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Los "poseídos".
La gran fiebre de
brujería que asoló la Europa medieval (suponemos que habrán observado ya que
toda la demonología arranca precisamente de la Edad Media... y que buena
parte de ella muere también allí, o pervive en las edades posteriores
sencillamente como un recuerdo ancestral, en la forma de unos ritos
únicamente externos, fanáticos o supersticiosos, desprovistos de toda su
significación) tuvo uno de sus principales alicientes en las posesiones
demoníacas. De hecho, la palabra "posesión demoníaca" servía a los
inquisidores para explicar los aparentemente inexplicables actos demoníacos
o de hechicería y magia negra que realizaban las personas que comúnmente
habían sido consideradas, hasta aquel momento, como de una intachable
conducta moral. Cuando esto sucedía, decían los inquisidores, el cuerpo del
poseso debía ser liberado del demonio que se había adueñado de él: para
ello, la Iglesia poseía, entramos ya en contacto con ellos al hablar de la
brujería, un nutrido grupo de exorcizadores profesionales, los cuales
justificaban sus fracasos cuando se producían diciendo que en muchos cuerpos
habitaban no ya un solo diablo, sino varios: dos, tres, cuatro... hasta
donde llegara la imaginación.
Una lista del número
de posesiones registrado durante la Edad Media (lista nunca hecha más que de
forma muy parcial, y que necesariamente sería siempre incompleta, pero que
tal vez ayudaría enormemente a comprender la cuestión) nos señala que sólo
en Roma se registraron, durante el año 1552, cincuenta casos de posesión en
adultos, y ochenta en niños en 1554, ¡pertenecientes todos ellos a un mismo
orfanato! En Brandeburgo, en 1594, se registraron ochenta casos; entre las
monjas del convento de Louviers, en 1642, dieciocho; en Lyon, en los años
comprendidos entre 1687 y 1690, más de cincuenta casos; y, si hay que creer
a F. L. Calmeil, que es quien ha recogido pacientemente todos estos datos,
en Morzines (Alta Saboya), ¡ciento veinte casos entre 1857 y 1862! Sin
contar entre ellos casos tan famosos como el de las ursulinas de Loudun
(citado por la mayor parte de los autores al hablar de la brujería y la
Inquisición, y que por la facilidad con la que se pueden hallar referencias
y su extensión, hemos preferido omitir), que para muchos historiadores
modernos no fue más que la desdichada consecuencia de una intriga palaciega,
en la que fue inculpado el padre Urbano Grandier como aliado del demonio y
como responsable de haber endemoniado a todo el convento.
Todos estos
datos nos remiten a pensar. ¿Existía, realmente, una posesión? La ciencia
moderna nos habla de una serie enorme de enfermedades psíquicas y nerviosas
cuyas manifestaciones externas son sorprendentemente paralelas a lo que en
la Edad Media se consideraba "signos de posesión": echar espuma por la boca,
gritar palabras ininteligibles, demostrar una fuerza y una violencia mayor a
la que correspondería... ¿Cabe entonces pensar realmente en una posesión...
o más bien únicamente en un estado de demencia?
Por otro lado
hay que tener presente también que la mayor parte de los brujos y hechiceros
que estaban convencidos ellos mismos de que tenían tratos con el diablo
terminaban siempre (si antes no se les echaba a la hoguera)
indefectiblemente "poseídos"... es decir, locos. La razón de esto es
sencilla y lógica: el uso frecuente de pomadas, ungüentos y drogas, de
sustancias excitantes, de fricciones y el conjunto de los demás excesos que
practicaban desquiciaba por completo en poco tiempo su sistema nervioso,
convirtiéndolo en un verdadero despojo humano. Entonces, aunque hubiera
ocultado celosamente su condición de brujo, los síntomas ya no eran
controlados, y eran declarados "poseídos". Y el ciclo se reiniciaba.
Algunos
exorcizadores, muy pocos desgraciadamente, supieron encontrar en sus formas
de exorcismo algunas prácticas como las que hoy vemos practicar por los
psiquiatras... lo que hacía que algunas veces se produjeran éxitos
milagrosos. Sin embargo, éstos eran los menos. La mayor parte de los
exorcismos eran meros rituales religiosos que se recitaban en forma de
letanía sobre un diablo que no existía... y de ahí su fracaso. La mayoría de
los actos de exorcismo se realizaban en público, con todos los "poseídos"
tendidos en el suelo en señal de sumisión, y contemplados por un gran número
de fieles que asistían como si fuera una diversión más. Los exorcizados, una
vez liberados de los demonios que los poseían, debían retractarse, confesar
sus pasadas culpas, regenerarse, cesar en sus convulsiones.
Sorprendentemente, pese a todo, siempre se producía un número apreciable de
curaciones. ¿Pero no ha pensado nadie que el fingirse públicamente poseído
por el demonio podía ser para muchos que veían peligrar su vida y su
hacienda a manos de los Inquisidores como una protección de la acusación de
brujería y una vía de escape a la hoguera, ya que los poseídos por el
demonio, como tales, no eran considerados como conscientes de sus actos, y
por lo tanto no eran condenados? Aquí hay también un amplio tema para la
reflexión...

Dentro de la tradición esotérica, existen multitud de sistemas de llevar a
cabo un exorcismo. Todos se encuentran en este libro, cuyos métodos se
mezclan con los religiosos. Ambos coinciden en su objetivo: expulsar los
diablos del cuerpo.
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