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Qué significa vida interior.
Con "vida interior", las personas entienden cosas muy diversas. Para muchos,
vida interior consiste en lograr cierta tranquilidad interna, en aislarse de
los problemas y complicaciones del mundo exterior, en alcanzar cierta
fuerza, equilibrio, etc. Es decir, para muchos, la vida interior viene a ser
como una especie de recetario para conseguir un mayor equilibrio de su
personalidad, y nada más. Para otros, vida interior significa cultivar una
calidad en el pensar o en el sentir, calidad que luego se manifestará en su
vida profesional o social, proporcionándoles una mayor intuición o una
mayor inspiración, etc. Para otras personas, vida interior quiere decir
dirigirse a eso superior, a lo que se le puede dar el nombre de Dios, o el
que se quiera, y tratar de armonizarse con esta fuerza superior y así
conseguir una paz, un amor y una fuerza de un orden superior. Es decir,
desean llegar a una armonía con Dios, de forma que uno viva de un modo
positivo como expresión de esta paz.
Para otras personas, finalmente, la vida interior tiene aún otro sentido.
Estas personas tratan de conseguir ver lo que ocurre dentro, desenmarañar
todos los enredos, y llegar a ser aparte de todo lo que son las ideas,
condicionamientos, costumbres, influencias, cosas adquiridas, intentan
llegar a la identidad última del Ser, más allá de todas las formulaciones,
limitaciones y condicionamientos mentales.
Los seres humanos, a partir del primer escalón que hemos indicado, han de
llegar a realizar este trabajo interior, pero deben ir haciéndolo con cierto
orden.
Una persona que no haya conseguido un mínimo de equilibrio y fortaleza en su
personalidad no puede llegar a vivenciar un equilibrio y fortaleza en la
vida espiritual o superior. Puede hacer contactos, puede tener experiencias.
Pero llegar a estabilizarse, a centrarse en ese nivel superior que se llama
espiritual, eso no es posible.
Así pues, esos diferentes niveles, de algún modo nos comprometen a todos;
estamos todos metidos en ellos. Lo que ocurre es que nosotros, en cada fase
de la vida, estamos “enamorados”, por decirlo así, de algo, de algo que para
nosotros tiene el máximo valor, y, en consecuencia, todo lo demás nos parece
secundario. El que está en la fase, podríamos decir, religiosa, cree sólo en
la relación afectiva, amorosa, en la entrega a Dios, y considera los demás
caminos como totalmente secundarios.
Quien está en una fase de expansión de su vida exterior ve como más
importante su capacidad de rendimiento, su eficacia, su inspiración, su
sentido de la realidad exterior. Para quien tiene la aspiración centrada en
el Ser más allá de lo que son manifestaciones, más allá de lo que son ideas,
todas estas vías, la religiosa, la artística, la de la actividad, o
cualquiera que sea, carecerán de sentido. Esto es normal. No decimos que sea
lo ideal, ni lo más correcto, desde nuestro de vista. Pero es lo normal, lo
habitual. Porque, como desde nuestra infancia no se nos ha educado de un
modo amplio, cada cual ha tratado de orientar su aspiración, sus
inquietudes, hacia algún punto, según sus circunstancias, según sus
posibilidades. Y, cuando le parece encontrar algo sólido, entonces se
adhiere con tanta fuerza a ello que tiende a excluir el resto.
Para nosotros, vida interior quiere decir llegar a vivir toda la realidad de
la persona, llegar a vivirla en todas las direcciones, en todo momento y en
toda circunstancia. Que la vida de la persona no esté fragmentada en
realidades superiores o realidades inferiores, en realidades externas y
realidades internas.
La Realidad es una, una Realidad de la cual todo, todo, es expresión. Uno ha
de poder vivir esa Realidad, a través de todas las expresiones -de todas las
expresiones que uno sea capaz de vivir. Es por esta razón que, nada está
separado del trabajo interior. No lo está la oración, como no lo está la
vida sexual; no lo está el estudio, como no lo está el comer y el dormir;
no lo está el silencio, como no lo está el juego. Todo forma parte de la
Realidad. Y uno solamente vivirá toda la Realidad cuando sea capaz de vivir
todas, absolutamente todas, sus cosas —que son lo que le pone en contacto
con todas las cosas del mundo— con la misma conciencia de unidad. Sólo
cuando todo lo que uno haga sea expresión de esta Unidad, cuando uno viva en
sí mismo como conciencia de Realidad, de Ser, sólo entonces considerará que
está viviendo lo que he de vivir.
Y esto no se circunscribe a lo individual, a lo personal, sino que, a través
de esa unidad personal, es cuando uno descubre la Unidad que hay en todo lo
que existe. Si no hay unidad en uno como estación receptora, no puede haber
unidad en lo exterior, por más que uno lo afirme y lo defienda.
Para conseguir esta Unidad, lo primero que hemos de hacer es vivir en cada
momento nuestra unidad posible. A lo largo del día, uno descubre que vive
cosas muy diferentes y que se vive a sí mismo de modos muy diferentes. Pero
uno no es un “puzzle” que está hecho de muchos fragmentos que ajustan entré
sí. Uno no es un conjunto, una suma de cosas. Uno es una unidad, de la cual
las cosas que vive son expresiones fragmentarias.
Debemos conseguir vivir nuestra unidad a través de cada expresión. Para que
pueda vivir con nuestra unidad es preciso que en cada una de nuestras
expresiones nos encontramos en todo momento libre de nuestras ataduras; que,
cuando estemos hablando con una persona, nuestra mente no esté ocupada en
otra cosa distinta; que, cuando estemos pensando en un problema, no estemos
nuestro interior pendiente de otra cuestión. Es decir, que no haya
superposición de fragmentos, sino que uno, todo uno, toda nuestra capacidad
de atención, de presencia, pueda estar viviendo cada cosa.
Y es la unidad de uno, la unidad del sujeto presente que vive la situación
particular, lo que nos hará descubrir nuestra Unidad. Si uno está dividido
porque en uno mismo hay varios objetos, entonces no vivimos nuestra unidad,
ni siquiera en un solo aspecto. Para poder ser “yo Uno”, debemos de estar
libres, libres de todo; hemos de soltar los miedos, las preocupaciones, los
deseos; tenemos que estar todo y de una manera plena viviendo cada situación
como única, como total: Yo y lo otro, Todo YO y todo lo otro.
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