|
LA FRUSTRACIÓN
Toda acción inteligente tiende siempre a conseguir un fin determinado. El
labrador siembra para recoger una cosecha. El financiero invierte para
conseguir unos beneficios. La secretaria sonríe para agradar a su jefe y el
niño se arroja al suelo para que su madre lo tome en brazos.
Existen, sin
embargo, numerosos factores variables que escapan al control del individuo y
que impiden, a menudo, que la acción de los frutos apetecidos: el labrador
pierde su cosecha por causa del mal tiempo; el financiero se ve sorprendido
por una crisis que da al traste con sus beneficios, la secretaria tiene que
sufrir la hostilidad de un jefe con úlcera de duodeno, y el niño se cansa de
llorar en el suelo sin que su madre, ocupada en hablar por teléfono con una
amiga, le preste la menor atención. Las expectativas fallidas y la
consiguiente sensación de fracaso sumen al labrador, al financiero, a la
secretaria y al niño en la más desoladora frustración.
La frustración
se produce cuando las expectativas del individuo no coinciden con los hechos
reales. Lo que frustra no es tanto la adversidad como el hecho de que los
acontecimientos no se produzcan como uno esperaba. El inmaduro espera que
los acontecimientos se sucedan siempre del modo que más le conviene. Cuando
esto no es así, le resulta difícil aceptar que sus previsiones eran
incorrectas y que había concebido unas expectativas infundadas. Lo común en
estos casos es buscar un culpable, porque resulta más fácil que aceptar el
propio error.
Con la
madurez, el hombre se hace menos iluso, espera menos de la vida y se
aproxima más en sus expectativas a la realidad. El inmaduro, sin embargo, es
más proclive a los grandes batacazos. Vive de ilusiones y cosecha
desencantos. Tiene una idea subjetiva del mundo y todos sus deseos los
transforma inmediatamente en expectativas. No cuenta para nada con los
imponderables y factores variables. Se cree el centro del universo. Está tan
centrado en sí mismo que todo lo toma de un modo personal. En la adversidad,
culpa al destino o a otra persona de actuar contra él. Y jamás, jamás se
detiene a pensar que puede ser él el equivocado.
Lo más grave, sin embargo, de la inmadurez es la óptica miope que tiene de
la vida: sólo considera lo inmediato. Ignora la lección que encierra toda
contrariedad. No entiende que la vida funciona con una estrategia a largo
plazo y que cada pequeña derrota personal que nos inflige no es más que una
sabia preparación para ayudarnos a ganar la gran batalla final contra la
ignorancia. Siempre ocurre lo que tiene que ocurrir, lo mejor; aunque, a
veces, nuestra apreciación subjetiva nos haga ver un mal donde solamente hay
un bien disfrazado. El dolor, la frustración, el desengaño no son castigos.
Son cosas positivas. Son lecciones, si se saben considerar con la
perspectiva adecuada. Observa a un jugador novel de ajedrez. Mueve sus
peones alegremente, buscando resultados inmediatos, sin pensar en las
consecuencias ulteriores de sus movimientos. Se excita e ilusiona
prematuramente si consigue alguna ventaja parcial y, finalmente, se frustra
cuando pierde la partida. ¿No recuerda esto el modo de actuar en la vida del
inmaduro?
EL hombre de
experiencia, por el contrario, analiza objetivamente todas las
posibilidades. Piensa en el resultado final y no se inquieta por los
pequeños reveses que ha previsto ya como inevitables. El inmaduro se rebela
contra su sino cuando éste le es adverso y trata de modificar el curso de
los acontecimientos para acomodarlos a sus deseos. El resultado es que su
frustración no conoce límites. La actitud del sabio es diferente. Acepta las
cosas como vienen y trata de fluir con ellas. En lugar de intentar modificar
el destino, que es inexorable, se adapta a los acontecimientos. Cuando algo
no sale como él lo tenía previsto, busca enseguida modificar su óptica.
La frustración
es moneda corriente en nuestra sociedad, compuesta en su mayoría por
individuos emocionales e inmaduros que confunden sus sueños e imaginaciones
con la realidad. Pero no existe para el hombre de experiencia que tiene su
vista puesta en el horizonte y sabe que cada traspiés, al fin y al cabo, le
acerca más rápidamente a su objetivo.
|
|