|
Liberación y avance espiritual.
Una consciencia semievolucionada y crepuscular, a merced de la propia
historia personal indigerida y ofuscadora, carece de la energía, y la
claridad, del orden y de la penetrabilidad. Es una consciencia que
interpreta desde sus apegos y aversiones, su ofuscación, su ignorancia, su
fragmentación y su imparcialidad. Una consciencia así es la fuente de todo
pesar individual y colectivo; es el origen de tantas tragedias humanas, de
tanto desamor, de tanta fricción y odio. No es realmente consciente y no
puede proporcionar felicidad real ni a uno mismo ni a los demás.
Una suma de consciencias tales conforma una sociedad competitiva, brutal,
corrupta y putrescible. Origina conflictos, tensiones, ansiedad y se pone al
servicio de un desmesurado narcisismo que comporta codicia sin límites, afán
de poder y manipulación. No falta otra cosa que la consciencia, que en su
falta de madurez y desarrollo, es una energía ciega, o, en el mejor de los
casos, semiciega, mecánica y ofuscada, que siembra división y angustia. Ese
tipo de consciencia apuntala incesantemente el ego y su voracidad, y ese
mismo ego, enquistado en su atmósfera de miedo y paranoia, retroalimentando
su enfermiza burocracia, se resiste a todo intento de real liberación,
emancipación o avance psicológico y espiritual. Teje una urdimbre
impresionante de autoengaños, falaces amortiguadores y componendas, y se
niega a todo desenmascaramiento saludable. En su densa tela de araña de
escapismos y subterfugios va consumiendo su miserable existencia, en la
visión turbia, fomentando una herencia homoanimal de calamidades
individuales y sociales.
Como una clase así de consciencia sólo opera a través del apego y la
aversión, no tiene capacidad de visión ordenada y libre y todo aquello que
brote de ella lo hace bajo el signo de la parcialidad y lo autorreferencial.
En su ignorancia se puede volver, empero, muy ladina y extraordinariamente
hábil para servirse de todos los mecanismos de la irresponsabilidad, el
autoengaño y el enmascaramiento y, en su predisposición paranoica, llega a
creerse capacitada, clara y sabia.
Disponiendo de una conciencia en estado de semidesarrollo, seguimos
alimentando lo peor de nuestra herencia humana y nos arrogamos cualidades
positivas de las que realmente carecemos. Estamos al servicio de nuestro
narcisismo, pero no de nuestro espacio de plenitud; al servicio de la burda
máscara de nuestra personalidad, pero no de nuestro crecimiento interior. Si
no logramos darnos cuenta de en qué estado de desorden nos hallamos y no
ponemos los medios para darle un giro total a la mente, seguiremos
propiciando nuestra propia ofuscación, de la cual sólo puede surgir
posterior ofuscación.
Desde una consciencia ofuscada y por tanto carente de visión clara, incluso
las experiencias vitales no nos modifican ni nos enriquecen, más bien nos
petrifican más en el acrisolado eje de una mente falta de vitalidad y
frescura. Para poner término a ese desorden, recurrimos a la meditación, que
supone un adiestramiento para conseguir el cambio interno y lograr la
evolución consciente de la consciencia. Se requiere un trabajo riguroso;
sólo en la extremidad del esfuerzo aparece el esfuerzo sin esfuerzo, del
mismo modo que lo intencionado nos conduce a lo inintencionado.
Desarrollar la consciencia es la empresa y la aventura de todo buscador
serio recuperando umbrales más elevados de genuina moralidad y compasión.
Salir fuera de la corriente mecánica de nuestra propia psicología angosta es
una proeza, sin duda, pero es la única posibilidad para emerger aun universo
mental de calma y satisfacción, lo que redundará en gran beneficio propio y
ajeno.
Se exige una reeducación laboriosa y sin expectativas ni exigencias
neuróticamente triunfalistas, sino desde la paciencia y la humildad, pues de
otro modo seguiríamos haciéndole el juego a nuestro recalcitrante
narcisismo. |
|