LA SERENIDAD
Según
el diccionario, una persona serena es apacible, dulce en el trato, sosegada.
Sin embargo, ¿se puede recurrir a la serenidad cuando hay que afrontar
problemas personales, laborales, sociales y económicos? Sin duda, en estas
circunstancias lo más común es sentirse nervioso, irritable o molesto, pero
justamente es la actitud menos saludable.
La serenidad es una sensación de bienestar que nos
permite focalizar las cosas que suceden a nuestro alrededor desde un costado
más activo. Las personas serenas logran pensar antes de decidir y no se
sienten demasiado asustadas, preocupadas o ansiosas por el porvenir. Tampoco
se recuestan en la infelicidad del pasado, ni fantasean posibles catástrofes
futuras. En realidad, quienes son más serenos pueden disfrutar de la vida y
pensar que podrán, en algún momento, superar los problemas.
Esto no significa esperar que las cosas pasen o mejoren
solas. Por el contrario, se trata de actuar de acuerdo a lo que cada uno
crea mejor para sí mismo y para lo que debe afrontar.
Tener serenidad puede requerir un arduo trabajo personal, pero resulta
fundamental para enfrentar las pérdidas y la adversidad. Y aunque no existe
una fórmula para aprender aquellas respuestas serenas que le sirvan, es
preciso tener en cuenta la importancia de vivir aquí, ahora y con lo que
existe... y cambiar, si de usted depende.
Por último: la serenidad no es indiferencia, complacencia
ni ignorancia. Es una virtud saludable que nos abre la posibilidad de
mejorar nuestra calidad de vida.
En épocas difíciles es importante valorar lo que se hace
con el tiempo propio. Las personas que se mantienen calmas acostumbran
“tomarse su tiempo”; es decir, se adueñan del mismo y lo usan en forma
provechosa para su cuerpo, su mente. Esta actitud facilita el pensamiento,
una herramienta mucho más saludable que la ira. Con el pensamiento y la
voluntad acude el discernimiento.
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