LOS VALORES Y EL VALORAR. REFLEXIONES
Hoy, cuando la humanidad se halla ya
inmersa en el tercer milenio después de Cristo, el reflexionar sobre los
valores y el valorar resulta, para casi todos, algo intrascendente, algo
así como una especulación. La presión social, que actúa sobre las
personas en su quehacer diario, también impulsa a desviar la mirada de
esta cuestión de los valores. Parece que el ritmo de vida, unido al
desinterés, conduce al ser humano a eludir la apreciación de unos
valores que son dinámicos y que están en constante cambio.
La cambiante sociedad actual, en su
manifestación, rompe con algunos de los conceptos tradicionales y altera
los valores socio-culturales. Este proceso de ruptura y alteración se
evidencia en cierta incertidumbre en cuanto a la concepción del ser
humano, de la sociedad, de la cultura y de nosotros mismos. Los valores
tradicionales están cuestionados. La falta de credibilidad y la
desideologización parecen generalizadas. ¿Cómo puede una persona vivir
moralmente en la sociedad actual? ¿Cuál es la moral actual? ¿Qué
principios orientan al individuo hoy en día?
La dinámica social cotidiana es el producto
de las tendencias sociales de la época; en este sentido, los individuos
manifiestan formas de actuación cultural propias del momento histórico
que viven. Por ello, quienes estamos involucrados en la acción educativa
debemos considerar siempre el contexto socio-histórico en el cual nos
desenvolvemos y tener en cuenta los sistemas de valores vigentes en la
cultura y en la sociedad.
El vivir de cada día está impregnado de
opciones valorativas. Estos valores son compartidos por individuos y por
grupos de una misma cultura, y también son reflejados a través de su
relación, mediante sus acciones y comportamientos. De modo que, si
deseamos comprender, interpretar y explicar el significado de la
dimensión valorativa que subyace en una determinada realidad, en su
contexto temporal-espacial específico, es preciso conocer el discurso
explícito y oculto en la interacción social, así como el significado que
se otorga a dicho discurso. Podemos preguntarnos entonces: ¿Qué valores
expresamos en nuestro desenvolvimiento cotidiano? ¿Qué significado le
otorgamos? ¿Reflejan esos valores la particularidad de la propia
cultura?
Nietzsche opinaba que el hombre moderno
está perdiendo, o ha perdido la capacidad de valorar y, con ella, su
humanidad. En el actual agotamiento de valores tradicionales, los seres
humanos sienten temor ante la perspectiva de lo que podría llegar a ser
de ellos. El ser humano debe volverse hacia su interior y reconstituir
las condiciones para que opere su creatividad y así generar verdaderos
valores. Esta pérdida de la capacidad de valorar se enmarca en la
llamada “Crisis de Occidente” determinada por el destronamiento del
racionalismo que conlleva la “Crisis de la Filosofía”, la pérdida de la
confianza en la Razón y también la crisis de valores que genera un vacío
en la fe de las personas cuyos efectos afectan a toda la humanidad
actual.
Al observar la realidad que nos rodea
parece que domine un confuso sentido de las valoraciones, un desaliento
creciente en los seres humanos, un estado de incredulidad y desconfianza
no sólo ante las personas, sino ante las instituciones. Ello se debe a
los efectos de una crisis valorativa que se ha proyectado en todos los
ámbitos: social, económico, político, familiar, cultural, escolar... El
marco contextual que parece definir la situación social, cultural,
económica y política está afectado por el desempleo, la marginalidad, el
caos financiero, el alcoholismo, la drogadicción, la profunda
contradicción entre ricos y pobres, la corrupción, el delito, la
violencia y la inseguridad, entre otros. Valores como el poseer dinero
son los que parecen generar prestigio social, a lo cual se une el hecho
de que se exalta el poder y el placer.
Ante el momento de conmoción y la sensación
de pesimismo que enfrenta la sociedad actual, el panorama se agrava por
el hecho de que el sistema educativo se encuentra desorientado y hace
énfasis en el componente informativo, con el consiguiente descuido del
formativo. ¿Qué hacer ante tal situación? Definitivamente no tenemos –o
quizá no haya- una respuesta, al menos no una respuesta simple.
Entendemos que una crisis de valores no es accidental ni momentánea,
sino la consecuencia de acciones y decisiones tomadas generalmente a lo
largo de varios años. Una crisis es una importante dislocación de la
instituciones, los hábitos, los métodos de vida y los valores.
Pero toda crisis desafía al ser humano a
buscar nuevos referentes. Y lo que hoy produce confusión y vacío, la
vida se encarga de hacerlo transitorio mediante cambios que conducen a
encuentros diferentes.
A nuestro juicio, la inquietud sobre cómo
superar la crisis, tiene una respuesta: la educación. Desde este campo
es posible interrogar, reflexionar y penetrar la realidad cultural para
descubrir, comprender e interpretar más cabalmente la dinámica que
caracteriza la práctica valorativa –sea en la escuela, la familia, la
comunidad-, y, partiendo de tal conocimiento, generar alternativas
inspiradas en el impulso formativo.
La formación del ser humano es lo único que
permite a la humanidad garantizar el resguardo de los valores
espirituales. Por supuesto, el mismo proceso educativo debería ser lo
suficientemente flexible y dinámico como para aceptar la realidad
cambiante del sistema valorativo. Pero lamentablemente, casi siempre la
Educación va a la zaga de toda clase de cambios... quedando la respuesta
a la vida en manos de la propia persona, que se ve carente de
conocimiento espiritual e inmersa en una sociedad que se mueve mucho más
deprisa de lo que su consciencia le permite comprender.