INJUSTICIA Y BONDAD
Hay quienes que, desde que nacen, ya
cuentan con casi todo: con inmensos recursos y con exageradas
atenciones, y cómodamente no tienen por qué pugnar y conseguir lo más
imprescindible, aquello que sí es muy importante desde siempre para la
mayoría.
No tienen que luchar vitalmente en el día a
día por cada obstáculo, por cada contra a la que otros se encuentran
sometidos con el sobreesfuerzo, con el desconsuelo o con la
desprotección, en las recaídas, en el enfado y en el desenfado. Como
cuentan con apoyos no necesitan arriesgar la obediencia, la simpatía
acaramelada, ni la pasividad que defienden ante todo lo que
obligatoriamente hay que levantar la voz –para que la escuchen-, estar
en desacuerdo, tomar conciencia, rebelarse, manifestarse o mojarse hasta
el... trasero.
En efecto, están tranquilos –porque lo que
causa intranquilidad lo desconocen, por su ignorancia- y también
predispuestos a vender esa imagen bendita de que no pone contras, son
muy buenos, son muy guapos para que no cambien sus privilegios, puesto
que no han estado vinculados al padecer continuo de quien se destempla.
Existe una bondad que es la auténtica, que
es la que no calla y busca la dignidad hasta del último ser humano, que
malhiere diariamente las injusticias, que grita, y que no ha vendido aún
su voz, esa bondad bien existe, pero importa poco a los que sólo halagan
sus imágenes, sus cuentas corrientes y con una opinión de simpatía
consienten lo mismo el terrorismo de Estado que derroches del dinero
público para comprar armas o para publicidad de sus campañas electorales
de “bondad”.