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LA MUJER Y EL DIVORCIO

La cantidad de divorcios registrados aumenta en todo el mundo occidental de forma vertiginosa. Algunos expertos prevén que muchos más de la mitad de los matrimonios que se celebran cada año acabarán en divorcio. Por otra parte, la proporción de matrimonios de divorciados es elevada: tres cuartas partes de las mujeres divorciadas vuelven a casarse, aunque aproximadamente la mitad de ellas se divorcia de nuevo.

Las mujeres divorciadas y sus hijos están convirtiéndose en una nueva subclase: mientras los hombres divorciados experimentan un ascenso del 42% en su nivel de vida, las mujeres divorciadas sufren un descenso del 73%. Son consecuencias no previstas de los divorcios no achacables a la culpa de los cónyuges que se consideraban positivos para las mujeres. El problema radica en que los acuerdos de divorcio aceptan a menudo el supuesto de que la mujer será autosuficiente en cuanto a sus ingresos, pasando por alto la gran disparidad existente entre los sueldos de los hombres y los de las mujeres. En resumen, el divorcio de común acuerdo ha constituido un auténtico desastre económico para las mujeres que carecen de preparación profesional, de destrezas laborales o de una experiencia laboral importante.

El divorcio es un período de transición y de dolor y muchos lo han relacionado con el proceso de duelo que sigue a la muerte del cónyuge. El tiempo de duelo puede ser esencial para la curación emocional. El cambio de categoría y de roles resulta estresante. La mujer tiene que cambiar su papel de esposa por el de divorciada, lo que puede ser difícil para quien ha definido en gran parte su identidad mediante el rol de esposa.

Las madres divorciadas y separadas sufren una serie de tensiones añadidas, pues tanto sus cargas financieras como sus responsabilidades aumentan. En general, la madre divorciada no sólo tiene que criar a sus hijos, sino apoyarlos también. Además, debe ocuparse de que reparen el televisor y muchas otras tareas que su marido realizaba antes. Los conflictos entre el trabajo y los hijos se intensifican. No obstante, muchas mujeres señalan ciertas ventajas correspondientes a su categoría de progenitoras únicas, como la sensación aumentada de autonomía e independencia.

En los años sesenta, la proporción de mujeres que estudiaban en institutos y universidades que no pretendían casarse se situaba entre el 5 y el 6%. Incluso en una muestra del año 1985, el 90% de las universitarias manifestaba que deseaba casarse y tener hijos.

No obstante, el estilo de vida alternativo de la mujer sin pareja se considera cada vez más válido. En 1987, el 20,9% de las mujeres blancas, el 36,4% de las afronorteamericanas y el 26,6% de las hispanonorteamericanas entraban en la categoría de "sin pareja, no casadas". Estas estadísticas han aumentado mucho desde 1960, como consecuencia de la tendencia a permanecer solteras y al matrimonio más tardío.

Cuando se habla de la mujer sin pareja, suelen apuntarse dos ventajas. La primera es la libertad. No hace falta que se ponga de acuerdo con nadie para comer, sobre el programa de televisión que ver o de cómo emplear el dinero. Tiene libertad de movimientos para trasladarse, si le conviene a su carrera profesional (o de quedarse donde está, sin tener que moverse en beneficio de la carrera del marido). La otra ventaja consiste en la sensación de autosuficiencia y de competencia. La mujer sola tiene que molestarse en arreglar por su cuenta el grifo que gotea, pero, al hacerlo, adquiere la sensación de que es capaz de encargarse de esas cosas. Las mujeres sin pareja manifiestan un nivel de satisfacción más elevado que las casadas. Entre las mujeres sin pareja, la satisfacción vital está correlacionada con las circunstancias de gozar de buena salud, no estar sola, vivir con una compañera, tener muchos amigos ocasionales y estar muy comprometida con su trabajo.

En una sociedad orientada al matrimonio, como la nuestra, no es raro que las mujeres sin pareja tengan ciertas desventajas. La mayoría de las estructuras sociales de adultos están pensadas para actividades de pareja, por lo que, con frecuencia, queda excluida de ellas la pensona sola. La soledad es otro inconveniente que se menciona con frecuencia.

La cuarta parte de las mujeres sin pareja expresa su pesar por no tener hijos, aunque eso mismo supone que las otras tres cuartas partes no manifestaban esa pena.

En el caso de las mujeres, los niveles elevados de inteligencia, educación y actividad laboral están relacionados con el hecho de permanecer sin pareja. Las mujeres sin pareja suelen valorar mucho el éxito y el crecimiento personal, mientras que las casadas suelen estimar más las relaciones personales. Es posible que las mujeres de éxito consideren que el matrimonio las confina excesivamente y, en consecuencia, opten por no casarse. Nótese que hay una enorme diferencia entre esa proposición y decir que nadie escoge a esas mujeres. La decisión es de ellas. No obstante, para la mayoría, quedarse soltera no es fruto de una decisión precoz, explícita, sino, más bien, el resultado de muchas opciones menores, en gran parte no deliberadas. En esencia, estas mujeres se van viendo abocadas a quedarse solteras, descubriendo, poco a poco, que les gusta.

 

 

 

 

 

 

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