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El sentimiento.
Lo que puede alcanzarse por la devoción se vuelve aún más efectivo si otro
sentimiento la acompaña. Este consiste en que el discípulo aprenda a
entregarse cada vez menos a las impresiones del mundo exterior y a
desarrollar, en cambio, una vida interior activa. El que se apresura por
tener nuevas impresiones exteriores y busca siempre la "distracción", no
encontrará el camino de la ciencia oculta. El discípulo no deberá
insensibilizarse a las impresiones del mundo externo, sino que lo profundo
de su vida interior le indicará la dirección en que puede entregarse a estas
impresiones.
La persona de íntimos sentimientos y ánimo profundo, experimenta de una
manera distinta de la de la persona insensible el paseo por una hermosa
región montañosa. Sólo nuestras experiencias internas nos develan las
bellezas del mundo externo. Por ejemplo, alguien hace un viaje por mar y
pocas experiencias internas enriquecen su alma; en cambio, otro percibirá el
lenguaje eterno del Espíritu cósmico; a él se le revelan los misterios de la
creación.
Debemos haber aprendido a vivir íntimamente con nuestros propios
sentimientos y representaciones para poder establecer relaciones
substanciales con el mundo externo. El mundo circundante nos habla de la
majestad divina en todos sus fenómenos, pero es necesario haber
experimentado lo divino en la propia alma, para descubrirlo en el mundo que
nos rodea. El discípulo deberá reservar momentos de su vida para entrar en
sí mismo con quietud y en soledad, pero no para abandonarse a los asuntos de
su propio yo, pues esto produciría efectos contrarios a los deseados, sino
para volver a sentir en su alma, con toda quietud, lo experimentado en el
mundo exterior. Las flores, los animales y cada una de sus propias acciones,
le revelarán en tales instantes secretos jamás imaginados. Así se preparará
para recibir con otros ojos nuevas impresiones del mundo exterior.
Quien sólo quiere gozar múltiples sensaciones, insensibiliza su facultad de
conocer. En cambio, si después del goce permite que éste le revele algo,
cultivará y educará su facultad de conocer. Con este objeto, deberá
acostumbrarse, no precisamente a vivir con el simple reflejo del goce, sino
renunciando a nuevos goces, transmutar lo experimentado en el goce mediante
la concentración interior.
Aquí deberá el discípulo sortear un grave y peligroso escollo, puesto que,
en vez de trabajar realmente sobre sí mismo, puede caer en la actitud
contraria de querer agotar el goce. No hay que desestimar las inmensas
fuentes de error que se abren aquí para el discípulo, pues debe buscar su
camino por entre múltiples seductores de su alma. Todos ellos quieren
endurecer su "Yo"; aprisionarlo en sí mismo; él, por el contrario, debe
abrirlo al mundo.
Sin duda, él tiene que buscar el goce, puesto que sólo por su medio puede
acercársele el mundo exterior. Si el discípulo se insensibiliza al goce, se
parecería a una planta imposibilitada para extraer de la tierra las
substancias nutritivas. Pero, si se detiene en el goce, se encierra dentro
de sí: significará algo para sí mismo y nada para el mundo. Por intensos que
sean entonces su vida para sí mismo y el cultivo de su "Yo", el mundo lo
rechaza; él está muerto para éste.
El verdadero discípulo considera el goce sólo como Instrumento de
perfeccionarse para bien del mundo. El goce es para él como un mensajero que
le informa respecto del mundo, pero después de haber recibido la enseñanza
del goce, sigue adelante a realizar su trabajo. Aprende, no para acumular
conocimientos como un tesoro personal, sino para emplear lo aprendido al
servicio del mundo.
En toda ciencia oculta existe un principio que nadie debe transgredir si
quiere alcanzar un determinado objetivo, y toda enseñanza oculta lo debe
grabar en el ánimo del discípulo. Este principio dice así: Todo conocimiento
que busques meramente para aumentar tu propio saber y para acumular tesoros
personales, te desviará del sendero; pero todo conocimiento que busques para
madurar en el empeño del ennoblecimiento humano y de la evolución del mundo,
te hará progresar un paso más.
Esta ley exige una observancia inexorable. Nadie puede considerarse
discípulo de la ciencia oculta, sin haber hecho de esta ley la norma de su
vida. Brevemente puede resumirse esta verdad de la enseñanza espiritual como
sigue: Toda idea que para ti no se convierta en ideal, apaga una fuerza en
tu alma; toda idea, en cambio, que se convierte en ideal, crea en tu ser
fuerzas vitales.
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