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La malevolencia y la ira.
La cólera o ira es
una impureza que produce muchos estragos dentro de uno y, por ello, en el
propio entorno. Estas impurezas pueden ser leves, manifestarse exteriormente
o sólo permanecer en el interior. Si se verbaliza existe la posibilidad de
que las demás personas se enfaden también y se entre en un altercado.
Existen disensiones familiares, entre comunidades, barrios, pueblos y, al
final, el ego y la ignorancia hacen estallar la guerra entre las naciones o
en todo el mundo.
Se puede comparar la ira con una caja de sorpresas, una caja con un muñeco
dentro sentado sobre un muelle. En estos juguetes al tocar ligeramente la
tapa el pequeño muñeco salta. Si se quita al muñeco de la caja se puede
golpear ésta con un martillo y, a pesar de ello, no saltará ningún muñeco.
No importa quien sea el que provoca, sólo puede salir lo que hay dentro.
En la naturaleza, el dolor es la reacción que tienen los animales contra el
mal que experimentan. Entonces sigue un aumento y concentración de energía
que tiene como objeto evitar, repeler o combatir la causa de la perturbación
y del daño. El instinto de conservación que la vida ha puesto en la
naturaleza los lleva a huir o a rechazar lo que ven o sienten como nocivo.
Lo que les perturba y molesta pone en movimiento su irritabilidad. Esta
aparece con una excitación nerviosa, con una actividad que, conociendo a los
animales únicamente en el estado de reposo nadie se imaginaría.
La ira surge porque de un modo u otro el ser humano se siente herido. Cuando
el dolor surge su absurda reacción, su instinto natural, es infligir dolor a
su vez; hasta que esto no se comprenda se seguirá alimentando el vicio de la
ira. Pero no todo el mundo ocasiona dolor a otras personas, algunos se
infligen dolor a sí mismos. Se tragan su ira, la reprimen y ésta hierve
dentro. Todo ese resentimiento, preocupación y cólera se manifiesta en
dolencias, falta de energía, depresión, reacciones negativas, falta de
placer y falta de felicidad.
No existe virtud en la ira, la ira no es celo ni nobleza, tampoco es
justicia. Una cosa es una protesta enérgica y magnánima ante el vicio, el
atropello o el mal, y otra muy distinta es una protesta airada. Quien cede
ante el ego de la ira se hace cómplice del error. La ira y el deseo de
venganza son siempre desordenados, aunque haya podido existir una agresión
grave.
El nivel de consciencia y de comprensión nos distinguen de los animales, y
aunque todos los egos la disminuyen en algún sentido y la merman, pocos lo
hacen tanto como el ego de la ira. Éste no sólo la debilita, sino que llega
a extinguirla por completo, conduciendo al colérico hacia el error. La ira
sólo se diferencia de la locura en el tiempo de su duración. Es, además, un
vicio contagioso que a quienes son propensos a él se comunica fácilmente y
les empuja al colmo de los excesos.
Cuando no se vive espiritualmente no se puede contener la ira en el interior
y estalla como un volcán. Entonces el colérico cambia de color, los labios
le tiemblan, los cabellos se le erizan, parece que los ojos se le quieran
salir de las órbitas, la voz se le vuelve ronca, le falta la palabra o le
sale a borbotones, y un movimiento convulsivo le agita y mueve todo el
cuerpo. Si quien se deja dominar por este ego se formara una idea del
espectáculo que ofrece, seguro que intentaría librarse de una dominación tan
bochornosa.
Muy desgraciado es quien se deja llevar habitualmente por los impulsos de la
ira. No le faltarán ocasiones en que se la exciten, siendo tan imperfecta la
condición del ser humano, tan limitadas sus facultades, pareciéndoles tan
duras y arduas las condiciones de su existencia y viviendo en una sociedad
tan perturbada donde los deseos son tan contrarios y la afluencia de gente
para todo es tan grande. El iracundo siente ofensas y agravios donde en
realidad no existen, y los que realmente le son inferidos los ve con una
magnitud aumentada.
Al colérico siempre le parece que en todo se intenta excitar su enojo, y
cuando hace explosión pierde la cabeza y hace cosas de las que se arrepiente
profundamente cuando recobra la calma. No lo contienen ni los lazos de la
amistad, ni los vínculos de sangre, ni los respetos más altos. Pasa por
encima de las consideraciones más razonables y llega hasta los extremos más
censurables.
Si la ira no se manifiesta en acciones, en muchas ocasiones se manifiesta
con palabras, que luego suelen pesar amargamente al iracundo cuando vuelve a
entrar en el dominio de sí mismo. Cuando la Vida no les ofrece las
circunstancias que a ellos se les antoja se revuelven descompuestos contra
Dios, contra las demás personas e, incluso, contra las cosas, empeorando
entonces su propia situación y poniéndose en ridículo ante quienes
contemplan escenas tan dementes.
La cólera es algo diferente al odio, a la malevolencia, el rencor o a la
animadversión, pues estas impurezas no se alimentan de una emoción tan
intensa en tan poco tiempo. Pero puede manifestarse en resentimiento hacia
otras personas o rechazo hacia ciertos grupos que son diferentes a uno. Esto
es muy corriente, pues se suele rechazar a otras personas por tener
diferente el color de la piel o profesar alguna religión. Rechazar a un
grupo de personas equivale a odiarlas.
La única paz que se puede vivir surge de la vida espiritual, y es algo bueno
permitir que nazca la paz en el propio corazón y que esta paz se transmita a
las personas con las que uno se relaciona. Pero muy pocas personas lucen una
expresión de felicidad en el rostro ni una expresión serena. Las heridas que
se sufren en la vida, junto a las constantes reacciones ante ella, hacen
pensar que se puede eliminar el dolor si éste se devuelve. Por el contrario,
eso produce doble dolor. La ira, con su explosión y su deseo de hacer daño a
otras personas, es como golpearse a sí mismo, hacerse daño y continuar
haciéndolo. Es como coger carbón ardiendo con las manos desnudas y tratar de
echárselo a la persona con la que se está furioso. También se puede comparar
la cólera con una balsa de aguas turbulentas, pues si se tiene agua
hirviendo no se puede disponer de una superficie clara y lisa en la que ver
el propio aspecto. Cuando se está furioso es imposible saber si esta
reflexión sirve de algo porque la atención se pierde, uno se olvida de todo
y sólo está furioso. Si en el momento en el que una persona se enfurece se
mirara al espejo, se sorprendería ver la expresión de su rostro. Pero nadie
hace eso cuando está furioso, pues se está completamente inmerso y perdido
en la emoción.
Quizás parezca un poco excesivo, pero aunque nos torturasen y nos
despedazaran miembro a miembro no habrían razones para enojarnos. Aunque uno
sienta un dolor horrible no debe sentirse amenazado. De hecho, quien no
actúa de este modo es porque no ha entendido la Vida. Aunque es muy posible
que cualquier cosa que nos vaya a pasar no va a ser tan mala como ser
despedazados trozo a trozo.
Se tiene que ver que la cólera que se siente contra algo o contra alguien es
sólo una reacción de las propias impurezas que no tiene nada que ver con la
acción que se percibe ni con quien la realiza. Todos nuestros problemas
surgen debido a las propias reacciones y, de forma absurda e ignorante, se
tiene la tendencia natural de culpar a quienes las provocan. Entonces uno se
enfurece y culpa a la persona que ha provocado la ira. Pero se nos olvida
considerar que resulta imposible enfurecerse si no se tiene la tendencia
interna a querer ser provocados. De otro modo no ocurriría. Cuando empezamos
a comprender todo esto tenemos una posibilidad de cambiar, pero sólo nos
transformaremos si prestamos atención y nos damos cuenta de cuándo surge la
cólera. La atención, el ver claramente lo que está ocurriendo, actuará
automáticamente como un freno. Es muy peligroso circular con un coche sin
frenos y, sin atención, también la vida resulta muy peligrosa.
Es muy conveniente que quien alimente el vicio de la ira viva prevenido y
alerta, pues si no se atajan los primeros impulsos no se sabe hasta donde
puede conducirle en su peligroso camino. Si viviendo con atención vemos que
la cólera quiere surgir, nos damos cuenta inmediatamente que ahí hay una
impureza, algo inútil, y que es nocivo dejar que surja. Con este
descubrimiento ya hemos disminuido mucho la fuerza de la cólera, igual que
al poner los frenos de un coche podemos disminuir la velocidad y moderar la
marcha. Si comprendemos que la ira es en realidad una impureza el proceso se
ralentiza y se llega hasta paralizarla. Cuando la cólera está paralizada se
puede observar y ver su inutilidad. Entonces se comprende el daño que
ocasiona a todos y la estupidez que supone alimentarla.
Con las reacciones nos causamos dolor a nosotros mismos y a los demás. Para
dejar de actuar así es necesario que tomemos la firme resolución de vivir
espiritualmente y no reaccionar inconscientemente nunca más, ocurra lo que
ocurra a nuestro alrededor. Todos estamos obstaculizados por el ego, y todas
las experiencias que nos resultan desagradables nos parecen así debido a su
influencia.
La cólera es algo inútil que causa dolor a todos, a uno mismo y también a
los demás. Y no sólo eso, sino que cada vez que surge deja un surco en la
mente que facilita que cada vez brote más fácilmente. Por esto encontramos a
menudo tan ariscas a las personas mayores, pues todo en su entorno se vuelve
para ellas desagradable. No son felices porque el surco de la mente se les
ha hecho tan profundo que les es muy difícil salir de él.
Todo empieza en el corazón de uno mismo, por eso hasta que no florezca la
paz en el propio interior ésta no existirá en ninguna parte. Y es que no hay
paz en las sociedades que compone el ser humano ni nunca la ha habido,
porque éstas se encuentran llenas de personas con impurezas. Sólo tenemos
que mirar los periódicos y las revistas, en ellas no veremos nada más que
impurezas. Si aceptamos el hecho de que éstas obstaculizan y hacen
desgraciado a todo el mundo debemos dar un paso hacia la Luz, ser
conscientes y obrar adecuadamente para no unirnos a este juego perjudicial.
Sólo podemos vivir espiritualmente cuando no nos implicamos ni nos
identificamos con reacciones inconscientes y negativas como la cólera y el
odio.
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