Donde no existe la expresión creativa de la vida damos una importancia
indebida al sexo, el cual se vuelve un agudo problema. La cuestión no es
cómo puede uno superar el deseo sexual, sino cómo ha de liberar uno ese
vivir creativo y no abordar tan sólo una parte del vivir como es el sexo.
Uno debe comprender la totalidad, la integridad de la Vida, y no quedarse
intentando tratar las partes, lo que significa vivir superficialmente.
A causa de la educación
actual, de las circunstancias y del medio, somos empujados a hacer cosas
que no queremos, cosas que rechazamos. Estamos obligados a hacerlas porque
nos falta una capacidad apropiada, un adiestramiento conveniente. En
nuestro trabajo y en los diferentes aspectos de nuestra vida, las
circunstancias, las condiciones nos impiden expresarnos de manera
fundamental, creativa, y entonces necesitamos una salida. Y esta salida se
convierte en el problema del sexo o el problema de la bebida o algún
problema estúpido, insensato. Todas estas salidas se convierten en
problemas.
También es posible que las
ambiciones de uno se vean frustradas, cercenadas, impedidas, y entonces de
nuevo se le da una importancia indebida a cosas que deberían ser normales.
Por eso, hasta que no comprendamos de manera global nuestros deseos
religiosos, políticos, económicos y sociales con sus respectivos
obstáculos, las funciones normales de la existencia adquirirán una
importancia enorme y ocuparán el primer lugar de nuestras vidas. De aquí
que todos los innumerables problemas de la codicia, del espíritu posesivo,
del sexo, de las discriminaciones sociales y raciales, tengan una magnitud
y un valor falsos.
Pero si abordáramos la Vida
no en parte, sino como un todo, comprensivamente, creativamente, con
inteligencia, veríamos que estos problemas que debilitan la mente y
destruyen el vivir creativo desaparecen, y entonces la inteligencia
funciona normalmente.