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El deseo “espiritual”.
Las raíces del deseo de más se encuentran en casi todas las personas, es
instintivo e insaciable. Por lo general se desean riquezas, amor, nivel
social y salud, y estos deseos proceden del instinto. Pero hay otros tipos
de deseos, que podríamos llamar transcendentales, entre los que destaca el
ansia “espiritual”. Se dice de él que es el deseo del alma de reunirse con
su creador, de fundirse con la Luz y pasar a formar parte de lo Uno. En el
plano filosófico podríamos definirlo como el deseo de conocer el
significado último de la Vida. Casi todos manifestamos de una u otra forma
este tipo de ansia “espiritual”.
La rutina que impone la Vida se convierte en insoportable si no se puede
dar respuesta a esa ansia espiritual. Levantarnos, ir al trabajo, para
ganar dinero, para poder pagar un buen seguro médico y tener buena salud,
para poder seguir trabajando y de esa forma poder dar una buena educación
a nuestros hijos, para que tengan un trabajo mejor que nosotros y puedan
tener hijos que puedan trabajar y seguir así sucesivamente. Este baile
diario y continuo se convierte para la persona común en un sin sentido y,
entonces, encuentra como única salida alimentar su ansia “espiritual”.
El hambre “espiritual” causa mucho sufrimiento. La historia nos enseña la
gran cantidad de “santos”, “maestros” y mártires que prefirieron el dolor,
e incluso la muerte, antes de renegar o abandonar sus creencias y
prácticas religiosas. Muchos practicantes de tradiciones religiosas
consideran tan doloroso el hambre “espiritual” que prefieren renunciar a
los placeres y gozos de la vida más material y mundana antes que perder la
oportunidad de saciar ese vacío.
La mayoría de los creyentes de las diferentes doctrinas religiosas carecen
de una comprensión mínima de las bases de su religión. Adorar a Dios o a
los dioses les es suficiente, no necesitan saber acerca de la naturaleza o
las intenciones de estos para con la humanidad. Infinidad de personas
rezan dudando de la eficacia de la oración, para ellos es simplemente un
acto reflejo, un automatismo que funciona en una situación de dolor o
tensión. A pesar de que se halla dejado de creer en Dios, todavía se
quiere y se necesita saciar el ansia “espiritual”. Se necesita llenar ese
hueco.
El ansia “espiritual” es el deseo de tener la seguridad de que nuestra
vida se desarrolla de manera correcta, es el deseo de tener la certidumbre
de que nuestras vidas tristes y grises tiene un significado profundo e
imperecedero; es el deseo de saber que nuestras pequeñas acciones de
bondad y de abnegación nos serán tenidas en cuenta y serán sometidas a
justo premio; el deseo de saber el por qué de nuestra vida y como tenemos
que llevarla a cabo; el deseo de encontrar alguna vez la Verdad con
mayúsculas entre todas las pequeñas verdades que nos rodean diariamente.
El dilema parece estar servido, o colmar el ansia “espiritual” a costa del
éxito convencional o prosperar materialmente en un estado de hambre
“espiritual”. Echando un simple vistazo a las sociedades actuales nos
daremos cuenta que la gran mayoría de los seres humanos opta por esta
segunda opción. Pero las dos opciones se encuentran bien lejos de la
verdadera espiritualidad, porque surgen desde el deseo, desde el ansia y,
en definitiva, desde la sed del ego. |
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