Ser sensible es amar. La palabra "amor" no es el amor. Y el amor no puede
dividirse como el amor a Dios y el amor a la humanidad, ni puede medirse
como el amor a uno solo y el amor a muchos. El amor se brinda a sí mismo tal
como una flor da su perfume; pero nosotros estamos siempre midiendo el amor
en nuestras relaciones y, por eso mismo, lo destruimos.
El amor no es un producto del
reformador o del trabajador social, no es un instrumento político con el que
se pueda crear acción. Cuando el político y el reformador hablan de amor,
están usando la palabra sin tocar la realidad que implica, porque el amor
no puede ser empleado como un medio para un fin, ya sea éste inmediato o se
encuentre en el lejano futuro. El amor pertenece a toda la Tierra y no a un
campo o bosque en particular. El amor de la realidad no puede ser abarcado
por ninguna religión; y cuando las religiones organizadas lo usan, deja de
existir. Las sociedades, las religiones organizadas y los gobiernos
totalitarios, perseverando en sus múltiples actividades, destruyen
inconscientemente amor que, cuando actúa, se convierte en pasión.
En el desarrollo total del ser
humano mediante la correcta educación, la calidad del amor debe ser nutrida
y sostenida desde el comienzo mismo. El amor no es sentimentalismo ni es
devoción. Es tan poderoso como la muerte. El amor no puede ser comprado
mediante el conocimiento; y una mente que sin amor persigue el conocimiento
es una mente que trafica con la crueldad y aspira simplemente a la
eficiencia.
De modo que el educador debe
interesarse desde el principio mismo en esta calidad del amor, la cual es
humildad, delicadeza, consideración, paciencia y cortesía. La modestia y la
cortesía son innatas en el ser humano que ha tenido una educación apropiada;
él es atento con todo, incluyendo los animales y las plantas, y esto se
refleja en su conducta y en su manera de hablar.
Vivir y trabajar para que se
haga una realidad esta calidad del amor libera a la mente del
ensimismamiento en su ambición, en su codicia y en su afán adquisitivo. El
amor tiene, en relación con la mente, un refinamiento que se expresa como
respeto y buen gusto y produce la purificación de la mente, que de otro modo
ésta tiene una tendencia a fortalecerse en la arrogancia.
El refinamiento en la conducta
no es un ajuste autoimpuesto o el resultado de una exigencia externa; surge
espontáneamente, con la calidad del amor. Cuando hay una comprensión del
amor, entonces el sexo y todas las complicaciones y sutilezas de la relación
humana pueden abordarse con sensatez y no con excitación y aprensión.
El educador para quien es de
primordial importancia el desarrollo total del ser humano, tiene que
comprender las implicaciones del impulso sexual que juega un papel tan
importante en nuestra vida y, desde el principio mismo, ha de afrontar la
natural curiosidad de los niños, sin que en ello se manifieste un interés
morboso. El impartir meramente información biológica a los adolescentes
puede conducir a la experimentación de lujuria, si no se les ayuda a
percibir lo fundamental que es vivir todos los aspectos de la vida con
verdadero amor.
El amor libera del mal a la
mente. Sin amor y sin comprensión por parte del educador, el simple separar
a los muchachos de las chicas, ya sea con alambre de púas o con edictos, no
hace sino fortalecer su natural curiosidad y estimular esa pasión que
forzosamente tiene que degenerar en mera satisfacción. Por lo tanto, es
esencial que los muchachos y las chicas sean educados juntos, de manera
apropiada.
Esta calidad del amor también
tiene que expresarse cuando uno realiza trabajos manuales, tales como la
jardinería, la carpintería, la pintura, la artesanía, etc.; y a través de
los sentidos, cuando uno mira los árboles, las montañas, la riqueza de la
Tierra, la pobreza que los hombres han creado entre ellos mismos; y también
al escuchar música, el canto de los pájaros o el murmullo de las aguas que
corren.