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La enseñanza de la
belleza.
Debemos enseñar a los estudiantes a ser sensibles a la belleza, pues la
belleza forma parte de esta comprensión. Pero la belleza no es simplemente
un asunto de proporciones, forma, buen gusto y comportamiento. La belleza
es ese estado en el que la mente ha abandonado el centro del yo, por la
pasión de la sencillez.
La sencillez no tiene fin; y sólo puede haber sencillez cuando existe una
austeridad que no es el resultado de la disciplina calculada y del
renunciamiento. Esta austeridad es el olvido de sí mismo, el cual sólo
puede tener su origen en el amor. Cuando carecemos de amor, creamos una
civilización en la que se busca la belleza de la forma sin la austeridad y
vitalidad internas propias del simple olvido de uno mismo. No hay tal
olvido de nosotros mismos si nos inmolamos en la ejecución de buenas
obras, en ideales, en creencias. Estas actividades parecen estar libres
del yo, pero en realidad el yo sigue operando bajo la cubierta de
diferentes rótulos.
Sólo la mente inocente puede inquirir en lo desconocido. Pero la inocencia
calculada, que puede vestir un taparrabo o la túnica de un monje, no es
esa pasión del olvido de sí mismo, desde el cual surgen la cortesía, la
delicadeza, la humildad, la paciencia, que son expresiones del amor.
La mayoría de nosotros conoce la belleza únicamente a través de aquello
que ha sido creado o producido: la belleza de una forma o de un templo.
Decimos que un árbol o una casa o la curva muy distante de un río tienen
belleza. Y por medio de la comparación sabemos qué es la fealdad -al menos
eso es lo que creemos. Pero la belleza no es comparable. La belleza no es
aquello que se ha hecho evidente, que se ha manifestado.
Consideramos bella una pintura en particular, decimos que un poema o un
rostro son bellos porque ya conocemos qué es la belleza gracias a lo que
nos han enseñado o porque estamos familiarizados con ello y tenemos una
opinión formada al respecto. Pero con la comparación llega a su fin la
belleza. La belleza no es una simple familiaridad con lo conocido, sino
que es un estado del ser en el que puede existir o no la forma creada.
Estamos siempre persiguiendo la belleza y evitando lo feo, y esta búsqueda
de enriquecimiento mediante lo uno y la evitación de lo otro tiene que
engendrar, inevitablemente, insensibilidad. Ciertamente, para comprender o
sentir qué es la belleza, tiene que haber sensibilidad tanto a lo que
llamamos bello como a lo que llamamos feo. Un sentimiento no es bello ni
feo, es sólo un sentimiento, y de ese modo lo distorsionamos o lo
destruimos.
Cuando al sentimiento no se le pone rótulo, permanece intenso, y esta
intensidad apasionada es esencial para la comprensión de aquello que no es
fealdad ni belleza manifestada. Es de suma importancia el sentimiento
sostenido, esa pasión que no es la mera lujuria ni la gratificación
propia; porque esta pasión es la que crea la belleza y, por no ser
comparable, no tiene opuesto. |
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