Esta conciencia axial, que hemos descrito como algo tan estupendo, plantea
de inmediato la cuestión: ¿Qué hemos de hacer para ponernos en camino y
llegar a ella rápidamente?
Lo primero que
debemos hacer es darnos cuenta de que existen ciertos impedimentos. La
prueba de que existen es que algunos quizás habrán experimentado en alguna
ocasión este estado, o un estado próximo al que hemos explicado, y, sin
embargo, la cosa desaparece y uno se siente incapaz de reproducirla.
Los
impedimentos básicos son, en primer lugar, la crispación que tenemos sobre
nuestra mente, en nuestra mente sobre nuestros contenidos mentales. Estamos
acostumbrados, es decir estamos viciados, a estar pendientes siempre de las
imágenes y representaciones mentales. Queremos verlo todo, vivirlo todo,
definirlo todo en tanto que representación, en tanto que idea. Por esto
muchas veces nos cuesta tanto esfuerzo tomar una conciencia espontánea de
otros aspectos de nuestra personalidad que no son ideas.
Por ejemplo,
algunos pueden no llegar a darse cuenta de que tienen hambre porque están
demasiado preocupados por determinados problemas. Otros no se percatan de
que sienten afecto u hostilidad hacia otras personas, debido a que están
teniendo unas determinadas actitudes mentales, y les lleva a veces mucho
tiempo llegar a descubrir, llegar a vivenciar, lo que estaban sintiendo,
porque no podían ponerlo en contacto con su “yo” consciente.
Como ejemplo
elemental y primitivo de ello, tenemos el hecho frecuente de aquella persona
que está absorta en un problema, y de repente se da cuenta de que tiene
ganas de ir al lavabo, y de que llevaba mucho rato con esta necesidad, pero
no se había enterado de ella, a pesar de estar notando inconscientemente
las molestias.
Este mismo
problema ocurre de un modo más general en toda nuestra vida: estamos tan
pendientes de la imagen que tenemos de las cosas, de la idea que tenemos
del exterior y de nosotros mismos, que esto nos impide tomar contacto
directo con otros aspectos de nuestra realidad.
No es que las
ideas no sean importantes, útiles, necesarias, indispensables. Lo son, pero
lo son en tanto que instrumentos para una finalidad determinada. El
problema que tenemos con la mente es que el pensar se ha convertido para
nosotros en una actitud, en un hábito que no controlamos, y no somos
capaces de salir de ahí.
Hay muchas
personas que no saben lo que sienten, lo que experimentan, ni siquiera lo
que les duele. Esto se debe a que su mente está viviendo preocupada, fijada
exclusivamente en unas valoraciones, en unas interpolaciones, en unas
situaciones que fueron para ellas un problema en un momento dado. Y todo lo
que no sea esto, o se refiera a esto, carece para estas personas de sentido,
y se niegan a mirarlo en virtud de esa crispación mental de la que hablamos.
Sólo con el
tiempo, la persona que está anclada en el pensar descubre que en efecto
estaba sintiendo esto y lo otro. Y el darse cuenta de lo que siente, y de
que lo siente, es ya un paso para poder cambiar, para poder modificar a
voluntad este sentimiento.
En el fondo,
esta crispación que tenemos sobre los contenidos y sobre la actividad
mentales no son más que una derivación, una consecuencia, de la crispación
mental que tenemos sobre la idea de nosotros mismos. Mientras nos vivamos a
nosotros mismos como una idea -yo que soy así, yo que soy de esa manera o
quiero llegar a esa otra manera...- mientras estemos obsesionados,
fascinados, hipnotizados por esta idea que nos hemos ido formando de
nosotros mismos, idea que con frecuencia no conocemos más que a través de
minúsculos fragmentos, mientras estemos condicionados totalmente por esta
idea, estaremos a la vez obsesionados con todas las ideas que, de un modo u
otro, se refieran a esta idea básica.
Por eso es tan
importante que nos demos cuenta de que nosotros ya tenemos, de un modo
espontáneo, experiencias en otras zonas de nuestra mente, que no son puras
representaciones, que no son contenidos mentales, y que tienen también un
gran valor, porque precisamente los momentos más buenos, más importantes y
solemnes de nuestra vida los hemos vivido a través de estas experiencias
-cuando nuestra mente estaba sólo en un plan de atenta espectadora, y no
como protagonista.
Toda evidencia
grande, profunda, que hayamos tenido de nosotros mismos, o incluso de
cualquier verdad importante en la vida, es algo que nos ha venido a la
mente, no algo que hayamos producido con nuestra mente; es algo que ha
acaecido, algo que hemos aprehendido e integrado en nuestro mecanismo, en
nuestro bagaje mental, y de ese modo lo manejaremos como una idea más. Pero
la solemnidad, la importancia, la trascendencia de aquel momento no ha sido
en virtud de este proceso mental nuestro, sino de una apertura a algo más
profundo, a una verdadera noción nueva, directa y vivencial que tenía un
valor muy superior a la mera formulación mental.
Es importante
darse cuenta de que existen ya experiencias eventuales de otras realidades y
otras zonas de realidad en nosotros mismos, además de la mente. Es decir,
que no estamos hablando de algo desconocido, sino de algo que está
presentido y muchas veces parcialmente experimentado.
Esto nos lleva
a otro problema, a otro impedimento, que es la dependencia del mundo
exterior en tanto que fomas, en tanto que representaciones concretas.
Nos hemos
educado, hemos desarrollado una conciencia de nosotros mismos
constantemente en contacto con, y en función de, lo exterior. Esto quiere
decir que siempre nos reconoceremos a nosotros mismos en relación con lo que
hacemos, con nuestra familia, con nuestras amistades, en relación con
nuestro mundo. No hemos aprendido a tomar conciencia directa, inmediata, de
nosotros mismos, sino que siempre tenemos una conciencia de relación, una
conciencia en función de algo.
Esa conciencia
es correcta, es normal, es real. Lo malo es que solamente tengamos esta
conciencia, o creamos que solamente existe esta conciencia. No es que
hayamos de negar la noción de nosotros mismos en su aspecto funcional,
dinámico, existencial. Lo que ocurre es que en nosotros hay una realidad que
no depende de este devenir, de este proceso de ir siempre idénticos a
nosotros mismos, que nos permite ser el mismo sujeto a lo largo de todas las
variaciones. Y esta Identidad Central, ésa que es la realmente importante,
ésa es la que desconocemos.
Esto hace que
estemos siempre pendientes de la idea que nos hacemos de las demás personas,
de las cosas que nos ocurren exteriormente, y así, nuestra cotización está
siempre subiendo o bajando según las incidencias exteriores. Y esto es un
gran impedimento, porque, mientras nos vivamos a nosotros mismos solamente
en función de lo exterior, estamos incapacitados para descubrir nada en
nosotros aparte de lo exterior y de esta relación dinámica nuestra con lo
exterior.
Un tercer
impedimento es la excesiva dependencia de nuestro mundo interior. Porque la
persona que no está pendiente del mundo exterior de valores y realidades lo
está de su formación interior, de sus proyectos, de sus deseos, de sus
resonancias, de sus sueños, de sus aspiraciones, de sus desgracias, de sus
lamentaciones, de sus cosas buenas y de sus cosas malas. Y al estar viviendo
en su mundo interior, además, le impide expresarse en el mundo exterior de
un modo correcto, eficaz y adecuado.
Una vez más,
esa dependencia del mundo interior es una función de esa dependencia del
yo/idea, porque mientras uno se defina a sí mismo en virtud de una manera
de ser determinada, todo cuanto vaya a favor o en contra de esta manera de
ser le hará resonar por dentro constantemente. Si uno vive pendiente de sus
preocupaciones, de sus temores, de sus dolores, de sus ilusiones, no podrá
nunca llegar al “yo”. El “yo” es lo que hay detrás de uno, lo que hay detrás
de Mí. El Mí es un posesivo: el Yo es un poseedor; y el exterior es lo
poseído. Mientras estemos pendientes del problema de mí y de él o de lo
otro, nos encontraremos en dificultad para ser “yo”. No es que no existan
mis cosas, no es que no exista el otro; el problema está en que “yo” viva
sólo eso, o lo viva de un modo preferente , o viva de un modo preferente lo
otro.
Esto nos ha
habituado a funcionar con unas actitudes determinadas, unas formas de
pensar, soñar, teorizar, valorar, actuar, sonreír, discutir, ser amable,
protestar, quejarse, lamentarse, huir por dentro. En nosotros hay una serie
de hábitos que se han ido estableciendo a base de muchas repeticiones. Y
todos estos hábitos constituyen algo que se produce ya por sí mismo, como
hábitos que son, y, ante ellos, la persona que no es capaz de despertarse
no puede hacer nada, porque se encuentra siempre metida dentro de un estado,
se encuentra siempre dentro de unas circunstancias que son ya una reacción,
una respuesta, un resultado, un estado.
Resulta así
que la persona siempre es un producto, y la persona quiere modificar esos
productos desagradables a base de otros productos agradables. La verdadera
solución no consiste en modificar unos condicionamientos desagradables con
otros agradables. Consiste en que la persona trabaje para llegar a ser ella
misma, para llegar a ser directamente consciente de sí misma como sujeto:
¿Yo, qué soy yo? ¿Qué soy en mí mismo, aparte de lo que me ocurre? ¿A quién
ocurre eso? Este ser al que le ocurre eso está más allá de la cosa que le
ocurre; por lo tanto, es este sujeto, este Ser Central, el único punto
estable, fijo, auténtico, real, que nos permitirá encontrar estabilidad y
realidad en lo que hagamos y en la vida.
Como estamos
hablando de factores que representan un impedimento, es forzoso que hayamos
hecho más hincapié en los aspectos negativos. Esto no significa que no
funcionemos también gracias a muchas cosas positivas. Hay en nosotros
infinidad de factores positivos. Pero precisamente porque también hay
muchos negativos es necesario, es conveniente, hacer una limpieza, desmontar
un poco nuestro mecanismo interior para ir limpiando o aligerando la fuerza
de este condicionamiento.
Para poder
llegar a una conciencia central es preciso que la persona haya trabajado
primero los mecanismos más superficiales de tipo medio o de tipo externo.
Por esto no es aconsejable trabajar en ninguna técnica que conduzca a la
conciencia axial si primero no se ha hecho hasta cierto punto un trabajo de
limpieza de esos mecanismos, de esos condicionamientos de tipo externo e
interno, de esos estados subjetivos y de dependencia del yo/idea, o de una
configuración exigente o extremada de ese yo/idea.