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La sotana roja
Ciertas revistas de extrema derecha habían acusado de estar afiliados a
la masonería al secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Villot, al
presidente de la Congregación de Obispos, cardenal Baggio, al banquero del
Vaticano, arzobispo Marcinkus y a otros prelados. En 1980, Bruce Marshali
fantasea con el tema en su novela ¿Un asesino para Juan Pablo /?, en la que
el Papa Lucíani es envenenado por la ficticia sociedad de Los Nuevos
Apóstoles, cuyos doce miembros se oponen a los cambios propulsados por el
Concilio Vaticano II y apoyan como pontífice al cardenal Siri. Tres años
después en La verdadera muerte de Juan Pablo I, Jean- Jacques Thierry
plantea la hipótesis de que Villot sustituyó a Pablo VI por un sosías y
planeó la muerte de su sucesor cuando éste descubrió la infiltración
masónica en las esferas vaticanas, insólita teoría la del doble que aún hoy
sostienen no pocos ultraconservadores. De forma más seria y mejor
documentada, Roger Peyrefitte, buen conocedor de los entresijos de la
Masonería y del Vaticano, sostiene en La Sotana Roja la tesis de un complot
tramado por algunos prelados que mantenían estrechas relaciones con
mafiosos, financieros y dirigentes de la logia P-2, encubriendo bajo
pseudónimos muy evidentes a personajes que a esas alturas eran ya bien
conocidos. Y describe al Papa como un reformista liberal empeñado en
erradicar la corrupción de la cúpula eclesial, presentando a Villot y a
Marcinkus como instigadores del crimen, llevado a cabo por un asesino
profesional con una jeringuilla envenenada, a fin de evitar su inminente
destitución. Ese mismo año, los fabricantes de best- séller G. Thomas y M.
Morgan-Whitts publican Pontífice, una documentadísima investigación sobre
las vidas de los tres últimos papas y las críticas circunstancias en que se
desarrollan sus pontificados, en la que sugieren que la hipótesis del
asesinato fue un rumor hábilmente promovido por el KGB soviético para
desacreditar al Vaticano en unos momentos de gran tensión en sus relaciones
con la URSS.
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