personas. El Poder, que se
sustenta en los actuales Estados, en sus instituciones internacionales y en
el neoliberalismo, utiliza la estrategia de hacer desaparecer a personas
para crear y sostener su dominación. Esta dominación se basa en el terror y
en la sumisión de las personas.
Cada momento requiere su forma de actuar, y el Poder lo
sabe. Esta forma de dominio en la que se hacen desaparecer a las personas se
diferencia de la política de tierra arrasada y de la aniquilación de
poblaciones enteras, que sirven para conquistar una zona o región, pero no
valen para imponer sobre sus habitantes una determina forma de sociedad y de
economía. También se diferencia del fusilamiento ejemplar o de la masacre de
grupos de detenidos.
El dominio del Poder, en todo régimen jerárquico,
requiere siempre la sumisión de las personas. Hay varias modalidades para
ejercer este poder. Y en determinadas circunstancias la desaparición de las
personas les parece oportuno. Esta es una forma de tecnología represiva que
ya se encuentra prefigurada en manuales de difusión reservada, donde se
contempla la implantación del terror de Estado, pero no para épocas de
guerra sino para épocas de paz “democrática”. Sin esta represión planificada
hasta en sus detalles no se puede producir la aceptación pasiva, y hasta
gozosa, de la entrega de todo el patrimonio de las naciones a la voracidad
del capital financiero -privatizaciones.
Paradójicamente, es en esta época en la que no hay
barreras para la comunicación, en la que todo el mundo tendría acceso a la
información y en la que ningún hecho quedaría oculto, donde se da la figura
del desaparecido. Nadie debe saber que una persona desaparecida haya
existido. No queda registro en el único registro que los seres humanos ahora
llevan de su historia: los medios de comunicación -diarios, bandas sonoras
de las radios, imágenes de la TV, escritos en la justicia, etc.
Los asesinos saben qué ha sido de los desaparecidos, cómo
los han aniquilado. Pero para el resto de la sociedad no están ni vivos ni
muertos, se encuentran sin entidad. Con la desaparición convierten a una
persona en nada, pues le quitan toda forma de existencia. No basta con
haberles dado muerte, sino que además son absolutamente aniquilados por el
pensamiento.
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