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LA
IRA
Todos
hemos experimentado la ira alguna vez. ¡Incluso algunos disfrutamos con
ella! La ira es un obstáculo al crecimiento espiritual y puede adoptar
muchas formas: gritos, violencia, respuestas cortantes y tonos hirientes,
fumar comprar, comer en exceso, dejar de comer, beber, drogarse, entre
otras muchas cosas.
¿De dónde procede
toda nuestra ira? Si examinamos esta poderosa emoción, hallaremos que gran
parte de nuestra ira realmente procede del miedo a no poder controlar el
resultado de una determinada situación o las acciones de los demás. Surge de
nuestra no aceptación de una situación dada o de la manera en que una
persona está actuando, que es diferente de la manera en que nosotros
actuaríamos. No entendemos por qué los demás no hacen las cosas a nuestra
manera. A veces, la ira proporciona a la persona enojada una sensación que
la hace sentirse viva. El corazón se acelera y la respiración se hace más
rápida. La ira parece crear energía. Yo solía disfrutar de mi ira porque me
hacía sentir como si mis nervios estuviesen calientes y listos para entrar
en acción. ¡Había excitación en el aire! Pero me di cuenta de que, además de
la ira, existían formas más productivas de sentirse vivo, y que las
consecuencias de querer sentir más ira, en lugar de menos, me perjudicaban,
mental o físicamente.
Muy frecuentemente
culpamos a los demás y a las circunstancias de nuestra ira. ¿Cuántas veces
ha dicho usted: "¡Me sacas de quicio!"? En realidad, no es la otra persona
quien le ha sacado de quicio, sino usted mismo. Posiblemente porque sintió
que la manera en que aquella persona estaba actuando no era la manera en que
usted habría actuado. Para usted, esa persona estaba equivocada. Este
pensamiento confunde mucho porque es sumamente sutil y por lo general pasa
inadvertido y nuestra mente consciente no lo detecta. Un ejemplo típico de
cómo nuestra ira se puede basar en el deseo de control puede verse en una
frase como ésta, no tan infrecuente: "No puedo creer que ella hiciese eso.
Me pone a cien. Yo en su lugar hubiera...".
Nos hemos convertido
en personas que, en vez de aceptar a los demás, tenemos miedo de quienes son
diferentes de nosotros. Es un círculo vicioso que hemos creado y del que
debemos aprender a salir. Si alguien actúa o parece diferente, lo
clasificamos y encasillamos y decimos que está equivocado, tal vez porque se
viste o comporta de una determinada manera. Pero en realidad no estamos
enojados con esa persona porque es diferente, sino que más bien sentimos
envidia porque es lo suficientemente libre para ser ella misma. No tiene
miedo a vestir de un modo diferente, a manejar una situación de una manera
diferente, a ser exactamente quien es, inmune a nuestro control.
Somos una especie
predecible, pero al mismo tiempo también somos distintos. Cada uno de
nosotros tiene sus propias características y personalidad individual. Pero
de algún modo todavía esperamos que nuestros hijos sean "iguales que
nosotros" y, cuando no lo son y desarrollan sus propias opiniones acerca de
las cosas, nos enfadamos y decimos cosas tales como: "No pareces hijo mío.
No sé de dónde sacas esas ideas. No eres como tu madre ni como yo". ¿Por qué
nos enfadamos de esa manera?
Nuestro hijo ¿cometió
un delito o simplemente expresó puntos de vista que son diferentes de los
nuestros? Intentamos enseñar a nuestros hijos a sostenerse sobre sus pies,
pero a la vez les enviamos mensajes verbales contradictorios. Lo que
realmente les decimos es: "Puedes ser independiente y tener tus propias
opiniones, pero con tal de que esas opiniones coincidan con las nuestras".
Tenemos que aceptar a los demás como son y permitirles que sean lo que
sienten necesidad de ser.
La ira puede proceder
del miedo, la inseguridad, los celos y la envidia. Nos enojamos con los
demás porque en alguna parte, en lo más hondo de nuestra psique,
inconscientemente, les vemos hacer algo que nosotros siempre hubiésemos
querido hacer y que, por una razón u otra, jamás hicimos. Entonces, en vez
de celebrar sus éxitos, los humillamos, porque no podemos aceptar la ira que
experimentamos en nuestro interior por no haber tenido el valor suficiente
para llevar a cabo nuestros propios sueños y deseos. En resumen: hemos
vendido la libertad de ser nosotros mismos y nos hemos amoldado a una
sociedad que nos dice "esto se hace y esto no se hace". Al enfrentarnos con
nuestra ira y su verdadero origen, podemos enfrentarnos con nuestros propios
defectos.
Responsabilizarnos de
nuestra ira y nuestros actos, y ser honestos con relación a nuestras
emociones, constituye una de las claves para hallar la felicidad en nuestro
interior, y la mejor cosa que jamás podremos hacer por nosotros mismos.
Considérelo como una inversión a largo plazo. Responsabilícese de sus
sentimientos y su ira en vez de echar la culpa a los demás.
Para garantizar la
felicidad y la paz interiores, tenemos que conocer de dónde surge nuestra
ira y examinar honestamente esa fuente. Lo que descubrimos sobre nosotros
mismos no tiene que confesarse en medio de la sala de estar o en la
cafetería del trabajo o proclamarse desde una tribuna. Puede admitirse en
silencio, interiormente, en un momento de reflexión, y no hay necesidad
alguna de hablar de ello.
Nadie más que
nosotros mismos es responsable de nuestra vida y nuestros actos. Algunas
veces el hecho o la palabra que despiertan la ira no son su verdadera causa.
Quizás es otra cosa que se halla por debajo de las emociones, enterrada,
hasta que algo dicho con toda la inocencia hace que la ira salga a la
superficie. Cuando esto sucede, lo mejor que se puede hacer es abordar
directamente esa ira. ¡Se quedará muy sorprendido al saber de dónde procede,
e incluso del tiempo que ha estado oculta en su interior!
Bien, ahora ya tiene
una idea de por qué se enoja. Pero ¿qué puede hacer para detener lo que
usualmente acaba siendo un choque de trenes mental? La respuesta: aceptación
y comprensión. ¿Por qué está tan enojado y molesto por tener que hacer una
larga cola en el banco en una mañana de sábado? Porque tiene tantas cosas
que hacer... Pero ¿tiene que hacerlo todo precisamente esa mañana? No, pero
quiere hacerlas, de ese modo la próxima semana dispondrá de más tiempo
libre. Y mientras está de pie y haciendo cola, mirando con impaciencia al
empleado, que parece que tarda demasiado en realizar cada transacción, su
irritación va en aumento. Ahora trate de contemplar la escena desde un punto
de vista un poco diferente: el empleado ciertamente tarda más de lo que
usted desearía, pero está haciendo bien su trabajo. Está asegurándose de que
las operaciones se realizan sin errores y que entrega la cantidad correcta
de dinero a cada cliente. Cuando le llegue su turno, ¿no le gustaría recibir
la misma atención?
Aunque no nos demos
cuenta de ello, somos los causantes de gran parte de nuestra ira.
Necesitamos dar un paso hacia atrás para percatarnos de dónde procede toda
esa ira. Hay mucho que aprender sobre esta emoción intensa. Una gran manera
de enfrentarse con ella es interrogarnos constantemente y tratar de
descubrir en nuestro interior por qué nos sentimos tan irritados con una
determinada persona o situación. Después de cada respuesta debemos añadir
otro "¿por qué?", hasta que finalmente lleguemos a la raíz de nuestra
emoción. Una vez hayamos contestado todos nuestros "por qué", ¿cuál es el
siguiente paso?
Pues o bien podemos
ignorar lo que hemos aprendido y continuar enojándonos, y posiblemente
acabar con una úlcera de estómago (y no muchos amigos), o podemos renunciar
a nuestros deseos de control, no importa lo inconscientes que sean,
admitiendo que no nos es posible controlar determinadas cosas. No hay nada
que podamos hacer acerca de cómo piensan y actúan los demás. Y tanto si lo
aceptamos como si no, habremos de tratar con ciertas personas y situaciones
que serán capaces de alterarnos y que harán que nos enojemos. Así pues, ¿por
qué no soltamos el lastre de la ira?
Si no lo soltamos,
nuestra ira se incrementará, se volverá hacia el interior y con el tiempo
puede que se manifieste en forma de una enfermedad física. Otro punto
importante es recordar que no pasa nada si no se entiende una relación o una
situación determinada, pero que es imperativo entender que no podemos hacer
nada para modificarla. Ya lo llamaremos karma, destino o proceso de vivir y
aprender, cada uno de nosotros debe intentar decirse a sí mismo: "No
entiendo esta relación, no hay nada que pueda hacer para modificarla, así
que la dejo correr y lo acepto como es".
Si descubrimos que
nuestra ira tiene su origen en la inseguridad o los celos (que son
inseguridad, pero bajo otro disfraz), debemos trabajar para cambiar esta
actitud. Incluso la admisión -en silencio y a nosotros mismos- de cómo
reaccionamos a determinadas circunstancias es el comienzo del cambio.
Cuando antes hablaba
acerca de la ira que se va cociendo a fuego lento, hasta que de repente
algún comentario hace que se vierta, me estaba refiriendo a la ira
equivocada. Suponga que un amigo o un compañero de trabajo hace un
comentario y usted pierde los estribos. ¿De qué está realmente enojado?
Puede que no sea de lo que esta persona ha dicho, sino del tono en que lo ha
dicho. Tal vez activó algo en su interior que le recordó a su padre o a su
ex marido o incluso a un profesor que le hablaba y humillaba con un
determinado tono de voz. Por consiguiente, su ira surge realmente de una
situación no resuelta del pasado, más que de un problema del presente.
¿Cómo se resuelve la
ira equivocada? Enfréntese con la fuente que origina su ira. Puede que la
persona con la que está realmente enojado no responda de manera receptiva,
pero por lo menos habrá sido capaz de hablar con ella acerca del problema.
Sáquelo de su sistema. Si todavía conserva ira por una situación pasada, y
no hay manera de enfrentarse con la persona que estuvo implicada en aquella
situación, escriba una carta, vertiendo en ella todos sus sentimientos lo
más honestamente posible y, en vez de enviarla, quémela, liberándose de
todas las emociones que le han tenido atado durante tanto tiempo. Al mismo
tiempo que quema la carta, pida perdón a esa persona, para esa persona y
para usted mismo, y pida la curación a los espíritus que guían. Éste es un
poderoso ritual, y ayuda a situar su ira contra los demás y contra las
situaciones no resueltas en el auténtico lugar que le corresponde. También
contribuye a dejar atrás el pasado. Al dejar atrás el pasado, uno está libre
para ocuparse del presente precioso.
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