LA MENTE CONSCIENTE E INCONSCIENTE
Nos damos cuenta de que existe la mente consciente y la inconsciente,
pero la mayoría funcionamos sólo en el nivel consciente, en la capa
superficial de la mente, y toda nuestra vida está prácticamente limitada a
eso. Vivimos en la llamada mente consciente y nunca prestamos atención a
la mente inconsciente, más profunda, de la cual viene ocasionalmente una
inflamación, una insinuación; pero no prestamos atención a esa
insinuación. La falseamos o la interpretamos de acuerdo con nuestros
particulares deseos conscientes del momento.
Hemos dividido lo consciente de lo inconsciente. Sin embargo,
la mente consciente no es diferente de la mente inconsciente. Esta
división no está justificada, no es verdadera, pues no existe
realmente tal división entre lo consciente y lo inconsciente. No existe
una barrera definida, una línea donde lo consciente termina y lo
inconsciente empieza.
Nos damos cuenta de que la capa superior, la mente consciente, está
activa; pero ese no es el único instrumento que está activo durante todo
el día. Y, desde luego, si con este espacio Web nos dirigiéramos tan
sólo a la capa superficial de la mente, entonces, sin duda, lo que decimos
no tendría valor, carecería de sentido. Pero sin embargo la mayoría de
nosotros se aferra a lo que la mente consciente ha aceptado, porque la
mente consciente encuentra cómodo adaptarse a ciertos hechos evidentes;
pero lo inconsciente puede rebelarse, y a menudo lo hace, así que hay
conflicto entre lo llamado consciente y lo inconsciente.
Este es, pues, nuestro problema. De hecho, hay sólo un estado, no dos
estados tales como lo consciente y lo inconsciente; hay sólo un estado del
ser, que es la consciencia, aunque lo dividamos en lo consciente y lo
inconsciente. Pero esa conciencia es siempre del pasado, nunca del
presente; sólo somos conscientes de cosas ya pasadas. Eres consciente de
lo que tratamos de comunicarte con estas palabras al segundo de que hayas
leído, lo comprendes un instante después. Nunca somos conscientes o nos
damos cuenta del “ahora”. Observemos nuestra propia mente y corazón, y
veremos que la conciencia funciona entre el pasado y el futuro, y que el
presente es el simple tránsito del pasado al futuro. La conciencia, pues,
es un movimiento del pasado al futuro.
Si observamos nuestra propia mente en funcionamiento, veremos
que el movimiento hacia el pasado y hacia el porvenir es un proceso en el
que el presente no existe. O bien el pasado es un medio de huir del
presente, que puede ser desagradable, o el futuro es una esperanza alejada
del presente. Así, la mente está ocupada con el pasado o con el futuro, y
se desembaraza del presente. Esto es, la mente está condicionada por el
pasado, condicionada como hindú, como brahmán o no brahmán, como cristiano
o como budista, y todo lo demás. Y esa mente condicionada se proyecta
hacia el futuro; nunca, por lo tanto, es capaz de mirar directa e
imparcialmente ningún hecho. O condena y rechaza el hecho, o lo acepta y
se identifica con él. Resulta evidente que una mente así no es capaz de
ver ningún hecho como hecho.
Ese es nuestro estado de conciencia, que se halla condicionado por el
pasado, y nuestro pensamiento es la respuesta, condicionada, al reto de un
hecho, de un suceso; y cuanto más respondemos según el
condicionamiento de una creencia, del pasado, tanto más se fortalece ese
pasado. Ese fortalecimiento del pasado, evidentemente, es la continuidad
de sí mismo que se llama futuro. Ese es, pues, el estado de nuestra mente,
de nuestra conciencia: un péndulo que oscila hacia atrás y hacia adelante
entre el pasado y el futuro. Eso es nuestra conciencia, que está compuesta
no sólo de las capas superficiales de la mente, sino asimismo de las más
profundas. Tal conciencia, evidentemente, no puede funcionar en un nivel
diferente, porque sólo conoce aquellos dos movimientos, hacia atrás y
hacia adelante.
Si observamos con mucho cuidado, veremos que no es un movimiento
constante, sino que hay un intervalo entre dos pensamientos; aunque sea
una fracción infinitesimal de un segundo, hay un intervalo ‑que tiene
significación- en la oscilación del péndulo hacia atrás y hacia adelante.
Vemos, pues, el hecho de que nuestro pensar es condicionado por el pasado,
que se proyecta hacia el futuro.
En el momento en que admitimos el pasado en nuestra mente, debemos
también admitir el futuro. Y la verdad es que no hay dos estados ‑pasado y
futuro- sino un estado que incluye lo consciente tanto como lo
inconsciente, el pasado colectivo y el pasado individual.
El pasado colectivo y el pasado individual, cuando responden a través de
nosotros mismos al presente, emiten ciertas reacciones que crean la
conciencia individual; por lo tanto la conciencia que ejercemos
normalmente pertenece al pasado, y ese es todo el trasfondo de nuestra
existencia. Y no bien tenemos el pasado, inevitablemente tenemos
el futuro, porque el futuro es la mera continuidad del pasado modificado;
pero la verdad es que sigue siendo el pasado. Nuestro problema, pues, es
el de cómo producir una transformación en este proceso del pasado sin
crear otro condicionamiento, otro pasado.
Para expresarlo de diferente manera, el problema es éste: la mayoría de
nosotros rechaza determinada forma de condicionamiento y encuentra otra
forma, un condicionamiento más amplio, más significativo o más agradable.
Abandonamos una religión y abrazamos otra, rechazamos una forma de
creencia y aceptamos otra. Tal substitución, evidentemente, no es
comprender la vida, que es interrelación. Nuestro problema, pues, es el de
cómo estar libres de todo condicionamiento. O decimos que ello es
imposible, que ninguna mente humana puede jamás estar libre de
condicionamiento; o bien empezamos a experimentar, a inquirir, a
descubrir. Si afirmamos que es imposible, es obvio que dejamos de
inquirir. Nuestra afirmación podrá basarse en una experiencia
limitada o amplia, o en la simple aceptación de una creencia; pero esta
afirmación es la negación de la búsqueda, de la investigación, de la
indagación, del descubrimiento. Para descubrir si es posible que la mente
se libre por completo de todo condicionamiento, debemos estar en
libertad para indagar y para descubrir.
Nosotros decimos que es verdaderamente posible para la mente el estar
libre de todo condicionamiento; y no es que debas aceptar nuestra
autoridad. Si esto lo aceptamos basándonos en la autoridad, jamás
descubriremos; será otra substitución, y no tendrá significado alguno.
Cuando decimos que es posible, lo decimos porque para nosotros es un
hecho, y lo expondremos verbalmente; pero si has de descubrir la
verdad de ello por ti mismo/a, debes experimentar con ello y
seguirlo ágil y velozmente.
La comprensión de todo el proceso de condicionamiento no nos llega por el
análisis o la introspección; en el momento en que tenemos el
analizador, ese mismísimo analizador forma parte del trasfondo, y por lo
tanto su análisis carece de todo significado. Esto es un hecho, y por lo
tanto, debemos dejar de lado el análisis. El analizador que examina,
que analiza la cosa que observa, forma él mismo parte del estado
condicionado, y por lo tanto, sea cual fuere su interpretación, su
comprensión, sus análisis, él sigue siendo parte del trasfondo. Por ese
camino, pues, no hay escape; y el disolver el trasfondo es esencial,
porque, para enfrentarse con el reto de lo nuevo, la mente debe ser nueva.
Para descubrir a Dios, la verdad o lo que nos plazca, la mente tiene que
ser pura, no contaminada por el pasado. Analizar el pasado, llegar a
conclusiones a través de una serie de experimentos, formular afirmaciones
y negaciones, y todo lo demás, implica, por su misma esencia, la
continuación del trasfondo en diferentes formas; y cuando veamos la verdad
de ese hecho, descubriremos que el analizador ha terminado. Entonces
no hay una entidad aparte del trasfondo; sólo hay pensamiento como
trasfondo, siendo el pensamiento la respuesta de la memoria, tanto
consciente como inconsciente, individual como colectiva.
La mente es el resultado del pasado, es decir, el proceso del
condicionamiento; ¿y cómo es posible que la mente sea libre? Para ser
libre, no sólo debe la mente ver y comprender su oscilación a modo de
péndulo entre el pasado y el futuro, sino también darse cuenta del
intervalo entre pensamientos. Ese intervalo es espontáneo, no es producido
por ninguna causa, por ningún deseo, por ninguna compulsión.
Si observamos ahora cuidadosamente, veremos que si bien la
respuesta, el movimiento del pensar, parece tan veloz, hay resquicios, hay
intervalos entre los pensamientos. Entre dos pensamientos hay un periodo
de silencio que no está relacionado con el proceso de pensar. Si lo
observamos, veremos que ese periodo de silencio, ese intervalo, no
pertenece al tiempo; y el descubrimiento de ese intervalo, la plena
vivencia de ese intervalo, nos libera del condicionamiento, o, más bien,
no nos libera a “nosotros” sino que hay liberación del condicionamiento.
Así, la comprensión del proceso de pensar es meditación.
Ahora estamos no sólo discutiendo la estructura y el proceso del
pensamiento ‑que es el trasfondo de la memoria, de la experiencia, del
conocimiento- sino también tratando de descubrir si la mente puede
librarse del trasfondo. Y sólo cuando la mente no da continuidad al
pensamiento, cuando está en silencio, en un silencio no inducido, en un
silencio que no es producto de la disciplina o de la represión, es sólo
entonces cuando puede haber liberación del trasfondo, liberación del ego y
de todo el sufrimiento que produvoca.