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PROTOCOLO XVIII.
Medidas de seguridad.- Vigilancia sobre los conspiradores.- Una guardia
invisible es la ruina del poder.- La guardia del rey de los Judíos.- El
prestigio místico del poder.- Prisión a la primera sospecha.
1.- Cuando sea necesario aumentar las medidas de precaución por medio de
la policía (que tanto desprestigian a los gobiernos), simularemos
desórdenes y manifestaciones de descontento valiéndonos para ello de
buenos oradores. Las personas que efectivamente alimenten sentimientos
contrarios a nosotros, se unirán a aquellos que van desempeñando el papel
que nosotros les hemos encomendado. Esto nos dará pie para autorizar
pesquisas, cacheos y vigilancias especiales, para las que nos valdremos,
como agentes, de los servidores que hayamos entresacado de la policía de
los GOYIM.
2.- Como la mayoría de los conspiradores lo son por amor al arte, y por
fanfarronada, no les causa remos daño alguno mientras no lleguen a vías de
hecho; lo único que haremos será tenerlos bien vigilados. No hay que
olvidar que el prestigio del poder se menoscaba si con frecuencia se
descubren conspiraciones; esto implica una confesión de la impotencia del
gobierno, o lo que es todavía peor, de la injusticia de su propia causa.
Vosotros no ignoráis que el prestigio de los reyes y gobernantes GOYIM lo
hemos destruido nosotros por medio de frecuentes atentados cometidos por
nuestros agentes, que no son sino estúpidos borregos de nuestro rebaño; es
cosa agradable impulsar al crimen por medio de unas cuantas frasecillas de
sabor liberal, con un tinte político. Obligaremos a los gobernantes a
reconocer su impotencia por las medidas de seguridad que se verán
obligados a tomar manifiestamente, y por este medio, aminoraremos el
prestigio de autoridad.
3.- Nuestro gobierno será custodiado por una guardia secreta, que casi
nadie advertirá, porque no admitimos ni siquiera la idea de que pueda
existir un partido o facción contrarios, que no esté en condiciones de
combatir y que tuviera que cuidarse de ellos.
4.- Si admitimos esta idea, como lo hacen todavía los GOYIM, habríamos
firmado ipso facto una sentencia de muerte, si no la del soberano mismo,
la de su dinastía en un porvenir no lejano.
GOBERNAR MEDIANTE EL MIEDO
5.- Según las apariencias rigurosamente observadas, nuestro gobierno no se
servirá del poder sino para bien del pueblo, y no para provecho personal
ni de su dinastía. Así, guardando esta conducta honrada y decorosa, su
poder será honrado y respetado y defendido por sus mismos súbditos; se le
adorará bajo la idea de que el bienestar de cada uno de los súbditos
depende del orden y de la economía social...
6.- Cuidar al rey de una manera manifiesta y visible sería reconocer la
debilidad de la organización del gobierno.
7.- Nuestro rey, cuando se encuentre en medio de sus súbditos, estará
siempre rodeado de una multitud de hombres y mujeres que parecerán
curiosos que ocupan las primeras filas cerca de él, por mera casualidad, y
que detendrán las filas de los demás, como para evitar el desorden. Esto
será un ejemplo de moderación. Si entre la multitud hubiere algún
pretendiente que se empeñe en hacer llegar al soberano su petición,
esforzándose por abrirse paso a través del pueblo, los que se encuentren
en las primeras filas deberán tomar la solicitud del peticionario de sus
manos y a su vista hacerlo llegar a las del soberano, para que todos sepan
que llegó a su destino y para que al mismo tiempo comprendan que hay un
control, algo que impide que cualquiera pueda llegar hasta él. Para
subsistir, el prestigio del poder, debe ser tanto que el pueblo pueda
exclamar "¡Si lo supiera el Rey! o: ¡Si el rey lo escuchara!"
8.- Con la institución de una guardia oficial desaparece el prestigio
místico del poder. Cualquier hombre dotado de cierta audacia se cree dueño
del poder, el faccioso no desconoce su fuerza y acecha la ocasión de
acometer cualquier atentado contra el poder. Cosa muy distinta decimos a
los GOYIM en nuestro discurso. Pero bien vemos cuáles han sido las
consecuencias de las precauciones manifiestas y visibles.
9.- Arrestaremos a los criminales a la primera sospecha más o menos
fundada: el temor de padecer un error, no debe ser motivo para darles
facilidades de huida a individuos sospechosos de un delito o de un crimen
político, crímenes y delitos para los que no tendremos consideración y
debemos ser despiadados. Si se puede, forzando un poco el sentido de las
cosas, aceptar el examen de motivos en los crímenes ordinarios, no puede
haber excusa ninguna para tolerar que alguien se ocupe en cuestiones
políticas que nadie, fuera del gobierno, puede entender. Ni aun todos los
gobiernos actuales son capaces de entender la verdadera política. |
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