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EL MOVIMIENTO CONSCIENTE

Hay una manera de moverse que es impensada, inconsciente y dormida y otra forma que es consciente, en la que uno se da cuenta de su propio cuerpo y del presente. La consciencia en el movimiento es un pilar fundamental de la meditación y de la vida espiritual.

La atención plena puede ser comparada al acto de hervir agua. Si alguien quiere hervir agua la pone en una olla, coloca ésta sobre la cocina y entonces enciende el fuego. Pero si el fuego se apaga, aunque sea por un instante, el agua no hervirá; si continuamos encendiendo y apagando el fuego el agua nunca hervirá. De la misma manera, si hay intervalos de inconsciencia entre los momentos de atención no permitimos que surja la consciencia. Por esto mismo, debemos ser plenamente atentos todo el tiempo, desde que nos despertamos por la mañana hasta que nos dormimos por la noche.

Si conducimos a una velocidad muy elevada por una carretera no podremos leer todas las señales que encontremos. Necesitaremos ir más despacio y automáticamente bajaremos la velocidad del coche. De la misma forma, si queremos prestar atención y ver todos nuestros movimientos físicos, es preciso que reduzcamos la velocidad con la que los realizamos. Cuando surge la intención de ver lo que hay en nuestros movimientos éstos se relentizan automáticamente. De esta forma nuestros movimientos serán relativamente lentos hasta que nuestra consciencia sea tan ágil y fuerte que podamos ver hasta en la rapidez.

Con la práctica de ser plenamente conscientes de nuestros movimientos profundizamos en nuestra mente y en nuestro cuerpo y nos damos cuenta de cómo el movimiento surge y cesa continuamente. También vemos cómo la intención afecta a todo movimiento. Nos damos cuenta que nos movemos porque así lo queremos, que una intención precede a cada movimiento. Llegamos así a entender la condicionalidad de todos los sucesos; los movimientos nunca ocurren por ellos mismos, sin condiciones, siempre suceden por una causa. Hay una causa o condición para cada movimiento, y esa causa es la intención que precede a cada movimiento. Cuando llegamos a comprender la condicionalidad de todos los movimientos y que estos movimientos son creados por la intención entendemos la relación entre lo condicionante y lo condicionado, entre la causa y el efecto. A partir de aquí podemos entender que mente y materia nunca surgen sin condiciones y que siempre están surgiendo y cesando.

Antes de que fuéramos conscientes de nuestros movimientos podríamos haber pensado que un simple movimiento es un solo movimiento. Pero cada movimiento, por simple que sea, consiste en millones de minúsculos movimientos. Con esta observación podemos entender que las cosas están compuestas de fragmentos, que suceden como en pedazos y que lo único que les da el efecto de continuidad es nuestra percepción incompleta de la materia y del tiempo.

Cuando realizamos un acto, aunque objetivamente sea un acto bueno y adecuado a las circunstancias, pero ejecutamos la acción con ansia, nos abandonamos al movimiento y perdemos la consciencia. Sucede como si todo nuestro ser se tirara inconscientemente hacia el acto y perdiéramos nuestra compostura y magnanimidad interior. No es la mejor forma de actuar abalanzarse sobre las cosas y los objetos o reaccionar automáticamente ante las circunstancias. Si reaccionamos con deseo el resultado de nuestra acción nunca será del todo bueno pues, aunque hayamos conseguido el objetivo que nos habíamos propuesto, con nuestro proceder fomentamos la oscuridad y la ignorancia. Debemos obrar siempre totalmente conscientes. Durante todo el tiempo que dure el movimiento tenemos que estar atentos, percatándonos de cómo surge el pensamiento que nos ordena a realizar una acción y de qué manera, mediante nuestro cerebro y sistema nerviosos, realizamos el movimiento.

Es preciso que seamos conscientes de todos y cada uno de los movimientos de nuestro cuerpo, e intentar que éstos no sean automáticos. Si queremos levantar el brazo, que no sea “él sólo” quien lo haga y, para ello, también necesitamos ser conscientes de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos. Ser conscientes de nuestros movimientos nos ayuda a darnos cuenta de lo que ocurre en nuestro interior y también ocurre al revés, pues ser conscientes de nuestro interior hace que veamos más claramente lo que ocurre en el Universo físico.

Todos los movimientos de nuestro interior, los emocionales y los mentales, y todos los movimientos físicos, que sean para nosotros inconscientes, suponen una enorme pérdida de energía; energía que alimenta a los hábitos negativos de nuestra vida y al egoísmo. Cuando somos verdaderamente conscientes de nuestro cuerpo físico, de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos, nos damos cuenta que toda la energía con que antes alimentábamos a los diferentes egos la tenemos ahora disponible para disfrutarla creativamente y que, por la relación específica que tiene la materia con el tiempo, entramos en una nueva dimensión del tiempo en la que nos da la impresión que éste se retarda y nuestras capacidades interiores se agudizan.

 

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