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La familia
La descarada manipulación por parte del Poder y del
Estado a través de sus agencias especializadas –familia, escuela, medios de
comunicación, etc.- inculcan en el niño un sistema de valores bien concretos
–como disciplina, autoridad, temor, etc.- que le convierten en “adulto”, es
decir, en un ser dócil, temeroso, consumista... Estas son unas condiciones
imprescindibles para que no se cuestione el Sistema y quede así garantizada
su continuidad.
El primero de los agentes manipuladores es la familia,
pues esta es la célula básica de la sociedad. Como el niño desconoce las
técnicas que emplea esta cultura, la familia sienta en él, mediante la
imposición del chantaje afectivo y la relación de dominio, las bases para
que se convierta en un ser apto para la sumisión, el consumo, y el
sufrimiento
Se considera a los hijos una propiedad privada de los
padres, y esto apoya el modo de reproducción de este tipo de sociedad.
Detrás del amor paterno convencional se esconde un “amor” posesivo que
entraña la manipulación de las personas desde que nacen; allí se encuentran
el chantaje moral y la coacción material. Esta manipulación se determina
jurídicamente al otorgar el Estado a los padres un poder de decisión insano
y nocivo sobre la vida de sus hijos que niega el libre desarrollo del menor.
El ejercicio de este poder se suma a otros factores para hacer imposible la
creación de un verdadero hogar. Entonces se convierte el lugar en donde el
niño vive en una prisión, en el que se padece un problema similar al de las
cárceles: la falta de libertad.
Los padres, apoyados de la religión, no suelen renunciar
a este cometido que les otorga el Estado, y no permiten que sus hijos se
rebelen contra el rol que se les ha otorgado. Los padres mandan y el niño
obedece en el habitual sistema de amos y esclavos acomodado a las
circunstancias. Y esto perpetúa el sistema de las cosas, pues cuando los
niños ejerzan de padres reproducirán los esquemas aprendidos en el seno
familiar.
En la familia actual, que suele regirse por un afecto
asfixiante y posesivo, se ahoga lo que de sentimiento sincero pudiera
surgir. Los hijos aprenden que si protestan y no cumplen lo estipulado en el
contrato familiar serán rechazados y censurados por una sociedad
autoritaria. De ahí que, a pesar de las crisis, la forma de “familia” que
propone y permite el Poder perdure, como sucede con la religión.
En las “familias” que se encuentran en este planeta se
suelen adiestrar verdaderos autómatas, que se adaptarán a su entorno de modo
inmejorable: no ocasionarán disturbios ni engrosarán las filas de los
marginados y desempeñarán su labor de sumisión al Poder.
Sólo unas pocas personas, moldeadas desde niños por una
horma tan estricta, se cuestionarán su papel de colaboración con el Estado,
la tradición y la costumbre, o la aceptación de conceptos como patria,
religión y afines, que un “buen ciudadano” respeta, e incluso alaba. Sin
duda alguna, el ser humano posee enormes facultades de adaptación y una
considerable resignación para sacrificar su consciencia y su capacidad
crítica.
La obediencia cumple una misión de gran trascendencia en
la configuración que hace el Poder de las relaciones personales. Las
personas con conflictos no suelen despertar simpatías en nadie, sobre todo
en aquellos que anhelan el poder y el control y encubren su actitud con una
apariencia de “servicio” al prójimo. La “familia” es el lugar de
reproducción de esta estructura ideológica, de este “orden”.
Durante la adolescencia, los padres ya no recurren a
métodos coercitivos para “educar”, sino que se refugian en el uso de
chantajes –económicos, materiales y morales-, y actúan con el pensamiento de
fondo que expresa que, por el hecho de ser hijo, éste ha contraído una
deuda. Se inculca en el adolescente el sentimiento de culpa, que se redime
con el “honrarás a tu padre y a tu madre”. A esto se une la obligación que
impone coercitivamente el código civil a “obedecer a sus padres mientras
permanezcan bajo su potestad y respetarles siempre”.
La infancia también padece programas y mensajes nocivos
que se difunden a través de los medios y que promueven la violencia, la
discriminación racial y de género y la adopción de falsos valores.
Quien sea responsable de un niño no puede permitirle un
completo libre albedrío, pues este, tarde o temprano, es utilizado en contra
suya o de los demás. A un niño no se le puede dejar hacer determinadas
cosas, sino que se le debe ayudar, a través de la reflexión apropiada y un
delicado y firme trabajo de formación, para que tome consciencia, transforme
su pensar y su sentir, y obre adecuadamente, dando con ello un paso más en
su camino espiritual hacia la libertad. Pero, fuera de este contexto, todas
las imposiciones son contrarias a la condición natural de libre desarrollo.
No tendría por qué haber conflictos entre personas de
diferente edad, como tampoco tendría por que haber conflictos debidos a las
diferencias de sexo o raza. En realidad, estos conflictos surgen a causa de
la condición de propiedad privada que tienen las personas mayores con
respecto a los jóvenes, por la resistencia de la juventud frente a la patria
potestad ejercida por sus padres, frente a la siniestra dominación que
ejercen la escuela y las demás instituciones. El joven que no toma
consciencia y no obra adecuadamente frente a la presión que se ejerce sobre
él, quedará conformada al modelo de sociedad preparado por sus mayores. Se
dispondrá, sin más, a construir su propia “familia”, casarse, trabajar y
tener hijos, reproduciendo una forma de vida enajenada.
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