El Hombre Superior
Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro
que lleva a todas partes el resplandor de sus delicias.
Los
hombres superiores son los que tienen que superarse siempre a sí mismo. Son
los aristócratas del espíritu. Estirpe de hombres superiores, hombres con
independencia y con mando, almas de elevado linaje. Hombres de conocimiento,
sabios, honestos, verdaderamente piadosos y virtuosos. Espíritus libres, muy
libres que poseen la fuerza y el placer de la voluntad, la voluntad de
autodominio. Viven la espiritualidad más elevada y saborean los sentimientos
de la gran autosuperación, del silencio y de la soledad. Desconfían por
naturaleza de lo nuevo mientras respetan el antiguo conocimiento, la vieja
tradición.
Para
que el hombre superior exista son necesarios sufrimiento y muchas
transformaciones, por ello deben tener una vida siempre peor y más dura.
Sólo así crecen hasta aquella altura lejana, donde se encuentra aquel verano
con fuentes frías y silencio bienaventurado, donde está su altura y su
patria, un lugar demasiado alto y abrupto para la chusma.
Egoístas, en su egoísmo creadores, y lo hacen con la cautela y previsión de
la embarazada. Creadores en su interior de un ser superior, de lo que nadie
ha visto aún con sus ojos, el fruto, el hijo: eso es lo que su amor entero
protege, cuida y alimenta.
Muchas amargas muertes tiene que haber en las vida de estos hombres
superiores. Para ser el hijo que vuelve a nacer el creador mismo tiene que
ser también la parturienta y los dolores de la parturienta. A través de cien
almas han recorrido su camino, y a través de cien cunas y dolores de parto.
Muchas son las veces que se han despedido, conocen todas las horas finales
que desgarran el corazón.
El
superhombre es el sentido de la tierra: permanecen fieles a la tierra y no
creen a quien les habla de esperanzas sobreterrenales. Aprecian al cuerpo y
aprecian la tierra, medios para la nueva creación.
Para
hundirse en su ocaso y sacrificarse no buscan una razón detrás de las
estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna
vez a ser del superhombre. Viven para conocer, y quieren conocer para
que alguna vez viva el superhombre. Y quieren así su propio ocaso.
Cogen
su pesada carga y ascienden hasta la cumbre, hacia el desierto, para tentar
al tentador. De sus pasiones surgen sus virtudes y alegrías, virtudes que
terminarán con el hombre.
El hombre superior y la plebe.
En la
vida coexisten dos tipos de hombre: el que forma la plebe y el hombre
superior. Estos son diferentes como diferentes son la autenticidad y la
mentira, la fuerza y la debilidad, el vigor y la enfermedad y la vida y la
muerte.
La
grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre
se puede amar es que es un tránsito y un ocaso.
El
hombre común es algo así como un gusano y debe ser superado. Pobreza,
suciedad y un lamentable bienestar definen al hombre común, moderación y
mezquindad que claman al cielo. Es un montón de enfermedades que extiende
por el mundo.
Siempre abandonan el trabajo que supone lograr conocimiento debido a lo
arduo y frío que es: el hombre mediocre necesita calor. Son un rebaño sin
pastor, pues aunque tenga pastor éste pertenece siempre al mismo rebaño. Son
seres sin derecho a beber del conocimiento pues su maldad lo corrompe.
Ruina
de hombre, pulgón inextinguible, hombre ruin, cómodo, tipo pequeño que todo
lo empequeñece, fragmentos de hombre, hombres incompletos. Son espíritus
estrechos, prisioneros, encadenados, rebaño. La plebe no sabe lo que es
grande, lo que es pequeño, lo que es recto y honesto: ella es inocentemente
torcida, ella miente siempre.
Cree
que no existen el hombre superior, que ¡todos somos iguales!, que ante Dios
todos somos iguales!
La muerte
de Dios.
Pero Dios ha muerto.
El hombre superior ha perdido la fe en un sentido de la vida trascendente y
prefijado. Se han liquidado las creencias, los trasmundos inventados por el
ideal como mentira fijadora. El hombre debe recuperar para sí su interior
divino y alcanzar así el estado de hombre superior.
Debemos unificar
nuestras propias fuerzas y poder afrontar la total y fría soledad que la
muerte de Dios y la pérdida de refugio suponen.
La moral
y la virtud.
El placer de ser
rebaño es más antiguo que el placer de ser un yo: y mientras la buena
conciencia se llame rebaño, sólo la mala conciencia dice: yo. El
superhombre, con su espíritu y corazón libres, aparece como demencia.
Primero toma sobre sí la pesada carga de la moral "corriente", después llega
a un estado de crítica contra este "deber ser". Sólo así, después de la
sumisión y del posterior "no" a ella, puede alcanzar el "sí" de la bella
moral, rigurosa y estrictamente autónoma.
Cuando en el hombre
empieza a despuntar un poco de luz ve que la moral y los valores que
encuentra en la sociedad en que se desenvuelve se quedan limitados con
respecto a su interior y es aquí cuando la debe desechar y crear unos nuevos
valores y una nueva moral.
El bien y
el mal.
Un bien y un mal que
fuesen eternos e imperecederos no existen. Los hombres se han dado a sí
mismos todo su bien y todo su mal. No los tomaron de otra parte, no los
encontraron, éstos no cayeron sobre ellos como una voz del cielo. Para
conservarse, el hombre empezó implantando valores en las cosas, -¡el fue el
primero en crear un sentido a las cosas, un sentido humano! Por ello se
llama "hombre", es decir: el que realiza valoraciones.
Valorar es crear. El
valorar mismo es el tesoro y la joya de la vida. Sólo por el valorar existe
el valor. Sin el valorar estaría vacía la nuez de la existencia.
El cambio de los
valores es el cambio de los creadores. Siempre aniquila el que tiene que ser
un creador. Una violencia surge de los nuevos valores, y una nueva
superación: al chocar con ella se rompen el huevo y la cáscara de lo caduco
y lo viejo.
Así, quien tiene que
ser un creador del bien y del mal tiene que ser antes un aniquilador y
quebrantador de valores. ¡Y que caiga hecho pedazos todo lo que en nuestras
verdades pueda caer hecho pedazos! ¡Hay muchas casas que construir todavía!
Y es, desde esta
creación de nuevos valores que surgen un nuevo bien y un nuevo mal.
La
Voluntad de poder.
El fundamento de un
hombre superior es la voluntad de poder, la voluntad incondicional de poder.
Éste lleva en su interior esa voluntad de poder, poder que le permite obrar
según las circunstancias, poder que hace que nazca en su interior la virtud
(prudencia, fortaleza, valor, compasión...) y no le deja amilanar por
adversas que sean las circunstancias exteriores.
La voluntad de poder
la vive por ese talante varonil, firme, "militar", caballeroso,
aristocrático, que da belleza al hombre, que le eleva al nivel donde
moran los dioses.
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