Desde 1996 los campesinos e indígenas del mundo entero se movilizan y
luchan frente al neoliberalismo que atenta directamente contra sus
derechos comunes y causa severos impactos en la agricultura campesina.
Desde su aplicación, las políticas neoliberales en el campo han
empobrecido millones de campesinos y trabajadores rurales, así como a
enormes sectores de pescadores artesanales.
Las principales demandas campesinas que se enarbolan desde las luchas
locales y globales plantean una reforma agraria justa, la defensa de la
agricultura campesina y el acceso a las semillas, frente a las
corporaciones transnacionales, así como la defensa de la soberanía
alimentaria.
Si bien es cierto que los movimientos indígenas y campesinos en el
Sur, han comenzado a poner como un punto importante en sus luchas el
reclamo de la deuda ecológica, esto no ha sido visto aún como una
prioridad, principalmente por la necesidad de avanzar en la definición
del concepto de la deuda ecológica, así como en la posibilidad de que de
manera practica esta deuda pueda ser restituida de alguna forma. Esto
implica también la necesidad de hacer reformas en el sistema jurídico
internacional.
La Deuda Ecológica es la deuda contraída por los países
industrializados del Norte del mundo hacia los países del Sur, debido a
la explotación indiscriminada de los recursos naturales en todo el
planeta, y de la ocupación del espacio ambiental global para el depósito
de los residuos tóxicos. Hoy más que nunca, los efectos de esta política
miope e inconsciente se muestran en su actualidad urgente: lo
testimonian las catastróficas variaciones climáticas, el general
empobrecimiento de las poblaciones del sur del mundo,
la difusión de epidemias entre seres humanos y animales, los siempre más
grandes conflictos entre el norte y el sur de la Tierra en la espiral
"guerraterrorismo", en las migraciones, en la reducción de la
biodiversidad, etc.
En este proceso de inexorable empobrecimiento del planeta es
fundamental afirmar el concepto de Deuda Ecológica como contraparte de
la Deuda Económica, para construir un camino de relaciones entre norte y
sur basada en el reconocimiento recíproco, en la justicia social y en la
paz.
La deuda ecológica es una deuda histórica que se ha generado, desde
los tiempos de la era colonial y desde el inicio de la revolución
industrial, y sigue creciendo por varios factores. Algunos de ellos son
los siguientes. El primero se refiere a los pasivos ambientales
generados por la extracción de recursos, como minerales o hidrocarburos,
que causa el deterioro de los ecosistemas y la base de supervivencia de
muchos pueblos en el Sur del mundo. También la deuda ecológica se genera
por la apropiación indebida y abusiva de los espacios ambientales como
la atmósfera, lo que provocan los cambios climáticos o la pérdida de la
capa de ozono; un tercer factor es la exportación desde el Norte hacia
el Sur de desechos tóxicos, sustancias químicas y biológicas que se usan
en los conflictos bélicos.
Hay, sin embargo, tres factores que son de suma importancia en cuanto
al mantenimiento de la soberanía alimentaria en las comunidades y países
del Sur. Nos referimos a la deuda ecológica por biopiratería, que
corresponde a la apropiación ilegitima e ilegal de material biológico y
de conocimientos ancestrales asociados, que son aprovechados por
empresas farmacéuticas o de semillas y alimentos y de biotecnología, por
lo que tenemos que pagar regalías: a la deuda ecológica por los impactos
de la imposición de los paquetes tecnológicos impuestos a través de la
revolución verde que incluyen emillas "mejoradas" y agrotóxicos como
plaguicidas y fertilizantes, así como la actual introducción de semillas
genéticamente modificadas.
Finalmente, debemos mencionar el intercambio ecológicamente desigual.
En la división internacional del trabajo, el Sur es proveedor de
materias primas como minerales, gas, petróleo, conocimientos
tradicionales y reservas de biodiversidad (agrícola y silvestre),
mientras que el Norte es el procesador y redistribuidor de estos
materiales. Las relaciones injustas entre el inmensamente diverso Sur y
el Norte (cuya riqueza radica en tecnologías muchas veces nefastas para
la salud humana y para el medio ambiente), son
también parte de esa deuda ecológica.
También, otra de las frecuentes demandas de los sectores rurales, ha
sido la lucha por una solución digna y justa frente al problema de la
deuda externa del Tercer Mundo. La relación directa e indisoluble entre
la deuda externa y la deuda ecológica, es fácilmente reconocible. La
deuda externa genera deuda ecológica tanto por la orientación de los
créditos adquiridos, sobre todo hacia actividades que producen impactos
sociales y ambientales, cuanto por la presión sobre los ecosistemas para
generar divisas para el pago de los intereses de la deuda, sobre todo a
través del fomento de las exportaciones.
El pretender pagar estos créditos con recursos naturales y a costa
del medioambiente implica una hipoteca del futuro de nuestros pueblos.
El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y también el Banco
Interamericano de Desarrollo, son deudores de una deuda ecológica
generada por las políticas neoliberales que favorecen el libre mercado,
la apertura comercial, el fomento de los cultivos extensivos, la
privatización de los recursos como el agua, la aplicación de leyes de
propiedad intelectual, la violación de los derechos de los agricultores
y otras consecuencias.
El modelo agroexportador es un generador neto de deuda ecológica,
pero la revolución verde, por su parte, también tiene su propia cuota
dentro de la deuda ecológica.
A partir de los años 60, en los países del Sur del Mundo comenzó a
aplicarse las reformas agrarias. A pesar de que se entregaron
considerables porciones de tierras a los campesinos e indígenas, en
pocos años el sector agrícola empezó a decrecer. En primer lugar por el
aumento de la protección a la industria y en segundo lugar por el gran
fomento a la revolución verde. En este caso, nuevamente el Banco Mundial
jugaría un papel muy importante con la creación del CGIAR (Grupo
Consultivo de Investigación Agrícola Internacional), con el apoyo de las
Naciones Unidas a través de la FAO y del PNUD.
Como resultado de esto, se incrementaron los monocultivos, así como
el uso de plaguicidas (muchos de ellos actualmente prohibidos), se
alteraron los sistemas de agricultura campesina, hubo pérdida de la
fertilidad de los suelos, la sustitución de semillas de variedades
tradicionales por semillas mejoradas, etc. Esto provocó no sólo que la
productividad disminuyera, sino que los impactos ambientales hayan sido
tremendos, como la erosión de los suelos, la erosión genética, y la
afectación de la salud de trabajadores agrícolas. De acuerdo a cifras
recogidas por la organización "Acción Ecológica" de Ecuador, después de
20 años de revolución verde, el numero de personas hambrientas en el
mundo ha aumentado más del 10%, a pesar de que en ciertos periodos
aumentaba la disponibilidad e alimentos.
Con el intercambio desigual, en realidad hay una distribución
internacional desigual de los costos y de los beneficios, habiendo un
desplazamiento de los costos ambientales hacia los países del Sur, de
manera que los países del Norte puedan mantener sus altos estándares
ambientales dentro de sus fronteras. Esta relación Norte-Sur ha
permitido que los países industrializados del Norte mantengan su nivel
de vida, patrones de consumo y producción y su hegemonía, desde el
desarrollo mismo del capitalismo. Por ello, para el Norte esta situación
debe ser mantenida, a cualquier costo, inclusive a través de procesos de
integración regional, en infraestructura y económica, o la ocupación de
territorios a través de la fuerza.
El coste de la deuda ecológica
Se han desarrollado varias metodologías para calcular la deuda
ecológica y sus componentes. Nosotros mencionaremos algunas que
evidencian el intercambio desigual.
En este caso, una forma es el análisis de flujos de materiales, que
demuestra que hay regiones del mundo que tienen un excedente de
importaciones físicas mientras que otras presentan un déficit en el
intercambio físico. El balance físico se lo obtiene restando las
exportaciones de las importaciones. Un déficit significaría para un país
una pérdida de los recursos naturales.
Lo innovador de esta propuesta es que rebasa el concepto monetario de
la balanza comercial de los países y la pone en términos de toneladas.
Por ejemplo, en los países europeos, las importaciones físicas exceden
las exportaciones físicas. Principalmente debido a la importación de
combustibles fósiles y minerales. Mientras que los países del Sur son
exportadores netos de recursos naturales.
Un análisis monetario daría resultados inversos, principalmente si
tomamos en cuenta el valor de los recursos en el mercado internacional
de los productos primarios en el mercado internacional. De hecho, los
datos indican que en promedio las exportaciones de la Unión Europea
tienen un valor cinco veces mayor que sus importaciones.
El flujo de materiales del Sur al Norte se incrementa en términos
físicos de forma exponencial, mientras que el precio de estos recursos
decrece a lo largo del tiempo.
Esto significa que el Sur debe exportar cada vez mayores cantidades
de recursos para obtener la misma cantidad (o menos) de dinero, por
ellos. Por otro lado, estas exportaciones de minerales o productos
agrícolas, no reflejan en sus precios los costos por daños ambientales o
por la perdida de la calidad el suelo a través de la exportación de
nutrientes, etc.
El intercambio desigual no debe verse en el sentido de la simple
internacionalización de los costos sociales y ambientales, sino como una
economía autocentrada. Es decir la solución no se encuentra en que el
precio sea mayor, ya que esto, incrementaría el afán de exportar con el
consecuente impacto socioambiental y el desmedro de la satisfacción de
las necesidades a nivel interno.
En la retórica de la apertura comercial se habla mucho de la
necesidad imperiosa del retiro de los subsidios a la agricultura y la
eliminación de barreras arancelarias. Esta es una propuesta de doble
filo. Por un lado, es verdad que los perversos subsidios en el Norte
causan distorsiones en el mercado, introduciéndose en los países del Sur
productos agrícolas muy baratos rompiendo con la posibilidad de que los
agricultores puedan vender sus productos a nivel nacional, pero al mismo
tiempo, la eliminación de estos subsidios en el Sur no permitiría que
los pequeños agricultores mantengan sus niveles de producción. Sobre la
eliminación de barreras en el Norte, también se podría incentivar aun
más la especialización primario exportador en el Sur, aumentándose los
volúmenes de exportación de productos agrícolas e incrementándose aún
más la deuda ecológica.
No se trata solamente de que el Norte pague al Sur mejores precios
por sus productos, o que se creen mecanismos de mercados justos, o que
se establezcan impuestos por la pérdida de capital natural o para la
restauración ambiental. De lo que se trata es que hay que cambiar una
economía basada en las exportaciones y en el fomento de la
competitividad (que mantiene salarios muy bajos y disminuye los costos
para la protección ambiental y para la seguridad laboral). Para esto es
una prioridad iniciar el camino hacia el reconocimiento y restitución de
la deuda ecológica ya generada por el modelo primario exportador.
Las estrategias para alcanzar el reconocimiento de la deuda
ecológica.
El reconocimiento de la deuda ecológica puede alcanzarse de diversas
formas, puede ser a través de la cuantificación que hemos planteado
anteriormente y a través de demandas legales (a nivel nacional e
internacional). Sin embargo, hay una ausencia de jurisdicción para la
Deuda Ecológica, entendida en el sentido de la facultad del derecho para
determinar la solución jurídica adecuada para los conflictos
relacionados con la deuda ecológica. Por eso, las estrategias deben
buscar primero su reconocimiento legal, para que pueda haber
obligaciones jurídicas internacionales. Su reconocimiento y restitución
debe estar consagrado como una regla o norma jurídica.
Este reconocimiento legal también permitirá definir quienes son los
agraviados (los acreedores ecológicos) y quienes los que tienen la
responsabilidad legal (los deudores ecológicos), ya sea a nivel nacional
como internacional. Las responsabilidades de los deudores ecológicos,
hacia a los acreedores, deben responder a mecanismos de sanción penal o
de reparación civil, al haber éstos cometido actos ilícitos o haber
violado las leyes
nacionales o internacionales.
La mejor forma de que la deuda ecológica se reconozca es la firmeza
en su reivindicación y la resistencia, no solo como una forma de detener
el crecimiento de la misma deuda ecológica, sino como una manera de
construir o preservar sociedades sostenibles.
La demanda de la restitución de la deuda ecológica no pretende
solamente que haya una compensación monetaria por el agua contaminada o
por los suelos degradados o la pérdida de nutrientes, por el uso de
conocimientos de los campesinos o indígenas o por la no disponibilidad
de minerales o biodiversidad en el futuro, la deuda ecológica es un
mecanismo que permite a los movimientos del Sur unirse de una manera más
sólida y seguir juntos en la lucha por la justicia y por lo que debe
ser.
La propuesta de la deuda ecológica tiene muchos matices, estos pueden
ser éticos, políticos, económicos, metodológicos, etc., pero lo que más
la caracteriza es la pretensión revolucionar las relaciones Norte-Sur.
Por todo esto que estamos describiendo, los campesinos e indígenas, a
través de la incorporación de la campaña por la deuda ecológica en sus
demandas, como acreedores, son parte importante en este proceso, y
gestores de esta revolución.
Es imprescindible que las personas inteligentes, aquellas que
presentan una elevada moral y viven la más genuina vida espiritual,
pertenezcan al país que pertenezcan, se coordinen y cooperen con las
organizaciones libertarias, ecologistas, de derechos humanos y de
comunidades locales, apoyen la resistencia a las actividades de
explotación y denuncien la injusticia allá donde esta se produzca.