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La no-acción.
Hacer desde la
no-acción es un arte que surge de la consciencia. Significa obrar con
tranquilidad, sin desasosiego, siendo plenamente concientes de todos los
movimientos, tanto físicos como emocionales y mentales. Obrar con
tranquilidad en todos los órdenes de la vida, sin inquietud, brusquedad o
violencia, es un elemento imprescindible de esta forma de vivir que llamamos
espiritual.
Otro aspecto del hacer desde la no-acción es la ligereza, que es como la
virtud de no cargar de contenidos densos el significado de los sucesos en
los que somos protagonistas –tanto si son felices como si son funestos- así
como la capacidad de discernir adecuadamente entre aquello que es importante
y lo que no lo es o de separar lo fundamental de lo accesorio. Es obvio que
esta separación, realizada desde un cierto nivel de consciencia, invita
necesariamente a ser liviano ya que, en realidad, aquello que es realmente
importante es capaz de llevarlo dentro de sí misma una persona que vive
espiritualmente.
Observando la conducta humana, se evidencia de inmediato la profunda
tendencia que tiene el ser humano a complicar las cosas, lo cual está
íntimamente ligado a su asombrosa capacidad para perjudicarse a sí mismo. Si
la sencillez es virtud de gestionar la vida con la menor inversión de
tiempo, esfuerzo, energía y medios posibles, podremos observar que el
beneficio se multiplica en proporción directa a la reducción de la
complejidad. Además, la virtud de la sencillez carece de artificio y de
ostentación.
Aunque no tiene que ver con la pasividad o la inactividad, hacer desde la
no-acción es el arte de permitir que las cosas sucedan siguiendo el flujo
natural de la existencia, actuando de forma espontánea y de acuerdo al
momento presente. El no obrar es, muchas veces, la máxima expresión de la
acción, pues se deja de obrar la acción artificiosa, calculada, e
interesada. Hacer desde la no-acción significa realizar la acción sin
ansiedad, tensión o cálculo y, sobre todo, sin interés respecto a los
resultados. Es, en definitiva una acción auténtica y que brota de lo más
profundo del ser, dejando al margen todas las artificiosas necesidades del
ego.
De entre las características que definen el hacer desde la no-acción, la
acción libre de objetivos representa el factor más significativo. Todos los
elementos de previsión, deseo, necesidad, cálculo y manipulación surgen del
ego, y todo el flujo de intenciones y de objetivos que éste expresa tienen
como objetivo que demos respuesta al irreal y complejo mundo que el mismo
ego nos hace ver, y con ello poder alimentarse.
Si el ser humano hiciera desde la no-acción y le quitara con ello al ego la
posibilidad de “hacer”, esa inactividad iría debilitándolo paulatinamente.
Nuestra energía no debe estar al servicio del ego, empleándola para
disfrazar sus carencias, satisfacer sus necesidades o proteger de sus
miedos, sino ponerla al servicio del ser. Y es en este momento cuando es
posible que se establezca el tránsito mágico que va desde el hacer al
no-hacer, pues el ser no hace, es.
Con esta manera espiritual de vivir, al ser humano le desaparecen las
ataduras y se transforma en una plena manifestación de poder superior, y sus
actos, por su propia naturaleza, están ya siempre al servicio del plan
divino.
Otro aspecto importante a considerar asociado al hacer desde la no-acción es
el de la no-excitación. Habitualmente, la excitación es el punto de partida
de la mayoría de nuestros actos: excitación sensorial, sexual, emocional,
mental, intelectual, etcétera. De hecho, una de las causas principales de la
infelicidad humana reside en la búsqueda incesante de nuevas fuentes de
excitación, es decir, de estímulos exteriores susceptibles de crear
reacciones en nosotros. Pero esta facultad reactiva, si bien supone una
enorme fuente de aprendizaje necesaria, es capaz de convertirse,
incorrectamente utilizada, en la mayor responsable de nuestra falta de
libertad. Un toro bravo, siempre excitado, puede ser el ejemplo que ilustre
la enorme capacidad de manipulación que la excitación es capaz de provocar
en el ser humano.
Los mejores argumentos y herramientas que podemos manejar para no caer de la
terrible servidumbre que supone la excitación son la indiferencia y
desafectación frente a lo superfluo, lo estúpido o las múltiples y variadas
“muletas” que la vida diaria nos presenta como excitantes engaños que nos
conducen de un lado a otro, creyendo además que ejercemos nuestra voluntad,
cuando en realidad sólo respondemos mecánicamente a un juego de reacciones
que nos abocarán la mayoría de las veces hacia el dolor.
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