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Ideales educativos y métodos: Las escuelas y los sistemas.
En
todas partes del mundo los ingenieros diseñan febrilmente nuevas máquinas
que no necesitan ser manipuladas por el hombre. En una vida gobernada casi
completamente por la máquina, ¿en qué se ha de convertir el ser humano?
Tendremos Cada vez más tiempo ocioso sin saber emplearlo con cordura, y
procuraremos escapar de la ociosidad adquiriendo más conocimientos, buscando
diversiones enervantes o forjando nuevos ideales.
Se han escrito muchos volúmenes sobre los ideales educativos; sin embargo,
estamos en mayor confusión que nunca. No existe método alguno por medio del
cual se pueda educar a un niño para que sea libre e íntegro. Mientras nos
preocupamos por los principios, los ideales y los métodos, no ayudamos al
ser humano concreto a liberarse de sus actividades egocéntricas con todos
sus temores y conflictos.
Los ideales y los planes para una perfecta utopía, jamás nos traerán el
cambio radical del corazón que es esencial, si hemos de poner fin a la
guerra y a la destrucción universal. Los ideales no pueden cambiar nuestros
valores actuales: Sólo pueden cambiarse mediante una educación genuina, que
ha de fomentar la comprensión de “lo que es “, la realidad, el hecho que
sucede.
Cuando trabajamos unidos por la realización de un ideal, para el futuro,
formamos a los individuos de acuerdo con nuestra concepción de ese futuro;
no nos preocupamos en absoluto por los seres humanos, sino por la idea que
tenemos de lo que los individuos deben ser. Lo que debe ser resulta mucho
más importante para nosotros que lo que es o sea, la persona con sus
complejidades. Si comenzamos por comprender a la persona directamente, en
vez de verla a través nuestra visión de lo que debe ser, entonces sí nos
interesamos en ver lo que es.
Entones ya no deseamos transformar al ser humano concreto en otra cosa, sino
ayudarlo a comprenderse a sí mismo; y en esto no hay provecho ni motivo
personal. Si nos mantenemos totalmente atentos a lo que es, lo
comprenderemos y nos veremos libre de ello pero para estar atentos a lo que
somos, tenemos que dejar de luchar por algo que no somos.
Los ideales no tienen lugar en la educación porque impiden la comprensión
del presente. No hay duda de que podemos prestar atención a lo que es, sólo
cuando dejamos de huir hacia el futuro. Mirar al futuro, luchar por un
ideal, indica pereza mental y deseo de evitar el presente.
¿No es la búsqueda de una utopía teórica concebida previamente, la negación
de la libertad e integridad del individuo? Cuando uno sigue un ideal, una
norma, cuando uno tiene ya una fórmula de lo que debe ser, ¿no está viviendo
una vida muy superficial y automática? Lo que necesitamos no son ideales ni
individuos con mentes mecanizadas, sino seres humanos integrales que sean
inteligentes y libres. Forjarse el modelo de lo que debe ser una sociedad
perfecta es motivo de luchas, y derramamientos de sangre por lo que debe
ser, mientras ignoramos “lo que es”.
Si los seres humanos fuesen entes mecánicos o máquinas automáticas, se
podría predecir su futuro y se podría además trazar planes para una Utopía
perfecta. Entonces podríamos hacer meticulosamente el plan de una sociedad
futura, y trabajar para lograr su realización. Pero los seres humanos no son
máquinas destinadas a trabajar según un modelo determinado.
Entre el tiempo presente y el futuro existe un inmenso intervalo, en el cual
actúan sobre cada uno de nosotros innumerables influencias; y si
sacrificamos el presente por el futuro, seguimos trayectorias erróneas hacia
un probable fin correcto. Pero los medios determinan el fin; y además,
¿Quiénes somos nosotros para decidir lo que el ser humano debe ser? ¿Con qué
derecho pretendemos moldearle de acuerdo con un determinado patrón derivado
de algún libro, o forjado por nuestras propias ambiciones, esperanzas y
temores?
La verdadera educación no tiene nada que ver con ninguna ideología, por
mucho que ésta prometa una utopía futura; ni está fundada en ningún sistema,
por bien pensado que sea; ni tampoco constituye un medio de condicionar al
individuo de una manera especial. La educación, en el verdadero sentido,
capacita al individuo para ser maduro y libre; para florecer abundantemente
en amor y bondad. En esto es que debiéramos estar interesados y no en
moldear al niño de acuerdo con una norma idealista.
Cualquier método que clasifique a los niños de acuerdo con su temperamento y
aptitud, no hace más que acentuar sus diferencias; crea antagonismos,
estimula las divisiones sociales y no ayuda a desarrollar seres humanos
íntegros. Es evidente, pues, que ningún método ni ningún sistema pueden
asegurar una verdadera educación, y la estricta adhesión a un método
particular demuestra indolencia por parte del educador. Mientras la
educación se base en principios preparados de antemano, podrá tal vez
producir hombres y mujeres eficientes, pero no seres humanos creadores.
Sólo el amor puede crear la comprensión de los demás. Donde hay amor hay
comunión instantánea con los otros, en el mismo nivel y al mismo tiempo. Por
ser nosotros mismos tan secos, tan vacíos, tan faltos de amor, hemos
permitido que los gobiernos y los sistemas se encarguen de la educación de
nuestros hijos y de la dirección de nuestras vidas; mas los gobiernos
quieren técnicos eficientes, y no seres humanos, porque los seres humanos
son peligrosos para los gobiernos, así como también para las religiones
organizadas. Por esto es que los gobiernos y las organizaciones religiosas
buscan el dominio sobre la educación.
La vida no puede adecuarse a un sistema, no puede estar sujeta a una norma,
por noble que ésta se conciba; y una mente que se ha formado sólo de hechos
y conocimientos es incapaz de enfrentarse a la vida en toda su diversidad,
su sutileza, su profundidad y sus grandes alturas. Cuando educamos a
nuestros hijos de acuerdo con un sistema de pensamiento o una disciplina
particular, cuando les enseñamos a pensar dentro de determinados surcos y
divisiones, les impedimos que lleguen a ser hombres y mujeres íntegros, y
por consecuencia resultan incapaces de pensar inteligentemente, o sea de
hacerle frente a la vida en su totalidad.
La suprema función de la educación es producir un ser humano íntegro que sea
capaz de habérselas con la vida como un todo. Tanto el idealista, como el
especialista, no se preocupan por el todo, sino por una parte. No puede
haber integración mientras uno persigue un modelo ideal de acción; y la
mayoría de los maestros que son idealistas han desechado el amor, porque
tienen la mente seca y el corazón duro. Para estudiar a un niño, uno tiene
que estar alerta, vigilante, sensible, receptivo; y esto requiere mucha
mayor inteligencia y afecto que para animarlo a seguir un ideal.
Otra función de la educación es crear nuevos valores. Implantar únicamente
en la mente del niño valores ya existentes para moldearlo conforma a ciertos
ideales, es condicionarlo sin despertar su inteligencia. La educación está
íntimamente relacionada con la presente crisis del mundo, y el educador que
ve las causas de este caos universal, debería preguntarse cómo ha de
despertar la inteligencia en el estudiante, para así ayudar a la futura
generación a no traer ulteriores conflictos y desastres. El educador debe
poner todo su pensamiento, todo su cuidado y afecto en la creación de un
verdadero ambiente y en el desarrollo de la comprensión, de tal modo que
cuando el niño haya crecido y madurado sea capaz de enfrentarse
inteligentemente con los problemas humanos que se le presenten. Pero para
poder hacer esto, el educador debe comprenderse a sí mismo, en vez de
confiar en ideologías, sistemas y creencias.
No pensemos en términos de principios e ideas; por lo contrario, demos
atención a las cosas tal como son; porque es la consideración de lo que es
lo que despierta la inteligencia, y la inteligencia del educador es mucho
más importante que su conocimiento de un nuevo método de educación.
Cuando seguimos un método, aunque éste haya sido elaborado por una persona
reflexiva e inteligente, el método se convierte en algo muy importante; y
los niños sólo resultan importantes en la medida en que encajen dentro del
método. Medimos y clasificamos al niño, y después procedemos a educarlo con
arreglo a algún plan. Este procedimiento puede ser conveniente para el
maestro, pero ni la práctica de un sistema, ni la tiranía de la opinión y
del proceso de aprendizaje, pueden producir un ser humano íntegro.
La verdadera educación consiste en comprender al niño tal como es, sin
imponerle un ideal de lo que opinamos que debiera ser. Encuadrarle en el
marco de un ideal es incitarlo a ajustarse a ese ideal, lo que engendra en
él temores y le produce un conflicto constante entre lo que es y lo que
debiera ser; y todos los conflictos internos tienen sus manifestaciones
externas en la sociedad. Los ideales son un obstáculo real para nuestra
comprensión del niño y para que el niño se comprenda a sí mismo.
Un padre de familia que quiere realmente comprender a su hijo no lo mira a
través del velo de un ideal. Si ama a su hijo, lo observa directamente,
estudia sus tendencias, sus caprichos, sus peculiaridades. Es sólo cuando no
sentimos amor por el niño que le imponemos un ideal, porque entonces son
nuestras ambiciones las que tratan de realizarse en él, queriendo que llegue
a ser esto o aquello. Si amamos al niño, entonces hay una posibilidad de
ayudarle a que se comprenda a sí mismo tal como es.
Si un niño miente, por ejemplo, ¿de qué sirve ponerle delante el ideal de la
verdad? Primero hay que averiguar por qué miente. Para ayudarlo necesitamos
tiempo para estudiarlo y observarlo, lo cual requiere paciencia, amor y
cuidado; por otra parte, cuando no sentimos amor ni tenemos comprensión,
obligamos al niño a seguir un molde que llamamos un ideal.
Los ideales son un escape conveniente, y el maestro que los sigue es incapaz
de comprender a sus alumnos y de trabajar con ellos inteligentemente. Para
ese maestro el ideal futuro, lo que el niño debe ser, es mucho más
importante que lo que el niño es en el presente. La persecución de un ideal
excluye el amor, y sin amor no se puede resolver ningún problema humano.
Si el maestro es un verdadero maestro, no dependerá de un método, sino que
estudiará a cada alumno individualmente. En nuestras relaciones con los
niños y los jóvenes, debemos pensar que no estamos bregando con artefactos
mecánicos, que se pueden reparar con facilidad, sino seres vivientes, que
son impresionables, volubles, miedosos, sensibles, afectuosos; y que para
convivir con ellos tenemos que estar dotados de gran comprensión, tenemos
que poseer la fuerza de la paciencia y del amor. Si nos faltan estas
cualidades, buscamos remedios fáciles y rápidos con la esperanza de obtener
resultados maravillosos y automáticos. Si no estamos alertas, si nuestras
actitudes y acciones son mecánicas, nos asustaremos ante cualquier exigencia
perturbadora que no podamos vencer por reacciones automáticas; y ésta es una
de nuestras mayores dificultades en la educación.
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