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  La gula.

En muchas ocasiones, la espiritualidad se pierde por la boca, pues la gula intenta empujar al ser humano lejos de la vida espiritual. Este vicio se comporta como el criado que no se atreve o no puede robar a su señor, pero entrega las llaves a multitud de bandidos para que entren y saqueen la casa.

El placer que se siente al comer es el medio del que se sirve la naturaleza para inclinar al ser humano a la nutrición, pues esta es necesaria para la misma Vida. Los alimentos nos parecen gustosos para hacerse atractivos, y no es un error comer con gusto y sentir placer al hacerlo. Se cae en el error cuando se buscan los alimentos por el placer que les acompaña. El cuerpo humano pertenece también al mundo animal, y se inclina y busca en todo momento la ocasión de satisfacer sus necesidades animales. Es como un caballo salvaje que busca la ocasión de tirar al jinete que no lleva bien templadas las riendas. Tanto el cuerpo como el alma están destinados a vivir la vida espiritual, y para ella están creados. Esto supone ser consciente y vivir adecuadamente en todas las dimensiones de la existencia, incluso en la dimensión física. Dios colocó el placer en los alimentos para que estos sean ingeridos, y con placer se han de comer. Pero no se deben comer por el propio placer, sino porque son el medio por el que la vida nos sustenta y nos permite vivir espiritualmente.

De diferentes formas puede una persona alimentar el ego de la gula: en la cantidad, por exceso; en la calidad, por ser los alimentos demasiado exquisitos o estar preparados con demasiado estudio; en el modo en el que se ingiere la comida, por la avidez con la que se devora más bien que se come; en el tiempo, adelantando la hora de comer sin la necesidad ni la conveniencia de hacerlo, sólo por anticipar el placer de saborear los alimentos; y en el fin con el que se come, al tener como objeto el placer.

Si alimentamos y dejamos campar a sus anchas al monstruo de la gula, cada vez que tomemos un alimento parte de la energía vital que este debería aportarnos y parte de la energía que tenemos en nuestro organismo es absorbida por él, por el monstruo de la gula que llevamos en nuestro interior. Esta es una de las razones por la que después de ingerir ávidamente una comida nos sentimos tan agotados que necesitamos dormir o “reponernos” mediante estimulantes como el café, el té o el tabaco.

Hay deseo sensual cuando se siente un impulso de comer por la tarde y la mente piensa: “me pregunto si será verdaderamente necesario comer ahora”, o cuando la mente nos traslada a la cocina, imaginando todo lo que podríamos preparar allí. Si la mente se queja tenazmente y no somos conscientes de todo el proceso el deseo sensual puede con nosotros, pero si podemos mirar al deseo y verle, entonces entramos en el camino del conocimiento. No sirve de nada escuchar o leer historias sobre la tentación que habita en nosotros mismos, tenemos que conocerla cuando actúa, y no tiene otro lugar donde actuar que en cada uno de nosotros. Ahí el ego es muy feliz, alimentándose de nuestra propia vida, de las mismas energías que necesitamos para vivir, y se lo pasa en grande, porque por ignorancia y por debilidad sucumbimos a él.

La gula es una parte importante del deseo sensual, es un ego muy peligroso y que, en general, no se tiene en cuenta. Necesitamos comer para alimentarnos, pero cuando ingerimos alimentos para compensar algún déficit emocional, el simple acto de alimentarnos se vuelve tan complejo y peligroso que se hace imprescindible que lo estudiemos. Es necesario estudiarlo para conocer todos los matices que acompañan a este acto natural que cambia el objetivo natural de alimentarnos por el de obtener placer y compensación. En nuestra vida no debemos realizar ninguna acción que tenga la finalidad de compensarnos, sino que debemos ser muy conscientes y comprender la causa que origina nuestra forma de actuar, el problema que nos incita a buscar placer en la comida.

Muchas personas viven para el estómago, y en lugar de comer para vivir viven para comer. Algunas incluso llegan al exceso de vomitar lo que han ingerido para poder seguir comiendo. Estas se precipitan sobre el alimento para saciar sus instintos animales, y olvidan toda espiritualidad. Su primer pensamiento al levantarse de la cama suele ser el de regalar el gusto aquel día, y la única ocupación importante de todos los días es materializar ese mismo pensamiento, que sería también el único en la mente de un animal si éstos pudieran pensar como los humanos.

Los alimentos tienen por objeto prolongar la vida y conservar la salud, pero para muchos, debido al ego de la gula, son motivo de enfermedades, de vejez anticipada y de muerte prematura. Comer con exceso y hacerlo con alimentos impropios del ser humano envenena el cuerpo, lo sobrecarga y entorpece todas sus funciones vitales. Y aunque en un principio no cause trastornos graves en el organismo, va minando lentamente la salud, llegando a quebrantar hasta las más robustas complexiones. La gula es el origen de gran parte de las enfermedades que sufre el ser humano, y esto queda reflejado con muy buen sentido en muchos refranes populares. Viviendo en la sobriedad y en la templanza no se conocen los médicos ni las enfermedades. Las personas que se alimentan frugalmente se suelen morir de puro viejo después de haber vivido sanos y, muchas veces, felices.

Pero los golosos no alcanzan el fin natural que tiene la alimentación, muy al contrario, que es reparar las fuerzas y sostener la vida. En realidad, tampoco consiguen gozarse y satisfacer el gusto. La misma naturaleza castiga a los que de ella abusan, y quienes trastornan sus leyes sufren a su vez trastornos. A la hartura le acompaña el hastío. La sensibilidad que se excita más allá de los límites de lo justo se irrita primero y luego se embota. Los mecanismos del goce que se usan de manera impropia y con exceso se estropean y dejan de funcionar. Y como no encuentra el goloso el mismo placer que encontraba antes, acude a todos los aperitivos, a los excitantes y condimentos más fuertes. Pero no consigue otra cosa que embotar y arruinar el paladar y perder o pervertir el gusto. Como no respeta funcionamiento natural del aparato digestivo, éste le hace sufrir los mayores excesos y le condena a un continuo trabajo que es superior a sus fuerzas, éste se le rebela respondiendo con molestias, náuseas, agotamiento y dolores.

Para la persona espiritual, las horas de sueño reparador, llenas de paz y de sosiego, hacen que cada mañana los disfrute como una nueva existencia y goce las maravillas de esa nueva creación. Pero para el glotón, las horas de sueño son horas de pena, de fatiga y de sufrimiento. No descansa aunque el insomnio deje de atormentarle. Su mente no reposa porque se encuentra sobreexcitada, y las pesadillas le suelen asaltar. El dolor se acuesta con él y al despertar, que es un momento tan agradable para quien vive espiritualmente, se encuentra con la boca amarga, el estómago ocupado, soñoliento, dolorido, cansado y sometido por el tedio y el disgusto.
El goloso, que su felicidad depende de la comida, tiene que privarse a menudo de lo que más le gusta. Entre la alegría de los invitados a un convite él se encuentra triste, pensando en el daño que puede hacerle la comida, aunque la tome en poca cantidad y la mastique a consciencia. Es frecuentemente que el aparto digestivo de quien sufre el vicio de la gula se resista a aceptar o a asimilar los alimentos y, paradójicamente, que muera de hambre quien más ha comido y en mayor abundancia y diversidad posee la comida.

A la vez que la gula arruina su salud también arruina su bolsillo. Lo que le envejece le empobrece. El estómago nunca se acaba de llenar, es como un saco que, aunque ahora esté lleno, luego está vacío. La gula y la ostentación se sientan muchas veces juntas a la mesa. A los gastos de tanta comida diferente se le suele añadir el lujo en el servicio y el abundante número de las personas que sirven. Los animales no siguen comiendo o bebiendo después que satisfacen su hambre o apagan su sed. Sólo el goloso, usando su libertad para abusar de la naturaleza, no hace caso de sus leyes. De la inteligencia se vale para pensar las formas de excitar y de complacer su apetito sensible. Los animales rehuyen lo que les es perjudicial, pero él no mira más que de alimentar su gula, cueste lo que cueste y produzca el daño que produzca. Para alimentar al ego de la gula se destruyen los bosques y las selvas y trabaja sin descanso gran parte de la humanidad.

Quien es esclavo de este ego no tiene oídos para escuchar la voz de su consciencia. Ocupado en procurarse placeres animales se vuelve insensible a la Vida. Como si el corazón se le hubiera bajado al vientre, pocas cosas le interesan que no tenga relación con su ego particular. Faltos de consciencia, tiranizados por el monstruo de la gula, no se detienen a reflexionar que con su voracidad arruinan a su familia y malgastan el pan de sus hijos. Muchos contraen deudas porque derrochan en restaurantes lo que mucho les costó ganar con su trabajo.

La codicia es normalmente una compañera inseparable de la gula, y ésta, además de ser la causa de que se gaste mucho, suele ser la causa de que se gane poco. Cuando la ociosidad y la pereza no provocan gula, la gula provoca ociosidad y pereza. Se utiliza mucho tiempo para comer, y también mucho tiempo para digerir. El exceso de comida dificulta la digestión, volviéndola muy costosa, y para realizarla el ser humano debe poner en juego todas sus fuerzas vitales. El mucho comer cansa más que el mucho trabajar. Por este motivo tantas personas que no hacen nada se sienten agotadas e incapaces para todo. No sudan con el trabajo manual o intelectual, pero sudan con los trabajos de la digestión. Vuelven a la mesa sin haber terminado de digerir, convirtiendo su vida en un continuo banquete y su cuerpo en una máquina de comer.

La persona que come lo adecuado a sus verdaderas necesidades se prepara y se dispone para realizar las obras de mayor dificultad. Y es que las fuerzas que consume el aparato digestivo las roba el cuerpo al alma. En un cuerpo cebado hasta la saciedad con todo tipo de alimentos se encuentra el espíritu como el pájaro que tiene los pies atrapados en un cepo.

El goloso no conoce más alimento que aquel que se tritura con los dientes, y sólo desea ingerir lo que le proporciona placer al paladar. Su alma, manchada por la gula, se presenta como un espejo sucio en donde la imagen de la Vida no puede contemplarse. Los vapores de la digestión, el humo que sube de un estómago sobrecargado, como sube el vapor de una olla hirviendo, forman espesas nubes que dificultan enormemente el ejercicio de la consciencia, del entendimiento, de la sensibilidad y, en definitiva, de toda la labor espiritual.

Debemos ser conscientes en todo momento y dirigir y refrenar, cuando sea necesario, los apetitos naturales del cuerpo físico. No se debe consentir que éste se erija en el amo de uno mismo y nos dirija a su capricho y antojo. Es un vicio y un desorden alimentar el deseo sensual y perder la salud precisamente con lo que tiene por objeto conservarla. El goloso ceba un cuerpo que pronto ha de ser alimento de los gusanos, y no se cuida de vivir una vida espiritual, que es el mejor alimento tanto del cuerpo como del alma, pues no sólo de alimentos físicos vive el ser humano.

Todo deseo y búsqueda de placer aparta a las personas de la consciencia y del amor, las insensibiliza y suponen un obstáculo para obrar adecuadamente. Esta búsqueda de placer que se concreta en la ingestión de los alimentos también lo hace. Aunque en esta sociedad la gula no esté mal vista, desde una perspectiva espiritual es tan nefasta como un adulterio o una agresión colérica.

Casi todo el mundo debería aprender a comer. No es lo más adecuado comer de cualquier manera, en medio de ruidos, nervios, prisas e incluso disputas. Cada día tenemos una oportunidad para realizar un ejercicio de descanso, de concentración, de harmonización de todo el ser.

Cuando una persona se sienta a la mesa tiene que comenzar expulsando del espíritu todo aquello que le pueda impedir comer en paz y en armonía. Y, si no entra enseguida en este estado, debe esperar a empezar a comer hasta el momento en el que haya conseguido calmarse. Cuando se come en un estado de agitación, de cólera o de descontento, se introduce en uno el desasosiego, unas vibraciones desordenadas que se transmiten a todo lo que se haga después. Incluso cuando se intenta dar una impresión de calma, de control, sale de uno algo agitado, tenso que propicia que no se viva espiritualmente.

Por el contrario, si se come en un estado de armonía se resuelven mejor los problemas que se presentan después, e incluso si durante todo el día uno se ve obligado a correr de aquí para allá, siente dentro de sí una paz que la propia actividad no puede destruir. Comenzando por el principio, por lo sencillo y evidente, se puede llegar muy lejos.

No es verdad que la fatiga se produzca siempre porque se ha trabajado demasiado. No, muy a menudo se produce por un despilfarro de fuerzas. Y precisamente, cuando se ingiere el alimento sin haberlo masticado bien, sin haberlo impregnado suficientemente con los propios pensamientos y sentimientos, es más difícil de digerir, y el organismo, que tendrá dificultad para asimilarlo, no podrá beneficiarse totalmente.

Cuando una persona come sin ser consciente de la importancia de este acto, aunque el organismo se fortalezca sólo recibe las partículas más groseras, más materiales, lo cual es poco comparado con las energías de las que se beneficiaría si supiera de verdad comer en silencio, siendo totalmente consciente del alimento para recibir los elementos etéricos y sutiles. Así pues, durante la comida, uno se debe centrar en el alimento proyectando en él rayos de amor. Entonces se produce en la digestión la separación entre la materia y la energía. La materia se disgrega, mientras que la energía penetra en uno y puede disponer de ella.

En la nutrición lo esencial no son los alimentos en sí, sino las energías que estos alimentos contienen, la quintaesencia aprisionada, pues en esta quintaesencia se encuentra la Vida. La materia del alimento sólo sirve de soporte, y justamente esa quintaesencia tan sutil, tan pura, no debe únicamente servir de alimento a los planos inferiores -al cuerpo a las emociones y a la mente-, sino que debe servir también para alimentar el alma y el espíritu.

La gula se satisface fácilmente pero surge una y otra vez. Por ello muchas personas intentan trabajar con este ego, que se satisface tan fácilmente y que surge tan a menudo, moderándose en el comer y haciéndolo en el número de veces, en la cantidad y en calidad adecuadas para alcanzar o conservar la salud.

 

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