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  El deseo de más.
 

Se suele decir que el mundo es un valle de lágrimas, que está cargado de horrores, desgracias y que va a peor. Desaparición de especies y de hábitats, agotamiento de los recursos no renovables... Se ha asumido como algo normal las guerras, los abusos a los débiles y a los oprimidos y se entiende como algo lícito el ojo por ojo, diente por diente. Los odios étnicos, religiosos y nacionalistas campan a sus anchas. Todo es legítimo para alcanzar los propios propósitos y todo vale para poder tener más, para poder desear más.

La Tierra se encuentra sumida en una degradación ecológica que cada día aumenta y que no parece tener fin. Las ciudades viven sumidas en una vorágine de delincuencia. Sus habitantes son verdugos y víctimas. Las familias sufren el desamor, los maltratos a los hijos y la violencia doméstica. Se abandonan a los ancianos, a los niños y a los animales. La desesperación y la depresión se adueña de gran parte de la población. Muchas personas se mueren de aburrimiento, sienten sus vidas carentes de contenido y las tienden a llenar adquiriendo objetos materiales, comiendo convulsivamente o dejándose morir de hambre. El alcohol y las drogas son el único consuelo de muchas otras.

Para muchos, comprobar que sus deseos de más no se cumplen se convierte en una desgracia imposible de sobrellevar. El deseo es la causa fundamental del sufrimiento en la Vida. Se desea más dinero, más prestigio, más seguridad... El deseo de más siempre está presente. Consentido y bien visto por la sociedad en general, las personas que consiguen tenerlo todo reciben el aplauso del ganador.

Si se busca el origen de esta terrible situación se hallará que es el anhelo de más el que lleva al ser humano a vivir este infierno. El origen de la infelicidad, de las guerras, los abusos, las opresiones, la delincuencia, la pobreza, la injusticia y muchos otros males habituales que padece la humanidad provienen de la codicia que nace de la ignorancia y de la ofuscación.

La codicia condiciona todas las acciones, surge desde el interior y destruye todo lo bueno que hay en uno. La codicia no pertenece a un pueblo, a una raza o a una cultura en concreto; tampoco la fomenta un determinado sistema político o económico. Ha vivido en el ser humano en todas las épocas, pertenece a toda la humanidad, a cada uno de nosotros y por ello somos nosotros mismos, personalmente, quienes debemos solucionar el problema del sufrimiento.

La codicia, el deseo de más, la ambición, el afán… son algo estúpido. Es escapar de la realidad, de lo que es. Escapar de lo que es es estúpido, pues lo que es, lo que uno es, está siempre ahí, engendrando conflicto y lucha. Quien desea fusionarse con algo más grande, unirse con otro ser humano, está eludiendo la desdicha, la confusión. Su mente sigue funcionando en la separación, la cual es desintegración.

Lo que es no puede describirse con el pensamiento. La verdad, la realidad, sólo puede vivirse en el instante eterno, segundo a segundo. Lo que es sólo puede experimentarse con una mente en paz. La mente, por sí sola, es dual, desintegra y separa.

 

 

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