Por diversas causas, la
civilización occidental ha reprimido durante siglos el contacto
interpersonal. Abrazos demasiado intensos, caricias entre padres, hijos o
amigos, han sido anatematizados como insalubres o, aún peor, pecaminosos.
Sin embargo, tocarse no sólo es sano, sino imprescindible para la vida.
El primer
sentido que desarrolla el ser humano, aun antes que el oído, es el tacto. En
él se fundamenta nuestro sentido de relación con el mundo que nos rodea, ya
que nos proporciona una información más profunda, rica e intensa sobre
nuestro entorno. Curiosamente, en nuestra sociedad es el menos utilizado, a
pesar de ser la forma de comunicación física más intensa de que disponemos.
Y es que la cultura judeocristiana, con sus tabúes sobre el cuerpo y su
rechazo del "pecaminoso" contacto físico, ha limitado algo tan simple como
tocarse hasta el punto de haber generado una sociedad neurótica, de
individuos aislados, que registra las más altas tasas de suicidio y
enfermedad mental en toda la historia de la humanidad.
El tacto es
tan fundamental para la vida que el ser humano llega a padecer importantes
trastornos físicos y mentales, pudiendo incluso morir si se ve privado de
él. Los monos, si se separan de sus madres, desarrollan no sólo agresividad
y retraimiento, sino que son mucho más sensibles a enfermedades generales e
infecciones. Lo mismo se comprueba en niños criados en orfanatos, atendidos
de forma masiva y con mínimo contacto afectivo, o en bebés que permanecen
durante estancias prolongadas en unidades de cuidados intensivos. En muchas
ocasiones, en los niños que son privados de contacto aparecen trastornos de
personalidad muy precoces.
Las
manifestaciones fundamentales de cariño son siempre táctiles. Desde el
primer abrazo de la madre al recién nacido hasta el apretón de manos de los
amigos o a la relación sexual, gratificante precisamente por constituir el
máximo exponente de contacto corporal posible entre dos seres humanos
-aparte del beso. El sentido del tacto está siempre presente en nuestras
vidas, no sólo como un sistema de información y equilibrio de físico-químico
del organismo, sino también porque a través suyo se realiza el intercambio
de feromonas.
El tacto
funciona no sólo a nivel meramente físico, sino también bioquímico,
especialmente feromonal y, de manera especial, a nivel energético. La mera
proximidad física de una persona querida ya nos aporta una sensación de
bienestar, aunque esto no debemos atribuirlo sólo a la transmisión de las
feromonas que segregan los neurorreceptores superficiales y la propia piel.
De hecho, también el contacto físico es capaz de poner en marcha una serie
de mecanismos de orden biológico elemental, que se fundamentan en la
reacción general de adaptación y en la producción de una serie de sustancias
que favorecen el equilibrio orgánico, lo que desde la más remota antigüedad
ha sido utilizado como un importante elemento del arte de curar.
Pero no
solamente el tacto es importante en los niveles físicos y hormonales. La
materia es una forma de energía y cuando, por ejemplo, la mano de una
persona se acerca a la de otra, los niveles de energía sutil -no detectable
con los medios actuales- se interpenetran, intercambiando energías entre
ambos de una forma muy similar a la de dos campos magnéticos de alta
densidad.
Es
precisamente ese campo de energía que rodea y penetra los sistemas vivos lo
que se conoce como cuerpo etérico. De hecho, la diferencia entre la materia
física y la etérica no es más que una cuestión de frecuencias, y las
energías de distintas frecuencias pueden coincidir en el mismo espacio
físico sin que se produzcan interferencias destructivas entre ellas, como
coexisten las de los diferentes canales de televisión, de radio y el radar,
por mencionar sólo algunos ejemplos de la cantidad de frecuencias
electromagnéticas que se utilizan hoy en día en un mismo tiempo y lugar.
Una madre que
abraza a su hijo o dos amantes físicamente próximos no sólo realizan un
intercambio de energías, que sienten como una emoción determinada, sino que
también reequilibran su actividad feromónica, lo que se traduce, entre otras
cosas en la mejoría física, bioquímica, hormonal y energética, lo que mejora
el estado general de ambos. No en vano, la primera reacción instintiva de
cualquier ser humano ante prácticamente cualquier situación intensa, se
traduce en un abrazo o en un simple contacto con la mano, que transmite
mejor que nada la emoción del momento.
La curación
por medio del tacto, es decir, su imposición en determinadas partes del
cuerpo para producir efectos curativos es tan antiguo como el ser humano y
ha sido utilizado desde la más remota antigüedad. Hasta que en el siglo III
de nuestra Era, la Iglesia Católica decidió que la era de los milagros había
llegado a su fin y la curación táctil, que había sido una realidad integrada
y efectiva en la vida precristiana y cristiana primitiva, fue oficialmente
detenida, desaprobada y muy pronto dejó de practicarse. El cuerpo pasó a ser
"sospechoso" y los contactos físicos de cualquier tipo se consideraron
"pecaminosos".
El simple
hecho de tocarse, de abrazarse o de cogerse de la mano produce un estado de
equilibrio físico y espiritual que se traduce en salud y mejora la calidad
de vida de una forma notable. Una vez más, el ser humano debe ver la
necesidad de vivir espiritualmente.
