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RENUNCIA Y ABANDONO
Es la virtud por la cual se
comprende que en realidad no hay ning ún
lugar a donde ir, ninguna pelea que ganar, ninguna meta que alcanzar, ni
ninguna tarea que cumplir. Su aprendizaje requiere asumir la perplejidad que
implica el empezar a percibir la Vida desde la sencillez que no es capaz de
diferenciar qué es el “hacer”, qué es el “estar” y qué es el “ser”.
Se considera la renuncia y el
abandono como cosa de frailes, monjas, yoguis o personas especiales que
viven en cuevas, pero no es la mejor forma de entenderla. La renunciaci ón
significa renunciar a las aspiraciones del “ego”, y de esta forma no dejar
que se alimente, que prospere. Al ego le gusta que constantemente se le
alimente y se le reafirme; cuando se le obliga a estar quieto y a no hacer
nada realmente interesante, protesta exaltadamente y trata de burlar la
situación encontrando algo que lo siga apoyando, tal como hablar, leer,
soñar despierto, lo que sea para continuar apoyándose. Mientras no
renunciemos a esas tendencias, la vida espiritual que intentamos no saldrá
bien.
La renunciaci ón
es parte de cualquier camino espiritual; significa abandonar la idea de
quiénes somos, de lo que queremos ser y de lo que queremos hacer; ésas son
identificaciones del “ego” que constantemente “nos” reafirman y que van en
la dirección errónea. Aquello que pensamos poseer –“mi casa”, mi “marido”,
“mi” trabajo, “mis “ amigos, etc.- hace que el “yo” se sienta más seguro
porque forma un sistema de soporte, le da una estabilidad ilusoria. No
obstante, ninguna persona o posesión es permanente, todas están
constantemente a punto de desaparecer.
Parece que tener todas esas
personas y todas esas cosas nos d é
seguridad, que cuanto más tenemos más seguros estamos. Sin embargo, tener
todas esas personas y cosas trae precisamente más preocupaciones y
problemas. Nos gusta rodearnos de las elaboraciones del “yo”, “mi” y lo
“mío”, pues nos hace sentir seguros. Así lo elaboran nuestros conceptos
porque es evidente que no poseemos a nadie. Aunque le llamemos “mío”,
creemos que nos pertenecen, y cuando peligran nuestras posesiones nos
aferramos a ellos desesperadamente. Éste es el proceso de identificación con
nuestra familia, nuestro trabajo y las cosas que poseemos. En vez de vivir
espiritualmente, el ego crece y nos incrusta en diversas personas, un
trabajo, una casa y todo lo que eso conlleva. Así parecemos más grandes, y
esto ocurre sobre todo cuando nos identificamos con una religión,
una nacionalidad o una creencia.
Renunciar a toda esta
identificaci ón
es un paso muy importante, pues únicamente estando solos podemos
verdaderamente andar el camino. Esto no quiere decir que se tenga que echar
a todo el mundo fuera de casa, pero mientras dependamos de lo que otra
persona diga, piense o haga no podremos poner en práctica
nuestra propia libertad.
Llegar a ser algo o alguien,
incluso una persona consciente, es una afirmaci ón
del ego. En vez de ser exactamente ahora y estar totalmente atentos a lo que
realmente somos, queremos llegar a ser, que es futuro; y el futuro no
existe, sólo es una imaginación de la mente. Pero ser exactamente ahora es
algo que podemos hacer empleando toda nuestra consciencia. Llegar a ser algo
que en realidad no se es –un santo, un jefe, famoso, rico, etc.- hace más
grande al ego; es esperar y desear, son ensueños. Llegar a ser no es útil,
ser lo es; se puede ser consciente de ser, pero no se puede ser consciente
de lo que se va a ser.
Como parte del proceso de
abandono podemos renunciar a nuestras posesiones, identificaciones y deseo
de llegar a ser. Debemos abandonar el pensamiento, la espera, el juicio, la
imaginaci ón,
el deseo y el confort. Si queremos ser conscientes debemos abandonar, pero
esto no significa que tengamos que deshacernos de nuestras posesiones o de
nuestras familias, significa que debemos deshacernos de nuestra
identificación
con ellas.
Todo aquello a lo que nos
aferramos es un estorbo, un obst áculo,
igual que no podríamos salir de casa si nos aferráramos a la almohada por la
mañana. Podemos permanecer en la misma casa, llevar la misma ropa, tener el
mismo aspecto y, sin embargo, haber renunciado a nuestros mayores apegos.
Renunciar no significa que no queramos a nuestra familia. Por el contrario,
el amor sin dependencia es la única clase de amor que carece de miedo y por
lo tanto es puro. El amor con dependencia no es amor y además es un estorbo,
se basa en ondas emocionales y generalmente crea invisibles barras de
hierro. El amor real es amor sin dependencia, es dar sin expectativas, es
“estar al lado de...” en vez de “apoyarse en...”.
La renunciaci ón
puede tener distintas formas; puede ser autodisciplina, como levantarnos un
poco antes de lo acostumbrado, renunciando a la inclinación de estar más
cómodos. La renunciación puede tomar la forma de no comer siempre que lo
deseemos, sino esperar que tengamos realmente hambre. Cuando lleguemos al
final de nuestras vidas deberemos renunciar a todo; ni siquiera poseemos en
realidad a este cuerpo que llamamos “yo”. Más nos valdría aprender algo
acerca de la Vida y de la muerte antes de que ésta llegue. Por esto el
momento de la muerte es a menudo tan conflictivo. Algunas personas mueren
pacíficamente, pero otras muchas no lo hacen así porque no están dispuestas
a renunciar a todo. En toda su vida quizás no habían
concedido ni un solo pensamiento a la espiritualidad.
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