LA PAZ
La
mente humana se ve incesantemente agitada por la fuerza de los deseos. A
más deseos, más desasosiego, más insatisfacción y menos paz. A menos
deseos, mayor quietud mental.
El hombre
vive un momento en el que aún cree que satisfaciendo sus deseos se acerca
a la felicidad, cuando la verdad es que cada deseo satisfecho genera
emociones nuevas que mantienen la mente en un estado de efervescencia
permanente y confieren, en la química social, un grado de inflamabilidad
peligroso.
Ahora que
truenan graves amenazas sobre la estabilidad de los pueblos, estos
recuerdan a santa Bárbara y surge el anhelo colectivo por la paz, a través
de la guerra.
Son pocos,
sin embargo, los que van más allá del voluntarismo y comprenden que la paz
hay que conquistarla primero en uno mismo. La paz social está aún muy
lejana y sólo se producirá cuando el corazón de los hombres se sosiegue en
el equilibrio de sus pasiones.
La paz es
algo más que ausencia de guerra. Es una experiencia individual en la que
la conciencia se sitúa en el centro de si misma tras trascender las
tempestades de la mente. Es el ojo del huracán.
No es
suficiente gritar en las calles ni llevar pegatinas para detener la ley
inexorable del karma, o la relación causa-efecto. Todo buen pacifista debe
comprender claramente que la causa última que arrastra a los hombres al
conflicto, al enfrentamiento y, finalmente, a la guerra es el egoísmo y
sus secuelas, la intolerancia, el orgullo y la ambición.
La paz
social, hoy, es una utopía. No lo es, sin embargo, la paz individual, como
no lo ha sido nunca. A lo largo del proceso de evolución de la humanidad
ha habido hombres y mujeres que han logrado situar su conciencia en ese
ojo del huracán de las pasiones humanas. En nuestra cultura se les conoce
como santos, vocablo derivado, en última instancia, del sánscrito
Shanti, que quiere decir paz. Fueron hombres que lograron la paz y
a quienes las bárbaras acciones de sus contemporáneos no lograron
encender.
En nuestros
días, la dinámica de los acontecimientos ha desbordado todo control y nos
arrastra vertiginosamente. El ominoso fragor de la cascada retumba cada
vez más cercano.
Es, pues, el
momento de que los amantes de la paz miren hacia adentro y descubran que
esta vive en sus corazones y no en las calles.
No debe ser
el terror a los horrores de la guerra la fuerza que mueva el ánimo de los
pacifistas, sino la constatación y el deseo de compartir una experiencia
interior que ellos ya poseen.
Este camino
que lleva al ojo del huracán implica el control de la mente y los sentidos
y no se puede improvisar. Requiere tiempo y un método. Por eso, a quien de
veras le interesa la paz, le ha de interesar igualmente su Yo interior.
La
excitación de los sentidos estimula la actividad mental, interrumpe la
armonía interior y crea una situación incontrolada. Cuando la mente vibra
a alta frecuencia, la fuerza de cualquier deseo se multiplica y se
manifiesta de modo violento. En otras palabras, se torna una agresión que,
a su vez, estimula los mecanismos de autodefensa de otros individuos,
produciéndose en conflicto y la fricción.
Por medio de
una fuerte disuasión externa, este proceso puede reprimirse temporalmente,
pero nunca evitarse. Puede no haber violencia física, pero las tremendas
vibraciones de la violencia interna contenida, son suficientes para
emponzoñar la atmósfera y alejar cualquier posibilidad de paz. No serán
los policías ni los soldados quienes garanticen definitivamente la paz del
mundo, sino que ésta será alcanzada por el hombre a través de la
autodisciplina y la meditación; porque la auténtica paz es armonía
interior, un estado natural de felicidad.
Del mismo
modo que el resplandor de la luna es un reflejo de la luz del sol, la paz
externa es solamente un reflejo de la paz interna. Para que un árbol
crezca es preciso alimentar su raíz. No tiene objeto mojar, una a una,
todas sus hojas. Del mismo modo, si queremos extender la paz en el mundo
de nada servirá crear un orden artificial externo, sino que se impone
establecerla primero en las mismas raíces del individuo. No hay que
olvidar que la semilla que hoy sembraremos, será el fruto que mañana
recojamos.
Cuando los
hombres seamos capaces de poner orden en nuestro interior, habrá
automáticamente orden en la sociedad. La paz hay que conquistarla dentro,
no fuera. Los verdaderos enemigos de la paz son las pasiones, la cólera,
la avaricia, la ambición, los deseos y los celos que empujan
constantemente al hombre a acciones violentas, cegándole a toda razón.
Quien
disciplina sus sentimientos y los acalla a través de la meditación en el
silencio, encuentra automáticamente la paz. Lejos de todo deseo egoísta,
la paz reside en lo más profundo del corazón. Para sentirla basta
detenerse un momento, cerrar los ojos, relajar el cuerpo, dejar que la
respiración se produzca de un modo fácil, suave, rítmico y hacer que la
mente busque, sin esfuerzo, el silencio interior para que instantáneamente
se produzca un estado de serenidad y de calma, de alegría y de paz.
Progresivamente, la conciencia se ensancha, desborda límites del cuerpo y
se extiende por todo hasta hacerse infinita. Entonces desaparece la
sensación de que uno es su cuerpo; el tiempo y el espacio se desvanecen y
todo cuanto existe es la existencia misma, la paz más absoluta.
Por supuesto
que hay que trabajar y contribuir al desarrollo de la sociedad. La
diferencia está en hacerlo con una mente en calma o con el desasosiego y
la inquietud de quien acumula tensiones y agresividad. Meditar cada día es
hacer un esfuerzo más positivo por la paz del mundo que intercambiar
superficiales formalismos o pronunciar nerviosos discursos de oculta
intención egoísta. ¿Cómo puede alguien dar lo que no tiene? Así como una
mente violenta irradia vibraciones de violencia que afectan negativamente
a cuantos viven a su alrededor, la mente de un hombre que se zambulle
diariamente en el océano de su paz interna, transmite vibraciones de
armonía que elevan e inspiran a cuantos entran en contacto con él. No
necesita hablar mucho para que todos se sientan penetrados por su paz.
***
La paz es un atributo divino. Es una cualidad del alma. No puede
permanecer en las personas avariciosas. Llena el corazón puro, abandona a
la personal pasional y huye de la gente egoísta. Es el ornamento de la
persona sabia.
La paz es un estado
de quietud. Consiste en estar libre de la perturbación, la ansiedad, la
agitación, el descontrol, o la violencia. Es armonía, silencio, calma,
reposo, descanso. Específicamente, significa la ausencia o el cese de la
guerra.
La paz es el estado
natural y feliz del hombre. Es su derecho de nacimiento. La guerra es su
desgracia.
Todo el mundo desea
la paz y la reclama. Pero ésta no llega fácilmente. E incluso, cuando lo
hace, no dura mucho tiempo.
La morada de la
paz
La paz no se halla
en el corazón del hombre carnal. La paz no se halla en el corazón de los
políticos, de los dictadores, de los reyes, ni de emperadores. La paz se
halla en el corazón de los sabios, de los santos y de los hombres
espirituales. Se encuentra en el corazón de un hombre sin deseos que haya
controlado sus sentidos y su mente. La avaricia, la pasión, los celos, la
envidia, la ira, el orgullo y el egoísmo son los enemigos de la paz.
Aniquila a estos enemigos con la espada del desapasionamiento, la
discriminación y el desapego, y disfrutarás de una paz perpetua.
La paz no se halla
en el dinero, las casas, ni las posesiones. La paz no habita en las cosas
externas, sino dentro del alma.
El dinero no puede
proporcionarte la paz. Puedes comprar muchas cosas, pero no puede
comprarse la paz. Puedes comprar una cama grande y mullida, pero no puedes
comprar el sueño placido que da la paz. Puedes comprar buenos alimentos,
pero no puedes comprar el apetito. Puedes comprar buenos medicamentos,
pero no puedes comprar la salud. Puedes comprar buenos libros, pero no
puedes comprar la sabiduría.
Abstráete de los
objetos externos. Medita y descansa en tu propia alma. Alcanzarás entonces
la paz duradera.
Nada puede
proporcionarte la paz sino tú mismo. Nada puede proporcionarte la paz sino
la victoria sobre tu ser inferior, el triunfo sobre tus sentidos y tu
mente, sobre tus deseos y tus anhelos. Si no tienes paz dentro de ti
mismo, es inútil que la busques en los objetos y fuentes externas.
La paz interna
No puede
disfrutarse de una seguridad perfecta y una paz plena en este mundo, pues
éste es un plano relativo. Todos los objetos están condicionados por el
tiempo y el espacio. Son perecederos. ¿Dónde puedes, entonces, buscar una
seguridad plena y una paz perfecta? Puedes hallarla solamente en el Ser de
Luz. Él es la encarnación de la paz. Él está más allá del tiempo y el
espacio.
La paz verdadera y
más profunda es independiente de las condiciones externas. La paz
verdadera y perdurable es la quietud maravillosa del Alma Inmortal
interna. Si puedes descansar en este océano de paz, todos los ruidos
usuales del mundo difícilmente pueden afectar. Si penetras en el silencio
o en la calma maravillosa de la paz divina, silenciando la mente
bulliciosa, refrenando los pensamientos y abstrayendo los sentidos que
tienden hacia el exterior, todos los ruidos molestos se desvanecerán. Ya
puede haber coches pasando por la calle, niños gritando a voz en grito,
trenes que pasen ante tu casa; ninguno de esos ruidos te molestará, sin
embargo, lo más mínimo.
La paz es vital
para el crecimiento
La paz es la
posesión más necesaria de esta tierra. Es el mayor tesoro en todo el
universo. La paz es el factor más importante e indispensable para todo
crecimiento y desarrollo. Es en la tranquilidad y en la quietud de la
noche, cuando la semilla surge lentamente del suelo. El capullo abre en la
profundidad de las horas más silenciosas. Así también, en un estado de
amor y paz, las personas evolucionan, crecen en sus respectivas culturas y
desarrollan la civilización perfecta. En la paz y la calma se facilita la
evolución espiritual.
La reforma
individual y la transformación social
Refórmate a ti
mismo y la sociedad se reformará por sí sola. Expulsa la mundanidad de tu
corazón y el mundo cuidará de sí mismo. Expulsa al mundo de tu mente y el
mundo estará en paz. Esa es la única solución. Esto no es pesimismo, sino
un optimismo glorioso. No es escapismo, sino el único modo de afrontar la
situación. Si cada hombre intentara trabajar por su propia salvación no
habría nadie que creara los problemas. Si cada hombre se esforzase con
todo su corazón y toda su alma en practicar la espiritualidad y en
alcanzar la realización con la Luz, le quedaría muy poca inclinación y muy
poco tiempo para ocasionar disputas.
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