Una cuestión de energía.
No vivimos en un universo material, sino en un universo de energía viva,
dinámica. Todo cuanto existe es un campo de energía que podemos sentir e
intuir y, muchas personas, ver. Existimos en un vacío en el que circula un
mar de energía, que responde a unas leyes que podemos actuar desde niveles
superiores de conocimiento. Mediante nuestra voluntad podemos manipular,
influir en esta energía pura que constituye todo el universo. Nuestra
esperanza, intenciones y/o expectativas provoca que nuestra energía fluya
hacia el mundo y afecte a otros sistemas de energía.
Podemos proyectar nuestra energía si enfocamos nuestra atención en la
dirección deseada: "donde va la atención va la energía". Y así, podemos
influir sobre otros sistemas de energía.
Saberse conectar con la fuente universal de energía depende del
conocimiento, de la consciencia de la persona y, por lo tanto, se aprende
durante el infinito sendero de la vida.
La
percepción de esta energía comienza con una acusada percepción de la
belleza. Esta percepción es un auténtico barómetro que nos indica a
cada uno de nosotros lo cerca que estamos de percibir esta energía. Esta
energía está en el mismo continuo de la belleza.
Cuando algo nos impresiona por su belleza es porque tiene más presencia,
muestra mayor nitidez de forma y exhibe más viveza de color. Es algo que
destaca, que brilla, casi iridiscente comparado con la opacidad de otros
objetos menos atractivos.
Cuando vemos un lugar que seduce, que arrebata, que los colores y las formas
parecen amplificadas, el siguiente nivel de percepción es ver que un campo
de energía se cierne por encima de todo ello.
Esa
energía se puede proyectar así como absorber. Es la energía que ha estado
buscando siempre el hombre en todos sus caminos (amor, odio, ciencia,
esoterismo...) y es la que nos hablan las antiguas tradiciones.
Siempre que nos acercamos a lugares especiales empezamos a sentirnos mejor,
todo se magnifica y tenemos la impresión de ser más fuertes, de pensar con
mayor claridad y nitidez.
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