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El desasosiego y la ansiedad.
Otro obstáculo para obrar adecuadamente es el desasosiego y la ansiedad.
La ansiedad es el sentimiento que se experimenta cuando, sin motivo, uno
se preocupa en exceso por la posibilidad de que en el futuro ocurra algo
temido sobre lo que no se tiene control. La angustia es también un
sentimiento de amenaza cuya causa es por el momento desconocida pero que
puede aparecer cuando menos se espera.
El desasosiego de la mente y de los sentimientos se debe generalmente a
experiencia pasadas, a los actos, los pensamientos y los sentimientos que
hemos realizado y los que hemos omitido, todo aquello que en nuestra vida
nos hubiera gustado hacer y no hicimos, o lo que hicimos que quisiéramos
no haber hecho. El desasosiego de la mente dificulta la paz y la
consciencia porque se presenta una y otra vez. Los pensamientos y las
emociones son como olas que impiden ver con claridad y en las que nos
podemos ahogar.
Casi todos sienten ansiedad por al futuro y se preocupan con facilidad. A
menudo, sin que puedan pararse y pensar lo inútil que es, pues la ansiedad
por el futuro no tiene sentido. La persona que se está preocupando no es
la persona que será en el futuro. Habrá un cambio, no sólo será más mayor,
y es de esperar que un poco más sabia, sino que vivirá un conjunto de
circunstancias totalmente diferentes, con pensamientos y sentimientos
diferentes. Los seres humanos somos un cambio constante.
Eso no significa que no se pueda planificar. La planificación y la
ansiedad no son lo mismo, la planificación se convierte en ansiedad cuando
se empieza a pensar si el plan se va a materializar o no. La planificación
es excelente, pero luego debe dejarse a un lado el plan hasta que se pueda
poner en práctica, sin inquietarse por los futuros resultados.
La ansiedad acosa a muchas personas y las alborota, las saca del momento
presente que es el único que se puede vivir. Todos los momentos que
empleamos en preocuparnos son momentos perdidos, pues perdemos la Vida al
no vivir en el momento presente. Cuando pensamos en el pasado o nos
preocupamos del futuro no vivimos, sino que recordamos o proyectamos, y
eso no es la Vida. La Vida no se puede pensar, tiene que vivirse. La Vida
sólo puede vivirse en el instante presente, y esta es una de las artes que
enseña la espiritualidad, a vivir en el momento presente, lo que equivale
a vivir por entero.
El desasosiego, la ansiedad y la agitación son inútiles, pero el ser
humano los permite porque no ve la realidad. El desasosiego y la ansiedad
unidos es distracción, nos distraemos de lo que realmente queremos hacer,
que es vivir espiritualmente. Olvidamos lo que íbamos a hacer porque
estamos distraídos y preocupados por algo, y tampoco hacemos nuestro
trabajo con facilidad y tranquilidad porque la mente está en otra parte.
Pero ahora tenemos una buena oportunidad de cambiar todo esto.
Se debe vivir consciente de la propia mente, y ver con claridad cuando
surge un pensamiento que distrae. Es necesario ver la inquietud que
aparece cuando se tienen pensamientos inútiles e inquietantes,
turbulentos, desmañados y que distraen.
La ansiedad, el desasosiego de la mente y de los sentimientos se
manifiesta en el desasosiego del cuerpo como agitación. El cuerpo es un
sirviente y no tiene autoridad por sí mismo, sin la mente es como un
cadáver. Todo lo que el cuerpo hace se lo dicta la mente, tanto si nos
damos cuenta de ello como si no. A menudo reaccionamos tan
inconscientemente que pensamos que es nuestro cuerpo el que actúa, pero la
realidad es que el cuerpo no puede actuar sin la mente.
Es necesario trabajar bajo las estrellas, pero con los pies bien puestos
sobre el suelo, respirando el aire puro a pleno pulmón, huyendo del
encierro de filosofías y creencias embrolladoras, sabiendo que todos los
pensamientos que producen inquietud y agitación de espíritu no son, de
ningún modo, de Dios, que es el príncipe de la paz, sino que son
tentaciones del ego. Por la consciencia se disipa el deseo y el ansia por
las cosas. Tenemos que darnos cuenta que cada segundo que pasa nos
acercamos más a la hora de nuestra muerte y que todo pasa, todo transcurre
incansablemente, nace, se desarrolla y muere, y el placer se evapora muy
pronto. Tenemos que tomar la Vida como es, no como nos la imaginamos.
Si sólo nos quedara tan sólo una hora de vida arreglaríamos todo lo que
fuera necesario exteriormente, nuestros negocios, nuestra última voluntad
y todas esas cosas. Muy posiblemente, reuniríamos a nuestras familias y
amigos y les pediríamos perdón por el daño que pudiéramos haberles hecho y
los perdonaríamos por completo por lo que nos pudieran haber hecho.
Moriríamos por completo a la agitación, las cosas de la mente y a los
deseos del ego. Y si eso puede hacerse por una hora también es posible
hacerlo durante los días y los años que nos pudieran quedar.
Antes de enredarse en las cuestiones del mundo, cualquiera que sea el
asunto, es necesario estar por dentro en sosiego y en paz. Para poner en
orden lo de fuera primero hay que disponer con tranquilidad lo de dentro.
No se puede confundir las convulsiones de un epiléptico, que nacen de un
ser débil y enfermo, con los movimientos acompasados y rítmicos de una
persona sana, que mueve su cuerpo a la luz de la razón y bajo por su
voluntad. De esta forma se conduce y relaciona la persona entera y fuerte,
aquella que parece estar en continuo descanso, que nada juzga y nada hace
con precipitación, que administra su vida y sus asuntos con grandes miras,
sabiendo que tiene fuerzas para llegar a donde quiere.
Cuando nos empeñamos demasiado en cosas que están muy por encima de
nuestras fuerzas y no dependen de nuestro esfuerzo, cuando nos agitamos y
precipitamos al obrar, el excesivo afán corre el riesgo de parecer
infantil y ridículo, aunque tratemos asuntos “espirituales”. Olvidamos que
casi todo lo que tratamos con sosiego y con calma sale bien. Los ángeles,
conociendo los propósitos de Dios y de las altas jerarquías, los veneran y
tratan de llevarlos hacia delante con diligencia, pero sin ansias ni
agitación, porque cuando se emprende una tarea con torturas interiores se
nubla la razón y son casi nulas las posibilidades de acierto.
Hay personas que se perturban por muchas cosas y, como las ardillas, están
en continuo movimiento interior y exteriormente. Cambian de muebles,
derrumban tabiques, varían de gustos y de amistades, etc. Si su cuerpo
logra un momento de reposo con la lengua lo critican todo y todo les llena
de enfado y de malestar. Ojalá se tomara consciencia de que las cataratas
no son navegables, que siempre se hace bastante deprisa lo que se hace
bien y que el sello de todo lo sólido es la paz, la quietud y la reserva.
En el estado actual de la humanidad la serenidad absoluta y perfecta es
más bien un tema filosófico que una realidad. Estamos expuestos
continuamente a las impresiones del mundo que nos rodea, influenciados por
nuestros genes, tendencias, impulsos, hábitos, hormonas, temperatura,
presión atmosférica, medio social, y por muchísimos factores más que hace
de todo ello un conjunto que nos resulta imponderable. Todas las
perturbaciones tienen su raíz en la mente y en la imaginación. Si sabemos
tratarlas justo en el momento en que surgen en nuestro interior les
quitaremos las fuerzas y evitaremos en gran medida que se desarrollen. El
mundo entero puede tambalearse, llegar problemas, accidentes, desgracias y
catástrofes, pero nuestra paz interior y nuestra serenidad deben estar
afianzadas en Dios y ser imperturbables.
La inquietud es fría y enfría. En la paz espiritual se encuentra la mayor
magnanimidad y, desde luego, mucha mayor eficacia que en las
manifestaciones de pensamientos y emociones desbordadas. En la naturaleza
los zánganos hacen más ruido y andan más ocupados que las demás abejas,
pero no producen la miel. Las personas que son inquietas se acaloran y
apasionan por los bienes exteriores y superficiales. Su mismo afán
contribuye a disiparlas pues están continuamente ocupadas en diversos
asuntos, sobre los que reflexionan, entran en sutilidades y finalmente se
fatigan. Carecen de la paz interior y del silencio que nace de la
espiritualidad y son muy peligrosos, porque disfrazan su disipación. Si
los estudiamos bien hallaremos a individuos inquietos y censuradores,
siempre ocupados en cosas exteriores, tercos en sus opiniones, infelices y
descontentos a fuerza de reflexionar, siempre halagados por sus propios
pensamientos, y que se impacientan y otras veces se vuelven airosos por la
menor contradicción. En una palabra, personas a quienes todo les molesta y
que casi siempre molestan a todo el mundo.
Alimentar al ego del desasosiego, de la ansiedad y de la agitación es un
error, pero creer que la indiferencia es un modelo de perfección también
lo es. Esta es más propia de santos de madera que de personas completas.
Es una grave equivocación cultivar la indiferencia frente a las cosas que
nos ofrece la Vida, tanto las que nos parecen buenas como malas. Tampoco
es lo mejor llevar una vida inactiva, el sueño demasiado prolongado, la
pérdida del tiempo, el amodorramiento y la somnolencia espiritual. El
camino espiritual, el que nos conduce hacia la verdad, se halla lejos del
“nirvana” imaginado por las mentes inmaduras. Necesitamos despertar
nuestra consciencia para que sea siempre el norte, la guía y la norma de
nuestra conducta y de nuestro obrar.
Pero, por otro lado, hay personas a las que no se les ve tomar asiento,
tomar mucho afecto de las personas ni echar raíces que satisfagan al amor
propio. Apenas han cumplido su misión en un punto ya se les ve disponerse
para partir de nuevo; van y vienen. Pero este movimiento incesante no debe
ser juzgado a la ligera. Si los vemos lanzarse a nuevas empresas
necesitamos discernir antes de considerarlos como espíritus agitados y
nerviosos, ansiosos de trabajo, que necesitan de la laboriosidad exterior
y de la desgraciada actividad que nunca entra en sí y nunca termina. Nos
encontramos bellos ejemplos en personas con suertes adversas, que quizás
padezcan persecuciones que les empujan para acá y para allá. Éstas mismas
pueden ser las almas más serenas que puedan existir, aunque nos parezca
sencillamente incomprensible que puedan vivir el sosiego y la serenidad en
su interior a pesar de la falta de paz en el exterior.
La agitación no tiene nada que ver con la verdadera actividad. Dios da
Vida y alimenta a todo el universo, Él es actividad eterna y todo lo
mueve, sin moverse, con soberana tranquilidad. Quien es consciente y obra
adecuadamente, quien vive en Dios, verá el fruto de su trabajo en medio de
bendiciones de paz y tranquilidad.
El antídoto que se debe utilizar contra el desasosiego y los pensamientos
que distraen es aprender más sobre la verdad de la propia realidad. Cuando
vemos con claridad la propia vida encontramos soluciones más sencillas y
eficaces para cualquier clase de dificultad que surja. Las soluciones
adecuadas siempre nos liberan del sufrimiento y del egoísmo, aunque no
suelen ser fáciles de realizar porque muchas veces son lo contrario a la
inmoderación y al bienestar físico. |
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