Un noble inmensamente rico decidió un buen día que debía contar entre
su séquito con un rapsoda que compusiera y cantara himnos y alabanzas a su
persona. Para ello, mandó contratar al mejor juglar que hubiera en todo el
mundo. De regreso, los enviados contaron que, en efecto, habían hallado al
mejor rapsoda del mundo, pero que éste era un hombre muy independiente que
se negaba a trabajar para nadie. Pero el noble no se dio por satisfecho y
decidió ir él mismo en su búsqueda.
Cuando llegó a su presencia, observó al juglar, además de ser muy
independiente, se encontraba en una situación de extrema necesidad.
“Te ofrezco una bolsa llena de oro si consientes en servirme” -le tentó
el rico-
“Eso para ti es una limosna y yo no trabajo por limosnas- contestó el
rapsoda-
“¿Y si te ofreciera el diez por ciento de mi fortuna?”
“Eso sería una desproporción muy injusta, y yo no podría servir a nadie
en esas condiciones de desigualdad”
El noble rico insistió:
“¿Y si te diera la mitad de mi fortuna, accederías a servirme?”
“Estando en igualdad de condiciones no tendría motivo para servirte”.
“¿Y si te diera toda mi fortuna?”
“Si yo tuviera todo ese dinero, no tendría ninguna necesidad de servir
a nadie”.